Poco parece haber durado la omnipotencia que transmitió Sergio Massa al momento de su asunción algunos meses atrás. Las inconsistencias comienzan a pasar factura. La desidia y la imprudencia en materia económica están evidenciando fuertemente los problemas estructurales que tiene la economía argentina. La inflación se despierta después de algunos meses que reposaban sobre cierto manto de calma.
En principio, estaría empezando a hacer agua el principal objetivo del ministro de Economía, Sergio Massa, cuando reemplazó a Silvina Batakis, en agosto del año pasado. Sus hechizos con el invento de varios tipos de dólar para fortalecer las reservas del Banco Central empezaron a perder encanto ante otras evidencias de la realidad. El ministro prometió una baja de la inflación para llegar a marzo o abril con un índice por debajo del 4%.
//La inflación de enero fue del 6% y tuvo una acumulación interanual del 98,8%
Encarar así el corazón de la campaña electoral. Eso le concedió al ex intendente de Tigre volumen político dentro de una coalición frentista que toleró su llegada, es especial, por falta de recursos propios y el pánico al abismo. Las cosas, sin embargo, no estarían funcionando según sus previsiones. El recorrido del ministro desde que asumió Economía es, en ese terreno, desalentador.
Dejó agosto del 2022 con 7%; septiembre con 6.2%; octubre 6.3%; noviembre 4.9%; diciembre 5.6% y enero 6%. Interanual de 98.6%. Secuencia que en principio tendría dos efectos: complica su vínculo con el kirchnerismo que, aceptando de mala gana el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), apostó las fichas electorales a la baja inflacionaria. Tal decepción puede afectar definitivamente la posibilidad de una candidatura presidencial de Massa. El ministro conocía lo que estaba por venir.
De allí que en aquella reunión con intendentes aludió a la presunta incompatibilidad entre su papel de funcionario y el de supuesto candidato. El ministro venía tocado porque sus apuestas no habían logrado recomponer una dosis mínima de confianza en la Argentina. La corroboración de la inflación para arriba lo forzó a sacar medidas de apuro. En primer lugar, la negociación para un crédito de poco más de U$S 1.000 millones destinado a reforzar las reservas del Tesoro.
El goteo de divisas continúa incesante en el Banco Central. La recompra de la deuda que anunció semanas atrás no produjo la recuperación esperada en los mercados. El enojo de Massa con el nuevo índice inflacionario podría ser el reflejo, tal vez, de cierta desorientación. Dijo escuetamente que le da “bronca”. Se trata, simplemente, de un estado de ánimo que compartiría con la sociedad. Que padece.
Mientras tanto, Sergio Massa arma una bomba de tiempo de: Dólar soja. Cepos y cepitos. Tarifas pisadas. Inflación reprimida. La bomba de las lequis que implica que el banco central pagará solo de intereses casi 3 billones de pesos. Una bomba de tiempo con una mecha larga para que le explote al gobierno que venga. Y encima, Massa, tiene la arrogancia de decir que Uruguay sería como nuestro hermano menor.
El argentino Massa se siente más poderoso que Uruguay, que tiene una inflación anual que no llega al 9 por ciento contra el 94 por ciento de argentina. Con un dólar que vale 38 uruguayos, contra los 380 pesos argentinos que nadie te quiere tomar. Deberíamos pedirle disculpas a Uruguay. ¿Viven en Narnia o nos toman por imbéciles? Porque la vez pasada, ante la prensa brasileña, al presidente, se le pudo haber escapado.
Pero repetir hoy que la inflación en argentina es autoconstruida ya parece una provocación. Y después está la mentira. La perversión. ¿Para qué sirve un nuevo billete de 2000? La última vez que se lanzó el billete de la más alta denominación, en 2017, mil pesos equivalían a 58 dólares. ¿Saben cuánto valen ahora 2.000 pesos? Apenas 10 dólares. Una miseria. Tan miserable es el billete como manga de delirantes que nos gobiernan.