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¿La Argentina al borde de un estallido social?

La chispa más inesperada puede terminar provocando un incendio que precipite y anticipe el final.

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Alberto Fernández - Cristina Kirchner - Máximo Kirchner
Descacharreo

No nos auto engañemos: estamos muy mal y todo indica que vamos a estar peor. Eso explica la bronca, la tristeza y el hartazgo que aparecen en todas las encuestas de humor social. Falta una eternidad para que asuma un gobierno que genere una nueva “esperanza”. ¿Por qué sería ilógico, entonces, suponer que la chispa más inesperada termine provocando un incendio que precipite y anticipe el final?

¿Por qué sería tan extraño esperar que nos demos una nueva “piña”, como la del corralito, el plan bonex, el Rodrigazo o la hiperinflación? Ahora volvamos a la foto que anticipa una película sin final feliz: Una inflación sin freno, con una proyección anual desde el 60 por ciento hasta más del 100 por ciento, mientras se imprimen nuevos billetes que no sirven para nada. Gastos desde el Estado innecesarios, que irritan a la sociedad todavía más.

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Un presidente que toca la guitarra fuera de contexto, y en condiciones que dan vergüenza ajena.

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Una gestión de gobierno considerada por muchos como la de mayor mala praxis de la historia. Una feroz e irresponsable pelea a cielo abierto entre Alberto y Cristina, quienes no se hablaban desde hace 90 días. Y esto, sin meternos en los problemas estructurales de la pobreza, la educación y la salud física y mental, trastocada por el Covid y la cuarentena eterna.

¿Por qué sería entonces tan raro pensar que el Gobierno no podría explotar en cualquier momento? Cristina y Máximo están en Santa Cruz, juntos, desde hace varios días. Fuentes del Instituto Patria recuerdan que cada vez que esto sucede, vuelven con una idea nueva, y más dañina, para detonar al Presidente. Por otra parte, hace tiempo que Máximo le viene enrostrando a su madre que, al ungir a Alberto, se equivocó.

Cabe preguntarse entonces: ¿Se viene el reconocimiento público de Cristina de este supuesto “error histórico”? ¿Se viene una nueva movida para sacarse la parte que le toca del monstruo que ella inventó? Ahora sigamos este razonamiento: imaginemos a Alberto Fernández y Cristina Kirchner como un matrimonio roto, obligado a convivir en una misma casa durante casi dos años más.

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¿Por qué sería tan delirante prever, una vez más, que el delicado equilibrio de este gobierno de chantas se puede ir al demonio?. Porque, además, están desconectados de la gente. No están pensando, como cualquier ciudadano de a pie en cómo mantener su Pyme sin echar a nadie. O en cómo conseguir otra changa para darle de comer a su familia. O como reconvertir los planes sociales en laburo, legítimo, y en el sector privado. No tienen moral.

Les da lo mismo ofrecer un resarcimiento de tres palos en vez de pedir perdón por la grave herida social que dejaron con el Olivos Gate. O usar al impresentable de Gregorio Dalbón para pagar una tasa de justicia del mismo monto, tres millones de pesos, y demandar así por medio palo verde a Patricia Bullrich. No les da ninguna culpa proteger, como una verdadera mafia, a Sergio Uribarri, ex gobernador de Entre Ríos.

Por eso tardaron menos en destituir a la fiscal anticorrupción Cecilia Goyeneche que en hacer volver a Uribarri. A ellos no les importa, y a sus fanáticos tampoco, que los acusen de corrupción. ¿Vieron que curioso? Ya no hay saqueos, ni verdurazos en Plaza de Mayo, ni nadie está preocupado por el frío que viene, ni hinchadas insultando a Alberto Fernández como lo insultaban a Macri.

Ni la patria, ahora, está en peligro. Solo defienden causas muy específicas, como la exigencia del tendido de agua potable en la villa 31. A Cristina y Máximo no les importa nada. Están demasiado preocupados en sus “detallecitos”. Obsesionados para que no los echen de sus posiciones de privilegios y de poder. Que no los metan presos, como confesó el ministro nacional de Hábitat y ex intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi. Y Cristina está más desesperada que nadie.

Por eso, a la rebelión de los mansos hay que transformarla en una revolución cultural, pacífica, de todos los días. Una que atraviese todas las corporaciones de la Argentina. No un revival del “que se vayan todos”, donde prevalezcan los mesiánicos, los que te venden soluciones fáciles, los que gritan más fuerte o golpean con más violencia una mesa. Mientras tanto, los argentinos se encuentran en las calles al borde de un estallido social.

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