No se descubre nada si se dice que Diego Armando Maradona provoca amores y odios. Ayer, lo que más se expresó en su presentación oficial como director técnico de Gimnasia y Esgrima ante 25.000 personas y en su estadio, fue el amor. Amor incondicional por uno de los pocos jugadores argentinos que lideró a una Selección a un Campeonato del Mundo y que intentará revivir a un equipo que parece condenado al descenso. Lejos de sus fieles -hinchas o no del “Lobo”- sus detractores tratan de bajar al ídolo del podio con sus argumentos. Pero si hay algo que Maradona les provocó a estos dos grupos y en lo que estuvieron unidos es en la interpelación. Nadie puede dejar de cuestionarse el fenómeno que representa el flamante entrenador y la revolución en el mundo futbolístico que causó.
¿Por qué pasa esto? ¿Qué es lo que hace que siga siendo vigente? ¿Por qué otros jugadores no tienen el imán que posee Diego? ¿Cómo es que su emoción se transforma inmediatamente en la emoción de muchos? Todas esas preguntas se hacen amantes y maldicientes de Maradona cuando lo ven en una circunstancia como la de ayer y eso ya es mucho.
Las respuestas (que no son únicamente “México ‘86”, aunque tenga que ver) aparecen, se ignoran, esclarecen, generan más preguntas, pero lo esencial es que surgen. Y nadie puede huir de ellas. El que ve a Maradona, se siente interpelado.
No son las mismas preguntas que le hicieron al propio Diego en la misma presentación o en la conferencia de prensa posterior, claro. Pero para todas las que surgieron, él tuvo una respuesta.
“Yo no soy ningún mago, a mí me gusta trabajar. Nos vamos a jugar la vida pero acá no se juega con ametralladoras ni revólveres, acá se tira el centro atrás para que la empuje el compañero y festejemos todos”, explicó, poniendo los pies sobre la tierra con su intervención en este proceso. No muy lejos de esa declaración, entró en una contradicción divina. “Si dios quiere, nos salvamos (del descenso)”, aseguró mientras efectivos de seguridad privada retiraban a algunos hinchas que invadieron el campo de juego para venerarlo.
Pero atento a todos los frentes, como casi siempre estuvo, Maradona también se refirió al otro grupo que lo observa en estos momentos. A aquellos que no lo idolatran pero de alguna manera, ya sea interpelándose o con algún comentario, lo tienen presente. “Quiero ser respetuoso… como no lo son ellos”, expresó el capitán y ex DT del seleccionado argentino antes de la explosión del cántico “el que no salta, es un inglés”, que alude al presidente de Estudiantes, Juan Sebastián Verón.
“La vuelta de Maradona no me genera nada”, había dicho Verón días atrás y resulta difícil creerle. No solo por lo planteado al inicio sino porque aunque los sentimientos sean negativos, la reacción al Diego, de alguna manera está.
La emoción lo desbordó en varios momentos. Primero, al bajarse del carrito de golf que lo llevó hasta la mitad de la cancha durante su ingreso al campo. Segundo, en el momento de recordar a sus padres. “Estoy de pie como quería la ‘Tota’. Me pedía que no me muriera por esa porquería. Y no me morí. ¿Qué me diría mi viejo se me viera caminando acá? ‘Caminá mejor, carajo’”, rememoró. Por último, las lágrimas también le ganaron cuando Giselle Fernández, hermana de Cristina, la ex presidenta, le entregó una medalla de su madre Ofelia Wilheim, fanática de Gimnasia.
Obviamente, sus lágrimas fueron las de los que estaban allí. De los que estaban en las tribunas y de los que estaban fuera de ellas. Y los que no lloraron, al menos se preguntaron. ¿Cómo es que pasa esto?