Rodrigo, de 12 años, y su hermana, Carla, de nueve, salen cada tarde, después de las 19, a recorrer las calles de la ciudad para juntar cartones. Lo hacen junto a su mamá, Inés. Cuando ya han llenado varias bolsas, le mandan un mensaje al papá, para que vaya con un carro a buscarlos. Tendrán que esperar hasta después de las 10 de la noche, porque antes corren el riesgo de que les secuestren el único medio movilidad con el que cuentan para trabajar.
“Carla está en cuarto grado y Rodri va a la secundaria. Estoy muy contenta. Yo no pude terminar la primaria”, cuenta la mamá. Desde que son bebés, los lleva a trabajar con ella. Han estado primero en los semáforos vendiendo distintos artículos y luego se dedicaron a los cartones, al igual que muchas de las familias del barrio donde viven en un módulo habitacional, en la Costanera Norte.
En la esquina de avenida Mate de Luna y Alfredo Guzmán, un niño ofrece golosinas a los automovilistas que esperan el verde del semáforo. “Cómpreme por favor para que me pueda ir a mi casa”, pide. Está anocheciendo y aun tiene la caja bastante llena de gomitas y chocolates. Pero no parece preocupado. Ni bien los autos avanzan, sale corriendo a entretenerse en los juegos que están a la vera del canal sur.
Revuelven la basura en busca de cartón, piden limosna, venden golosinas, limpian parabrisas o hacen malabares en los semáforos a cambio de unos pesos. También están los que recorren las casas pidiendo ropa o alimento.
La cantidad de niños en las calles tucumanas aumentó en tiempos de pandemia y en el contexto de un país donde la pobreza crece día a día. Según las autoridades, en Tucumán los chicos no viven a la intemperie, pero salen y buscan sus actividades en la calle; la situación económica general y la inflación hicieron que detecte más gente con dificultades trabajando en la vía pública.
Un relevamiento detectó que hay unos 50 niños, niñas y adolescentes en situación de calle, explicó Myriam Beatriz Martini, Directora de Niñez, Adolescencia y Familia, del Ministerio de Desarrollo Social.
Bajo su dirección funciona el programa Amachay, que específicamente interviene cuando se encuentra un niño en la calle. Cuentan con un equipo de operadores y técnicos (psicólogo y trabajadora social) que a diario realizan recorridos en el centro y en los semáforos de las avenidas de la capital. También llevan a cabo salidas nocturnas programadas para visualizar a los menores y familias que a la caída del sol salen a trabajar.
“El objetivo de los abordajes e intervenciones apunta a disminuir paulatinamente la frecuencia en la calle de estas familias, brindándoles asistencia y las herramientas necesarias para modificar su dinámica en la economía familiar. Actualmente se está trabajando con 50 chicos, que pertenecen a 30 grupos familiares. Con la intervención técnica que realizamos, se intenta la restitución de derechos de esos niños, niñas y adolescentes”, señaló.
Vínculo de confianza
Cuando encuentran a un menor ejerciendo mendicidad, haciendo venta ambulante o limpiando vidrios, entre otras cosas, lo primero que hacen es ver si hay un adulto que lo acompaña. “Debemos establecer un vínculo de confianza que permita iniciar el proceso de intervención técnica”, explicó Martini.
“Si constatamos que los menores se encuentran en situación de alto riesgo o ellos son los principales proveedores de la economía familiar, realizamos acciones de protección inmediata para resguardarlos”, aclaró.
La zona bancaria, el microcentro y el semáforo en el Cristo son los lugares donde últimamente han visto más chicos trabajando o mendigando. “Sí se puede observar en los últimos dos años un crecimiento paulatino de niños, niñas y adolescentes en situación de calle, que está directamente relacionado a la pandemia”, apuntó.
En ese sentido, remarcó: “no se debe perder vista que un niño en la calle no es una vida que se desarrolla aisladamente, sino que es resultado de una dinámica familiar atravesada por el impacto del contexto social. No podemos sostener una infancia libre sin mejorar las condiciones de vida vincular dentro del grupo de referencia. Nuestra intervención apunta en esas situaciones coyunturales, a acompañar a esa familia en mejorar su calidad de vida”, resaltó. “Los niños deben estar estudiando y jugando, y no en situación de mendicidad, dado que tienen Asignación Universal y otros derechos sociales asegurados”, concluyó.
Hasta la madrugada
Distintas ONG que recorren las calles tucumanas llevando comida y abrigo a la gente sin techo confirman que no hay niños durmiendo en la vía pública. Pero sí encuentran a diario a muchos chicos trabajando con sus familias hasta la madrugada.
Nadia Amaya, de “Apapachando Corazones”, cuenta que cuando salen por las noches ven menores en la zona del parque 9 de Julio o en la Plazoleta Mitre. “Pero generalmente estos pequeños tienen casa y familia, solo que salen a trabajar, a juntar cartones principalmente”, describió. “Les preguntamos si quieren comer. Siempre aceptan ayuda”, detalla. La ONG prepara unos 120 platos de comida antes de cada recorrido.
Daniela Nuñez, de “Yanapay”, cuenta que en los operativos nocturnos que hacen encuentran cada vez más gente en la calle. De hecho, cuando empezaron tenían como objetivo asistir a unas 60 o 70 personas en la capital. Pero ahora están preparando cerca de 170 platos de comida como base. “Asistimos también a familias que están con sus hijos trabajando en las calles”, cuenta. Lo mismo hacen desde “Ronda Amiga”, el grupo que lidera Aidina Contreras.
Emergente
La socióloga tucumana Josefina Doz Costa, actualmente directora en la Defensoría de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes de la Nación, sostiene que la “situación de calle” no queda determinada exclusivamente por si hay o no menores de edad durmiendo en la calle, sino también por su socialización y desarrollo en ese contexto, es decir, la cantidad de horas diarias que pasa en la calle.
“Que un niño esté en la calle suele ser el emergente de múltiples factores. El Estado debe abordar estas situaciones de manera integral, en una tarea articulada donde se trabaje con los chicos y los padres, atendiendo cuestiones de identidad, protección social, salud y educación, pero también situación laboral y cuestiones habitacionales. Los organismos de protección de derechos de la infancia por sí solos no pueden resolver situaciones atravesadas por la pobreza estructural”, señaló la profesional.