El teniente coronel (r) Oscar Jaimet es uno de los héroes de la Guerra de las Malvinas.
Vive en Tucumán, donde desgrana sus apasionantes recuerdos sobre los enfrentamientos.
Participó en los combates que se libraron Monte Dos Hermanas. Sobrevivió y fue tomado prisionero por los ingleses después de la rendición de Puerto Argentino..
Recibió la condecoración “La Nación Argentina al valor en combate” y el Congreso nacional le otorgó la medalla “Valor de los combatientes”.La condecoración de la Nación expresa: “Reconócese la actuación en la Guerra del Atlántico Sur por sus relevantes méritos, valor y heroísmo en defensa de la Patria.”
En este 38º aniversario de la batalla con Inglaterra por el archipiélgo vale la pena reflotar la siguiente crónica que escribió la periodista tucumana Solana Colombres, con testimonios del militar, sobre su participación en el conflicto y en qué condiciones pelearon.
Jaimet se retiró años después del Ejército y se radicó en Tucumán con su esposa, al monteriza María Victoria Cruz y sus hijas. Acá montó una empresa de servicios para el sector citrícola, que manejó durante largo tiempo.
Oscar Jaimet. Soy SoldadoPor Solana Colombres
Monte Dos Hermanas. Noche plena.
En una ventisca de nieve, de dientes crujientes y de bocas enardecidas se escuchan muchas interjecciones de dolor pero una sola voz de mando que dice así: ¡qué haces ahí pelotudo! O ¡Muévanse!! O ¡No se vayan! o ¡aguanten carajo!! En la madrugada del 11 de junio de 1982 el hombre sabe que el momento le ha llegado.
Parado en medio de la Isla, el mayor Oscar Ramón Jaimet, se aferra con uñas y dientes al suyo: imparte órdenes, arenga a sus hombres aterrados por la sorpresa del asalto, pone el pecho a las balas. En suma, defiende a la patria como un buen soldado.
Los esperábamos de frente con una defensa antitanque pero el ataque vino de costado y estando en primera línea, nos sorprendió a todos y se generó pánico. Tenía que lograr que la tropa no se dispersase para empezar el repliegue hacia Tumbledown.
Le ordenó al subteniente Aldo Franco que nos cubra como retaguardia de combate. Pero yo esperaba una señal y llegaron dos.
Hace horas los oídos resignados se han acostumbrado a los silbidos de las granadas en el aire, a las bengalas insidiosas, a la artillería cruzada, a las ametralladoras histéricas, a la persistencia de los misiles y a toda la parafernalia a la que algunos le llaman guerra y otros simplemente, infierno.
La Fuerza inglesa, al mando del teniente coronel Andrew Whitehead y secundada por 600 hombres entre los que se cuentan grupos comandos y regimientos de paracaidistas, van por ellos y no les dan tregua. Atacan por aire, por mar, por tierra con la furia de un dios guerrero vikingo.
No había forma de avanzar, desde el mar, en el lado opuesto a Puerto Argentino, una fragata, el Glanmorgan HMS, nos disparaba sin darnos tregua.
Y entonces sucede algo inesperado: una gran bola de fuego surca el cielo malvinense y un resplandor celeste enciende la noche negra por la fracción de unos minutos. El misil Exocet Tierra-Mar, disparado desde la posición Argentina, en dirección de “Her Majesty ship” había dado en blanco. Es el manto de la Virgen, me dije, son dos señales, una táctica y otra del cielo. Es lo que esperaba para avanzar. Entonces, solo entonces, organicé a mis hombres para emprender el repliegue rumbo hacia Tumbledown.
Como siempre sucede, los hechos que condujeron a ese momento capital en que jóvenes ingleses y argentinos asomándose a la vida, se cruzaron en las trincheras, se tejió en grandes salones, rodeados de edecanes y con la aquiescencia de miles de cortesanos solícitos, en medio de paredes enteladas, de muebles de orfebrería, de alfombras exquisitas.
Eramos soldados: crónica de un desembarco¿Dónde estaba usted cuando se anunció el desembarco de Malvinas?
La pregunta no viene desde el frente, ni desde algún lujoso despacho del poder mundial. Brota desde un departamento luminoso en la mañana tucumana: el Mayor Oscar Ramón Jaimet, héroe de Malvinas, entre otras cocardas, ha aceptado recibirme para relatarme, entre sorbos de café, un pedazo de su historia que es, a la vez, la historia de todos. Me ha saludado involuntariamente con el saludo marcial, y con su voz enérgica me ha dado a elegir el lugar de la charla.
En el comedor así tomo nota. He contestado.
¿Quiere un café? Queremos un café. La bandeja aparece mágicamente a los pocos minutos. Solo entonces la charla se abre.
El 2 de abril de 1982 me encontraba dando instrucción al Regimiento 6 de Mercedes en medio del campo, y escuchó el anuncio por la radio: Hemos recuperado Malvinas. Voy a ver al jefe del Regimiento y empezamos a prepararnos para la guerra
¿Qué pensó en ese momento?
Éramos soldados. Estábamos entusiasmados. Habíamos jurado defender a la Patria hasta morir. Yo estaba dispuesto a morir. Nunca se me pasó por la cabeza no ir aún cuando sabía que era una locura. Yo comparto la causa nacional. En 1982 el ejército inglés ya había renovado todos sus obuses por otros de mayor alcance. Nosotros teníamos los mismos desde 1974.
Volvamos a ese 10 de abril, minutos más tarde en que el militar arengaba, pletórico, a la multitud desde un balcón. Hace una semana ya, que los hombres en sus cuarteles se preparan para el combate por la soberanía perdida y olvidada. Paradojas de la historia, en cada confín de este ring geopolítico improvisado el general y la dama, levantan sus vasos de whisky y brindan en el aire paladeando la derrota ajena por adelantado:
Ellos pensaron que Inglaterra no respondería militarmente que EEUU también se abstendría y de participa, apoyaría a un país americano pero pensar eso fue desconocer absolutamente la historia militar. La soberbia del poder se lamenta Jaimet.
La Union Jack, la misma conocida por su eficaz rapacidad conquistadora, la que venció al mismísimo Napoleón en la batalla de Trafalgar, la que resistió incólume los embates del Tercer Reich, la de la Armada Invencible, esa misma vino por ellos, por los soldados de un ejército periférico que se había atrevido a tocarle la cola al león imperial.
La historia grande la conocemos todos. Soldados argentinos ocuparon las Malvinas el 2 de abril de 1982.
El gobierno británico respondió con el envío de una fuerza naval que desembarcó seis semanas más tarde y que forzó la rendición argentina el 14 de junio de 1982. La conjunción de esas dos operaciones secretas militares, conjugada en la “Operación Malvinas”, dio en llamarse operación Rosario y operación Azul y lograron, en su inicio, el objetivo de plantar bandera para seguir con la segunda fase del plan.
Oscar Jaimet en Malvinas, a la izquierda.
La operación de Malvinas fue bien pensada los 3 primeros días. Era ir, tocar y volver y llamar la atención de los organismos internacionales para negociar pero después hubo un súbito cambio de planes.
La defensa es una situación transitoria para ganar tiempo, bloquear el terreno, negar zonas de acceso del enemigo para ganar tiempo y parar la ofensiva. La sola defensa presupone la derrota. La ofensiva presupone la victoria. No sé qué paso en medio que del plan original fue modificado.
Pasó el balcón. Barrunto, elucubro, divago. ¿Pasó el balcón?
Hubo una trampa internacional. Inglaterra necesitaba una victoria y la OTAN colaboró. Argentina cae en la trampa. Después de los 3 días, no nos daba el cuero.
Abril de 1982. Tiempo de descuento, en pocos días este puñado de guerreros bravos que forman el Regimiento de Infantería mecánica General Viamonte, hombres de campo y caballo, de atardeceres y mates, rudos en el arte de la doma y la yerra probablemente, pero poco hechos a la inclemencia del clima insular, se entrenan bajo el mando del experimentado Jaimet. Durante largas jornadas los prepara en las artes de la guerra de noche y los enemigos armados hasta los dientes, en un ámbito donde la ausencia de luz pampeana corroe los ánimos hasta de los más aguantadores. Dentro de poco deberán partir hacia el corazón de las tinieblas.
Cargan con ellos, los laureles que supieron conseguir: el regimiento Piribebuy, creado durante la Primera Junta de Gobierno, luchó victoriosamente en la Guerra de la Triple Alianza con el Paraguay al mando de Luis María Campos. Así que, vestidos con ropajes de glorias, estos soldados y estos jefes, listos para combate, se embarcan a la guerra de sus vidas: Malvinas.
Oscar Jaimet, Rod Stewart y Aristóteles
Aunque Jaimet no lo supiese, todos los momentos de su vida que precedieron al desembarco y sus consecuencias, fueron una lenta preparación para este, el momento en que un hombre prueba su valor y justifica su razón de ser.
Quién es
Nacido en Reconquista Santa Fe en 1945 “El 10 de enero, el mismo día y año que Rod Stewart” acota, en la adolescencia se trasladó a la ciudad a hacer sus estudios en el Liceo Militar General Manuel Belgrano de donde salió con una decisión férrea: serviría a las Fuerzas Armadas.
En los mismos años en que su ídolo musical probablemente tocaba la guitarra en las calles de Londres y pensaba en el futbolista que no sería, el joven soldado aprendía el oficio del combate: Comando, paracaidista e instructor de Tiro y de tácticas de comando. Nadie como él, para la guerra. No buscada pero a veces insoslayable.
A mí me gustaba el combate. La guerra. Mi primer destino fue Tartagal en el 66. Mi especialidad era el combate en el monte que requiere mucha resistencia, dureza y adaptación al medio ambiente. Yo no sentía nada.
Comando (busco en el diccionario) El Comando es un Combatiente de Elite en técnicas de combate, evasión y escape para operar en las retaguardias de las líneas enemigas.
En el silencio, una malla invisible de causas y consecuencias se fue urdiendo para que el comando Jaimet encontrase su destino de honor en medio de una geografía remota.
En el 82 mientras que Roderick David Stewart, su otro yo, hacía estragos con sus meneos sensuales en los escenarios al ritmo «Da Ya Think I’m Sexy?» el ya experimentado soldado pisaba por primera y única vez junto a su regimiento, el suelo malvinense.
Llegamos el 13 de abril con 600 soldados. Yo estaba a cargo de un tercio del regimiento: 170 hombres de la Compañía B Piribebuy. Aterrizamos en Puerto Argentino. Teníamos misiles antiaéreos portátiles de bajo alcance, un buen equipo de abrigo, borceguíes, fusiles Fal. El problema igual no era tanto el armamento sino las fallas del sistema logístico.
¿Cómo era Malvinas cuando llegaron?
Era una factoría colonial. Tenían medidor de luz con monedas y cocinas económicas. Vivían en el Siglo XIX. No había árboles. El paisaje era rocoso y las noches muy largas y heladas.
¿Qué pasó entonces?
Empezaron a impartir órdenes. A los pocos días de haber llegado. Se distribuyeron en un sistema semi-circular. Yo estaba solo allá.
Nosotros esperábamos el desembarco inglés en las playas, 90 kilómetros al norte, pero nos sorprendieron desembarcando en el Puerto de San Carlos y entonces mis hombres y yo quedamos inesperadamente en primera línea.
Miles de documentos de época reposan sobre mi mesa abarrotada: se trata de textos escritos a máquina, de notas de diarios y revistas de la época. También informes del ejército y hasta una bitácora de guerra local llamada “La Gaceta Argentina” Primer periódico malvinense. Hojeo en mi afán de intentar entender esta entelequia de la guerra. “Reseña de los hechos ocurridos entre el 01 al 07 de mayo de 1982”: 0440 hs.
Un avión enemigo no identificado ataca el aeropuerto de PUERTO ARGENTINO, arrojando dos bombas de 450 kgs cada una” dice el parte que consigna hora a hora cada episodio de la contienda en medio de crónicas deportivas futbolísticas o automovilistas. Todo sea para mantener el alto el espíritu de la tropa.
“¿Cómo es el enemigo? Las radios, los diarios y revistas que llegan desde el continente informan sobre distintas unidades inglesas que vienen a bordo de la flota enemiga. ¿Cómo son ellos? La respuesta es sencilla: son hombres iguales que usted o yo. Altos, bajos, buenos, malhumorados…no hay ninguno de ellos que reúna las características de Superman, especialmente el de ser invulnerables a las balas.
Están armados con fusiles Fal iguales a los nuestros. Ametralladoras MAG, iguales a las nuestras. Lanzacohetes iguales a los nuestros. Morteros iguales a los nuestros. Pero no tienen morteros 120. Abreviado: Usted tiene clara conciencia de las razones por las que está aquí. Usted sabe por qué lucha. Por consiguiente: TIRE A MATAR. Su fuego será eficaz”. Dice otro de los textos.
La mesa esta cada vez más revuelta: flotan papeles amarillos mecanografiados, que dan cuenta de bajas de soldados, barcos, aviones, tanques. Hablan de tácticas y estrategias ininteligibles, exhiben mapas, fotos, noticias del continente y en medio de este mar de palabras naufragan mis memorias de guerra. Tenía 10 años y con mis compañeras de primaria mirábamos a Malvinas como a la inexpugnable Troya.
Recuerdo las cartas que escribíamos con ilusión a esos soldaditos imaginarios que se nos antojaban de juguete, recuerdo que nos uníamos a la arenga de la multitud: ¡que venga el principito! provocábamos con conciencia pueril y así festejamos el hundimiento del destructor HSM Sheffield con la misma algarabía que un gol, como lloramos el del Ara Belgrano en manos del submarino nuclear Conqueror, como si se tratase de un penal errado. Y después en pleno triunfalismo nos llegó la realidad crudísima y el velo del templo se cayó.
¿Qué pensaba durante la guerra?
Pensaba en ser justo, lo que siempre ha sido mi obsesión. La disciplina es fundamental en el ejército pero su base es la razón y la justicia. Si no hay razón ni justicia no hay disciplina.
Sostiene Jaimet y su palabra no suena a retórica marcial sino a semántica humanista.
La carrera militar requiere un 80% de conocimiento de humanidades, sociología, historia y un 20 % de técnicas militares.
Me gusta Aristóteles y Santo Tomás dice y me cuenta de sus clases de filosofía a la par de sus estudios en el Colegio Militar. Consulto de nuevo a mi amigo Google, la justicia para Aristóteles. Existen dos justicias para el maestro de Alejandro Magno: la justicia distributiva que consiste en distribuir las ventajas y las desventajas que corresponden a cada miembro de una sociedad, según su mérito y la justicia conmutativa que restaura la igualdad perdida, dañada o violada a través de una retribución o reparación regulada por un contrato.
En el fragor de la lucha el Mayor habrá intentado denodadamente hacer malabares en el fino equilibrio de ambas.
Intento pegar las partes del espejo fragmentado y por eso redacto un inventario. El inventario Jaimet: Fan de Rod Stewart, cultor de la filosofía Aristotélico- Tomista, combatiente de elite, padre y marido. Definiciones concomitantes y opuestas del soldado en su laberinto.
Tres cosas le pedí a la virgen: la primera fue que no quería morir, la segunda que me ayude a ser buen jefe y a dominar el miedo y la tercera ganar la guerra. Me concedió dos.
Pero así como Malvinas desató demonios también engendró mitos. El de los Gurkas por ejemplo, soldados nepaleses de elites blandiendo sus kukris, cuchillos corvos con los que degüellan salvajemente a sus víctimas.
“Los Gurkas nunca entraron en combate. Estaban muy frustrados porque nuestro Batallón jamás se involucró en una lucha con ningún soldado argentino durante toda la guerra” dice Mike Seear Mike Seear, Oficial de Operaciones y Entrenamiento del 1er Batallón, 7mo de Fusileros Gurkas del Duque de Edimburgo desarticulando uno de las fantasías más hollywoodense de Malvinas.
No existe Holywood en la guerra me asegura el Mayor.
Segunda parte: ¿No existe Holywood?
Volvamos al comienzo de la historia. El regimiento 6, llega a Malvinas el 13 de abril a la madrugada y nos trasladan a la zona de Puerto Argentino en las proximidades del cuartel Royal Marine. Luego de 5 días allí nos impartieron la orden de trasladarnos a la zona de reserva en el faldeo oeste del Monte Kent. A los pocos días nos volvieron a trasladar al norte del Monte Wall y por último el primer domingo de Mayo se inicia el ataque inglés aéreo al aeropuerto.
Se reestructura todo el dispositivo de las tropas, razón por la cual y luego del desembarco inglés en San Carlos, mi tropa fue trasladada al cerro Dos hermanas y pasamos a primera línea. Nosotros los observábamos. Se movían en helicópteros y se relevaban a las cinco de la tarde. Un día leí que durante la Primera Guerra Mundial los soldados se tomaban una pausa para tomar el té así que nosotros pensábamos que se iban a tomar el té! Con el correr de los días, los ingleses avanzaban hacia Puerto Argentino hasta que la noche del 11 al 12 de junio inicia la ofensiva terrestre. Fue una sorpresa.
Ahí estaba la tropa, en el cerro, esperando a los ingleses con una defensa antitanque de frente con morteros y ametralladoras MAG. Cada uno en sus refugios de piedra, cuando inesperadamente los sorprenden de costado. Estupor es la palabra. Pánico también. Granadas de fuego, minas explotando, cuerpos de paracaidistas y comandos contra ellos, sonidos insidiosos de metralletas y disparos de Fal que más tarde lo atormentarían en sus noches insomnes.
Tres batallas en simultáneo: en Monte Harriet, Monte Longdon y Dos Hermanas. En medio de este cuadro salido del Apocalipsis el Mayor Jaimet en su noche más oscura recitando el salmo que lo acompaño en otras guerras de otros montes: El Señor es mi pastor; nada me falta/En verdes praderas me hace descansar,/a las aguas tranquilas me conduce,/me da nuevas fuerzas/y me lleva por caminos rectos,/haciendo honor a su nombreLa guerra no será Hollywood pero esta escena se parece a una de Tarantino.
La tropa se dispersa y había que juntarlos para iniciar el repliegue hacia Tumbledown. Logró reunirlos pero me quedo esperando una señal en medio de esa lluvia de artillería pesada.
Acá llegamos al inicio del relato. ¿Lo recuerdan? La bola de fuego del Exocet que fue a dar contra la fragata Glanmorgan dándole la tregua que necesitaban para avanzar.
Le ordenó a Aldo Franco se quede en la retaguardia mientras nosotros avanzábamos. Y aunque Jaimet insista con eso de que la guerra no es Holywood, mi mente insiste en conducirme por los senderos de la ficción. Ahora a 300, esa película que relata la batalla de las termopilas en que Leónidas el rey Persa, enfrenta solo con 300 hombres el ejercito de 10.000 del Rey Jerjes 1. Como en toda buena épica los héroes se multiplican o más bien, se manifiestan cuando les llega sus Kairos que vendría a ser su momento justo.
Pasemos a otro mito: Oscar Poltronieri.
Este mercedino de a caballo, hombre duro de la Pampa, del Regimiento Sección 6 de la división del subteniente Aldo Franco, cubrió la retirada del pelotón empuñando solo y durante un rato largo su ametralladora FN MAG luego de que los hombres de Franco cubriesen el retroceso de los defensores de Dos Hermanas Norte. Voluntariamente, Poltro, se ofreció a quedarse a cubrir la retirada de sus camaradas negándose, a pesar de la insistencia de ellos en retirarse también y guió al pelotón de ingenieros anfibios del teniente de corbeta Héctor Omar Miño en un contraataque contra los elementos avanzados de la Guardia Escocesa:
Allí hice ’repeche’ y me encontré con un teniente de Infantería de Marina con el que hicimos el avance; yo iba adelante y atrás venían un montón de compañeros, cuando escuché una voz que no era de las nuestras. Entonces le dije al oficial que adelante nuestro estaban los ingleses tirando tiros y tomando whisky, y éste les arrojó una granada; ellos respondieron con fuego hacia nosotros y le dieron a él. Desde entonces, hace 30 años, no lo vi más; pero me dijeron que está vivo”.
A todo esto, la más probable es que en el mismo momento Rod enamorara a alguna rubia genérica en Studio 54 de New York y “Her Majesty Queen Elizabeth The Second” jugara plácidamente al cricket en Balmoral.
La guerra no es Holywood, dice Oscar Jaimet. Pero se le parece pienso sentada frente a la mesa del departamento del Mayor donde un café se enfría y la mano no alcanza a atrapar su verba encendida. De vuelta del combate, el hogar del soldado se me hace un nido. Aquí no hay metrallas ni peligros aparentes.
Y entonces surge la pregunta obvia. ¿Pensó en la perspectiva de la muerte?
Yo estaba dispuesto a morir por la causa. Tres días antes hablé con mi mujer por radio. Mira Oscar si tenes que morir por la Patria, morí, yo me ocupó de las chicas, me dijo y entonces me sacó un peso de encima.
¿Tenía miedo?
Yo sabía que lo que tenía que hacer era romper el celofán que se interpone entre la realidad y uno, salir de mi cuerpo. En ese punto no hay miedo. Y en plena batalla lo logré, salí de mi mismo, rompí el celofán.
¿Qué paso a la vuelta?
Volví con el espíritu revuelto, con bronca. Me preguntaba también si podía haber hecho más. No quise ascender a Coronel y me retiré. Para mí lo importante era tener el respeto de mis subalternos y su reconocimiento. Siempre intenté ser un buen jefe. Mandar bien.
Desde el remanso de la paz, el recuerdo de la guerra y sus hazañas suena a ficción o mal sueño. Y de hecho fue volver y dejar el ejército y entrar en la vida civil al tiempo que llegaba la democracia y que la sociedad argentina había decidido borrar del mapa el mal trago de la derrota. La des-malvinización que le llamaron. Y a fuerza de confinar las memorias de guerra y sus héroes a las periferias de la gloria, terminó por parecer irreal hasta para sus propios protagonistas.
¿Cómo fueron esos años posteriores a la guerra?
No tuve inmediatamente ninguna consecuencia sicológica pero diez años más tarde caí en una depresión. Mi obsesión era si había hecho lo suficiente, sentía culpa.
Como en las obras de Shakespeare, los espíritus malignos acuden de noche, durante el sueño mal conciliado. Desde las trincheras de su subconsciente la mente le tendía una trampa al Mayor. Soñaba con la guerra y me despertaba gritando. Soñaba con esa granada de fuego que me pasó cerca la noche de Dos Hermanas.
Y entonces fue recurrir a la oración y a la reflexión y por supuesto a un profesional para salir del mal transe pero claro, para curar había que volver al corazón de las tinieblas: a la Isla, a sus montes, a la guerra, a Malvinas. Al menos simbólicamente.
Dejamos al Mayor Jaimet y sus hombres en pleno repliegue hacia Tumbledown luego de la asistencia milagrosa de un misil tierra-mar que desactiva el ataque al menos de la Fragata Glanmorgan.
Caminábamos en la noche en medio un campo minado pero como era uno de los nuestros el que había puesto las minas nos dejamos guiar por él y pasamos por la brecha. Todo el día 12 de Junio los ingleses tiraron, tiraron y tiraron y se reubicaron para combatir. El 13 y el 14 a la madrugada el ataque inglés fue rechazado y entonces nos preparamos para el contraataque. Llegamos a Tumbledown en medio del fuego cruzado. Ni bien llegar me puse al servicio del BIM 5 e iniciamos el contraataque. A todo esto los ingleses habían ganado las alturas abandonadas por el BIM 5 por una orden errónea de los mandos.
Aldo Franco, Esteban Vilgré Lamadrid, y Oscar Jaimet, no son héroes de Wikipedia, próceres en sepia, en la negrura de la noche son hombres de carne y hueso animados por una voracidad irracional de victoria. Hombres luchando por la causa. La causa nacional. Claro.
El coraje es la fuerza interior para dominar y combatir al enemigo del miedo según el propio dictionario personal de Oscar, definición que se habrá actualizado en la atroz batalla: Pasamos la noche en una lluvia interminable de disparos de Fal y después organice a los restos de la Compañía para el repliegue hacia Sapper Hill.
La derrota: esa Itaca indeseable
Derrota. Capitulación. Las palabras malditas sobrevuelan en las cabezas de los soldados en la exaltación de la batalla. Ellos tratan de abjurarlas con gritos, con bravura y dan pelea mientras aprietan dientes y elevan oraciones en contra de toda lógica. Pero están ahí, pendiendo las espadas de Damocles sobre sus cabezas sedientes de triunfo. Contra todo. A pesar de todo. Capitulación. Derrota. Puerto Argentino es como la Itaca maldita a la que nadie quiere volver. Ulises volvió a su patria si, pero victorioso después de Troya. Ellos no pueden volver con las manos vacías. Son soldados, al fin de cuentas.
Iniciamos repliegue de Tumbledown hacia Sapper hill. Y después fue juntar la tropa que quedaba para replegar hacia Puerto Argentino donde los espera su destino ineluctable: Rendirse. Entregar las armas. La dignidad y la valentía, son lo último que se pierde, sin embargo, cuando se es Jaimet o algún buen soldado argentino. Ahora repliego hacia Puerto Argentino y llego a la confluencia, al Cerro Wirellesss Ridge donde nuestros compatriotas aún luchaban. Cuando uno se va replegando uno debe destruir todos los elementos propios, entonces ya que íbamos a tener que deshacernos de nuestras municiones, las juntamos, recargamos las ametralladoras y disparamos a los ingleses a 700 metros y así desviamos el ataque a los argentinos.
¿Qué paso después?
Destruimos todo los que quedaba y a la vuelta los ingleses nos persiguieron a cañonazos. Llegamos a Puerto Argentino, recogimos heridos, los cargamos en un camión y los mandamos al hospital.
Clic. Una foto que lo dice todo. Un Jaimet más joven, de bigotes tupidos, la mirada extraviada, mira sin mirar el momento en el que se inicia el operativo retirada. Ha caído prisionero de guerra en un barco inglés, el Saint Edmund, en el Puerto de San Carlos lo que le ha permitido bañarse en una ducha luego de 55 días y comer como Dios manda, es decir más de una vez por día. Sin embargo, ni la comida caliente ni el baño regular parecen consuelo para este soldado argentino solo conocido por Dios. Ya saben: lo de la imágenes y las palabras: la foto es la mejor crónica de la rendición y su rémora de desazón. Se ha perdido la guerra y eso es todo lo que cuenta. Y todo lo que pesa.
Estamos de nuevo en su departamento, al resguardo de los obuses y los tiros de Fal.
¿A qué conclusiones llegó luego de la terapia?
Yo me prodigué en el campo de combate y traté salvar a los soldados a los que mandaba. Hice lo que tenía que hacer. Nosotros, todos los que estuvimos en Malvinas, teníamos un compromiso de honor con el país y con la patria. Hay veces que me preguntó como hubiera hecho mejor o lo otro, si hubiera sido viable. Voy a volver a Malvinas para comprobarlo. Lo que me permitió la terapia fue objetivizar los hechos.
Dos condecoraciones dan prueba de semejante entrega: la al Valor a los Combatientes del Congreso de la Nación y la Condecoración al Valor al Combate de la Nación.
Pienso en los muertos. También en los muertos del enemigo. Pienso: ese tipo cree en el mismo Dios que yo, va a misa, reza, es padre de familia, tiene quien lo llore.
¿Se siente en parte víctima de esta guerra?
Nada de eso. Un soldado no siente así. Nosotros damos todo por amor a la Patria. Fíjese en Inglaterra hay una placa que pusieron los soldados ingleses de Malvinas que dice así: We re not children. WE ARE THE LORDS OF THE WAR. Eso piensan ellos. Eso pensamos nosotros.
¿A qué otras reflexiones lo llevó Malvinas?
A que el soldado argentino es el mejor soldado del mundo. Solo pide que lo manden bien y el ciudadano que lo dirijan bien.
Es en esta parte en que Jaimet comando, paracaidista, instructor de tiro y de tácticas de comandos, macho alfa de su compañía, ex combatiente de Malvinas, padre de familia, amante de Aristóteles y de Rod Stewart se vuelve solo un soldado.
Malvinas fue la última Guerra de Caballeros dice al pasar.
Voy a Wikipedia: La guerra de Malvinas o la Falklands War, según quien lo mire, concluyó el 14 de Junio de 1982 con el cese de hostilidades entre ambos países y la rendición de la Junta Militar Argentina frente al Reino Unido de Margaret Tachter.
El ritmo de su corazón
El cuadro estrecho no logra contener la abundancia del amor, la prodigalidad en la lucha, ni el heroísmo de tantos soldados. La mañana se extingue como el café sobre la mesa. Jaimet se para y me muestra ahora sus memorias fragmentadas de la guerra: cuadros pintados del frente regalados por ex camaradas y sus familiares. Es entonces que afloran los recuerdos de lo cotidiano. Los de las batallas minúsculas.
¿Es verdad que no disponían con las condiciones básicas para vivir? ¿Que no tenían suficiente comida por ejemplo? (pienso ahora en las cartas y los chocolates que enviamos)
Nosotros teníamos raciones de guerra. Una por día pero también robábamos y faenábamos ovejas para comer. Aún así bajé 15 kilos.
¿Cómo se aseaban cada día?
Había en el pueblo un pequeño hotel donde fui un día para bañarme. Practiqué mi frase: I want to take a shower, dije pero la dueña me respondió: it s Sunday. Justo era domingo y ese día no estaba disponible la ducha, cuenta Jaimet divertido. Para todos los días había hecho dos agujeros en el hielo. El agua de uno de ellos la usaba para asearme y del otro la usaba para tomar agua.
Para fumar usaban la yerba gastada del mate que armaban como cigarrillos. Se ríe y sigue con las anécdotas de la supervivencia. Anécdotas repetidas, supongo hasta la insistencia en sus reuniones anuales de camaradería atesoradas durante años en los duros corazones de viejos soldados según dice Jaimet.
Fin de la historia malvinense. Margaret Tatcher apura otro Bell pero no bebe sola supongo sino que acompañada por su séquito exultante con los que elucubra un segundo mandato. En el otro extremo del mapamundi, el General, en cambio toma un Scotch en soledad, como corresponde a los vencidos, y se prepara a partir. La democracia es el nuevo viento que sopla en el continente y la Argentina clama por ella.
¿Cuál canción de Rod Stewart es su favorita?
The rythm of my heart, contesta el viejo soldado sin dudarlo y se pone a silbar bajito: Oh, rythym of my heart is beating like a drum/with the Word i love you. ¿Notó que empieza con una gaita y tiene ritmo militar? Inquiere el héroe emocionado.
¿Y la Reina Elisabeth? Esperando la segunda parte de The Crown en Buckingham Palace mientras mastica más scones.