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Hay un límite y ese límite es la Constitución Nacional

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El presidente Alberto Fernández, la Constitución Nacional y la vicepresidente Cristina Kirchner
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Opinión. “Lo que nos dejó la semana

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Esta semana fue clave en la resistencia contra este segundo virus, el del “vamos por todo”, cuya voracidad se estrelló contra lo único que es capaz de detenerlo. El antídoto para evitar su expansión es la Constitución. La posibilidad de que la democracia recupere su salud depende de que haya jueces dispuestos a aplicarla, como sucedió esta semana. Y de la defensa de la legalidad y la Justicia que ejerzan los anticuerpos de la sociedad civil, a los que se ve cada vez más activos.

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Ocurrió lo esperable. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires, obviamente, fue reconocida en su autonomía. Y Cristina Kirchner y su ejército respondieron como era previsible. Lo relevante es que la Corte le dijo al Gobierno que hay un límite para la sed de hegemonía y que ese límite es la ley, que garantiza el federalismo y la división de poderes. La reacción del kirchnerismo dice que no están dispuestos a respetar esos límites.

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Esto es lo que hoy vuelve inviable la convivencia política en el país. Pero este virus entró en crisis aguda. Las distintas cepas se atacan entre sí. En ese revoltijo, las pulsiones que determinan las acciones de la vicepresidenta Cristina Kirchner se vuelven autodestructivas. Cuando debilita al Presidente Alberto Fernández, olvida que es allí donde ella apoya formalmente su propio poder en la simulación emprendida.

los simuladores
Axel Kicillof – Sergio Massa – Alberto Fernández – Cristina Kirchner

Repite lo que hizo antes contra su malogrado candidato Daniel Scioli, a quien humilló durante la campaña presidencial de 2015. Hoy Cristina Kirchner necesita a Alberto Fernández como tabla de salvación. Sin embargo, lo desprecia como antes despreció a Scioli. Ese desprecio busca manifestarse, pero cada golpe que ella descarga sobre el Presidente en verdad se lo autoinflige ella misma.

Está quemando, de cara a las próximas elecciones, su pasaporte a la impunidad. En un raro ejercicio de sadomasoquismo político, Fernández absorbe los golpes y sonríe a las cámaras, pero se va desangrando de a poco, ya rendido ante su jefa. Llenar con sentidos renovados el vacío interno que abrió la pandemia es asunto de cada uno. Impedir que el otro virus acabe con la democracia republicana en el país es responsabilidad colectiva.

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Dicho esto, veamos qué ha sucedido en nuestra economía en 2020. Claramente, el escenario ha sido inverso al que ocurrió a nivel global; esto es: una alta inflación (36,1%) y una fuerte caída del producto bruto del orden del 10% ¿Cómo es posible que nuestra economía registre tal nivel de precios, el cual nos ha hecho figurar en el “top five” de los países con mayor inflación junto a Venezuela, Sudán del Sur, Yemen y Haití?

La respuesta debe hallarse en la destrucción que ha provocado en nuestra moneda la inflación de los últimos 60 años. La realidad indica que actualmente el peso es utilizado sólo parcialmente como moneda de transacción y unidad de medida (una gran cantidad de bienes se valúan y se intercambian en dólares) y que prácticamente ha dejado de ser un instrumento de ahorro. Dicho de otra manera, nuestra moneda no existe como tal.

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Y es que ya que no reúne las características necesarias que tiene que tener una divisa para que técnicamente pueda ser considerada como “moneda”. En consecuencia, su demanda tiende a cero; con lo cual, cualquier oferta monetaria en exceso de una mínima demanda transaccional provoca que los pesos marginales se canalicen directamente a bienes (ya sea reales o dólares), con su consecuente impacto negativo sobre los niveles de precios.

Ahora bien, ¿Cuál es la perspectiva para el corriente año? El escenario es negativo. El error de la actual política inflacionaria no permite ser optimistas. En efecto, la errónea concepción de que la inflación no es un tema “macroeconómico monetario” sino “microeconómico multicausal”, ha dado lugar a que las autoridades cometan el grave error de continuar emitiendo dinero para financiar un déficit público creciente.

Más aún, la estrategia de intentar abatir este flagelo con medidas de mayores controles de precios y regulaciones, está condenada al fracaso. Revertir este proceso de inflación es condición necesaria para retomar un sendero sostenido de crecimiento. En efecto, la teoría y la experiencia indican que una economía con inflaciones superiores al 10% está condenada a un crecimiento raquítico y a niveles cada vez mayores de pobreza y desempleo.

Las últimas cifras que señalan que el 42% de la población se encuentra sumergida en niveles de vida paupérrimos, que este será el tercer año consecutivo de recesión y un desempleo peligrosamente creciente, nos eximen de mayores comentarios. Resulta imprescindible entonces regenerar la confianza en nuestra moneda. ¿Lo harán las actuales autoridades? La realidad indica que no se está yendo en esta dirección.

El gobierno de Alberto vuelve a transitar por un camino recurrente, casi circular. Todo conduce, nuevamente, a ganar tiempo. Una aspiración para la economía y para los ánimos políticos. El matiz diferencial es la prioritaria alineación total del frente oficialista para intensificar el embate contra la Justicia. La pelea de fondo. Cristina lo hizo. Lo concreto es que se despeja el riesgo de que las facturas de los servicios públicos se mezclen con las boletas electorales.

Justamente, que es lo que de verdad y excluyentemente le preocupa al cristicamporismo. Los equilibrios macroeconómicos que, pese a todo, no deja de pregonar el ministro de Economía siguen en la sala de espera de terapia intensiva. Mientras tanto, quizá todavía la sociedad no se diste cuenta, pero la campaña ya empezó. Empezó con la foto de la unidad mentirosa, hace dos días, en Ensenada.

la imagen que alberto fernández no quería que los fotógrafos tomaran

Empezó aún en el medio de los contagios y los muertos de pandemia. Por cierto, el viernes llegamos a 22.552 contagios y 611 fallecidos. Con un índice de positividad de más del 30%. Con un porcentaje de ocupación de camas de Unidad de Terapia Intensiva y un panorama general que indicaría un presunto amesetamiento de la segunda ola. Y sin las vacunas suficientes. Pero la campaña ya se inició.

Y arrancó antes el Gobierno. Porque mientras se sigue fantaseando con una interna feroz, Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Sergio Massa y los demás se paran en el lugar indicado para ganar las elecciones. Echándole la culpa, a Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, el periodismo o el enemigo a convenir de todo lo malo. Sin hacerse cargo del desastre que es el Gobierno desde el mismo día en que asumió.

Es decir, una campaña parecida a la que les permitió ganar en agosto de 2019. Eso fue lo que hizo ponerse en modo campaña el viernes a Oscar Parrilli al repetir que la Corte Suprema eligió su candidato y es Horacio Rodríguez Larreta.

oscar parrilli sesion 20 octubre 2020
Oscar Parrilli

Eso fue lo que hizo el Presidente al atacar al empresariado en general, a la Corte una vez más y a los medios. Esto fue lo que hizo Axel Kicillof al echarle la culpa a Rodríguez Larreta de hacer una oposición destructiva.

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Horacio Rodríguez Larreta – Alberto Fernández

Y está haciendo campaña, también, Alberto Fernández, al anunciar, con bombos y platillos la ampliación de la tarjeta alimentar, cuando sabemos que es casi una limosna, en el medio de la caída de la economía, Y hay que decirlo de una vez, otra vez el peronismo arranca con ventaja. Porque en Juntos por el Cambio no se terminan de poner de acuerdo.
Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Axel Kicillof, saben dónde pararse. Desde dónde hablar.

En Juntos por el Cambio todavía esa decisión estratégica no se terminó de dirimir. Mientras la oposición siga perdiendo tiempo y apostando solo al deterioro inevitable y al desgaste del Gobierno, más va a tardar en empatar o ganar. Mientras tanto, el oficialismo no tiene pruritos. Tira con la chequera, el látigo y, si tiene que usar a un pibito fuera del sistema para correr a los padres organizados que defienden la presencialidad, lo usan.
¿Y ahora, quién podrá ayudarnos?

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