Cuando el viento sopla hay que saber escucharlo… para saber de dónde viene“. La frase pertenece a un agudo analista regional, cuyo nombre no viene al caso. Ese viento nació con forma de brisa. De “brisita” en palabras de Diosdado Cabello. Y llegó a Santiago, Chile, en uno de los sábados más violentos de su historia democrática. Quizás alguno aún crea en las casualidades.
En uno de los países más ordenados del continente suelen verse manifestaciones con algunos grados de temperatura elevada. Son aquellas en las cuales los estudiantes se hacen oír ruidosamente y los sucesivos gobiernos -de izquierda, derecha, socialistas, conservadores, Michelle Bachelet, Sebastián Piñera– han mantenido el orden. Con rigor indisimulable todos.
Sin embargo, las escenas que se vivieron en las últimas horas en Santiago, Chacabuco, Valparaíso y otras comunas y provincias, fueron extemporáneas. Similares a las que se observaron en Quito hace apenas semanas y que llevaron el sello inconfundible del chavismo. ¿Acaso la dictadura de Nicolás Maduro también decidió involucrarse en Chile? La imaginación permite la duda. La historia reciente del régimen venezolano, también.
La antipatía entre los sucesivos líderes chilenos con Maduro es explícita. Piñera -hace tan sólo 48 horas- señaló que era “un desprestigio para la comunidad internacional” que Venezuela haya sido elegida para integrar el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Quizás le pareció prudente -en términos diplomáticos- hablar sólo de “desprestigio“. También dijo que el poder, como a todo dictador, hay que arrebatársele. Pocos en el continente se mostraron tan firmes.
En la semana había ido más lejos en su firmeza contra la autocracia caribeña. Su canciller, Teodoro Ribera, había señalado que implementaría un bloqueo total en caso de que el conversador de aves no convocara a elecciones libres en el corto plazo.
Los embates chilenos contra el Palacio de Miraflores no son gratis. Maduro continuamente ataca al presidente chileno. Lo calificó de “pichón de (Augusto) Pinochet“, como si pudieran equipararse los tantos de uno y otro. Quizás fue un acto fallido: trabajo para los freudianos.
Faltarán pocas horas para que desde Caracas festejen a las hordas. Los voceros del régimen dirán que la revisión de las medidas sobre el transporte fueron una victoria del pueblo chileno. Tal como lo hicieron como los tristes sucesos ocurridos en la capital ecuatoriana, con la sombra de su ex presidente Rafael Correa detrás. En esa oportunidad, el ex mandatario hasta se animó a convocar a elecciones. Pero el vínculo era más claro. El líder con sede en Bruselas es empleado de Maduro. Lo reconoció él mismo, al admitir que hace “consultoría“.
Sin embargo, el pueblo chileno es aquel que se manifestó en las calles pero de forma pacífica el viernes y en horas de este sábado. ¿En qué lugar del mundo se reclama por el valor del metro saqueando un Walmart? ¿Quién lo hace quemando una sucursal de un periódico? La “brisita” parece haber atravesado los Andes. PlayAsí se quemaba El Mercurio de Valparaíso
La única diferencia es que en Chile Bachelet no es una aliada del Socialismo del Siglo XXI. Por el contrario. La dictadura aún sangra por el lapidario informe que escribió detalladamente la ex jefa de estado y actual Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y que sirvió para que algunos líderes mundiales dejen de hacerse los distraídos.
Si bien Venezuela está quebrada económicamente para su pueblo, en Miraflores resguardan algún resto de dinero para mantener su poder en tierra latinoamericana. ¿Dónde más están interviniendo con sus dólares? Cabello, uno de los hombres más poderosos del régimen, graficó que “una brisita bolivariana” se dejaba sentir en Ecuador, Perú, Brasil, Honduras, Colombia y Argentina.
La dictadura chavista obedece a Cuba y todas sus maniobras están dirigidas a ganar tiempo. Valdrá preguntarse: ¿Es Caracas o La Habana quien desestabiliza a la región? La isla atraviesa dificultades económicas cada vez más severas. No tiene petróleo. No arriesga sus agotadas reservas. A diferencia de su par ecuatoriano Lenín Moreno, Piñera no tardó diez días en dar marcha atrás con unas medidas cuyo malestar sería evidente. También impactaron donde más duelen este tipo de resoluciones: en el bolsillo de las clases obreras, aquellas cuyas monedas se cuentan una por una. Algunas administraciones, quizás, deberían ser más cautelosas y evitar abrir ventanas a oportunistas regionales. Por lo menos hasta que el viento deje de soplar.