Argentina mandó a último momento al ministro de Economía, Martín Guzmán, rumbo a Rusia para pedirle intercesión en lo que hace a la renegociación de la deuda con el FMI. Pero también la intención es la de acelerar la producción de la vacuna Sputnik V en nuestro país. De esta forma, existe la posibilidad de que sea la propia Argentina la que pueda fabricar su propia vacuna a partir de replicar la fórmula de la inoculación rusa.
Lo que queda claro es que tener producción propia de vacunas es decisivo, porque permite no depender de vuelos ni aviones ni farmacéuticas de otros países para tener un stock de vacunas. Como en el caso de la gripe, habrá un intercambio internacional de información sobre cada nueva variante y las vacunas se irán adecuando. Hay otro elemento sobre el que todavía no existen precisiones.
Se trata de la eficiencia de los anticuerpos creados por las vacunas a lo largo del tiempo. El Covid-19 es muy nuevo de manera que resulta imposible diagnosticar con seguridad si de acá a un año siguen siendo eficaces los anticuerpos surgidos de las vacunas. Es un interrogante que se suma al del surgimiento de las distintas variantes. De todos modos, no todas son buenas noticias debido a que el desarrollo lleva bastante tiempo.
En ese sentido, se habla de más de un año y medio. Para que se tenga una dimensión de lo que se demora, pero que en términos históricos es una velocidad asombrosa, la fabricación de la vacuna de Oxford/AstraZéneca empezó antes de su aprobación, y en junio pasado arrancaron los diálogos entre AstraZeneca y el laboratorio argentino mAbxience, de Hugo Sigman. Pero eso no es todo.
Y es que la provisión de las primeras dosis iba a estar disponible en abril pero no fue así al final. Es decir, aún en la urgencia se tardó diez meses. Quienes conocen toda la mecánica cuentan que la transferencia de la tecnología es lenta, que las pruebas de laboratorio llevan su tiempo, que los reactivos y los volúmenes tienen que ser idénticos y que la fabricación del envase también es un proceso engorroso.
Lo mismo está ocurriendo en estos días con la transferencia de tecnología de la Sputnik V. El Instituto Gamaleya y el Fondo Ruso acordaron con el mayor productor de vacunas del mundo, India, pero todo se está demorando por cuestiones de tests de calidad. A todos estos factores se suma cierto boicot norteamericano en la provisión de aparatos y maquinaria para la producción de vacunas.
En el trasfondo hay una batalla en la que están en juego miles de millones de dólares. Sea como fuere, de más está decir que sería altamente positivo que la Argentina pueda fabricar sus propias vacunas para no tener que depender de un Gobierno nacional como el del kirchnerismo que jamás le encontró el agujero al mate en esta problemática mundial que representa la pandemia de coronavirus.