La única guerra dentro del gobierno no es contra la inflación, sino entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández. Era hasta hoy, una guerra larvada, una guerra simulada. Que él buscaba subsanar con imposibles equilibrios y con obediencia total. El acuerdo con el Fondo lo llevó a un límite tal, que, parado en el jardín de los senderos que se bifurcan, se vio obligado a una decisión existencial: elegir entre los designios de ella y su propia supervivencia ante el precipicio de otra crisis fenomenal.
No es que no sea responsable por el tiempo perdido y malversado, pero así fue como ejecutó su primer acto de desobediencia. Acto en el que rompió con el orden invertido que ella había transformado en sistema: la segunda mandaba al primero. Y esta herejía a ojos del kirchnerismo duro, es la que terminó por detonar la crisis de liderazgo que ya era un choque faccioso y fratricida que sólo se agravaba.
Ahora, con el acuerdo puesto, y la necesidad de cumplir las medidas que implica, hay una subversión de ese orden invertido impuesto por Cristina Kirchner, que ella vive como una traición. Lo curioso es que, en las horas definitorias, no se opuso abiertamente. Quizás porque sabía que su posición iba a mostrarla en soledad, o por un inútil juego hipócrita donde quiso salvarse de la mancha maldita de acordar, como si pudiera estar adentro y afuera del gobierno al mismo tiempo.
La crisis de gobernabilidad por el rumbo del gobierno generará cortos circuitos permanentes en cada decisión. Hasta ahora, el esquema de gobierno tenía al cristinismo sentado sobre el presupuesto o con controladores de área, donde ya se sabe el representante de quién tiene más poder e influencia. Pero el cumplimiento del acuerdo con el FMI, no admite ciertas contradicciones.
Lo curioso esta vez es que el albertismo no tiene intenciones de ocultar la crisis con Cristina, más bien parece decidido a hacer uso político de ella. Fue el propio canciller Santiago Cafiero quien, en un artículo periodístico de su firma, explicitó el estado de cosas: “El Frente de Todos atraviesa un momento crítico”, reconoció, que implica, según él, “riesgo de quiebre” y “ruptura” del espacio. Otrora, el albertismo, se desvivía por ocultar las rispideces con la jefa, por disimular el conflicto.
Es decir, que no se notara, aunque eso implicara incluso humillación. Desde la semana pasada decidieron exponer la fractura. Como cuando la portavoz del gobierno informó que la Vicepresidenta no le contesta los mensajes al Presidente. Esos desplantes que antes se tapaban, ahora se ponen en la vidriera. Y nadie muestra lo que quiere ocultar. Es decir, la decisión es mostrar. Como si el mandatario hubiera encontrado su fortaleza en mostrar la confrontación con Cristina.
¿Qué puede hacer Cristina? ¿Irse? Si algo sabe Alberto Fernández, es que Cristina lo eligió para poder volver al poder y guarecerse en él. Cristina no puede irse del gobierno. Como dice alguien que conocer las cañerías del poder, “Cristina está presa en el poder” de por vida, por las causas judiciales que la asedian. Pero esta novedosa audacia, le requerirá al Presidente reacomodar los equilibrios internos para que el propio gobierno a la hora de ejecutar responda a sus órdenes y no a las de ella. Y ese juego, es un juego en el que hasta ahora Cristina le gana por goleada.
Porque tiene la burocracia tomada. Ambos, Alberto y Cristina, necesitan comprar un insumo imprescindible para su subsistencia política: futuro. En el caso de ella, y eso motiva sus movimientos, mantener sus votos fieles del núcleo duro, para ser candidata a senadora en 2023 y conservar fueros para ella y su hijo. En el caso de él, quizás su mejor campaña, dentro del peronismo, puede ser disputarle el liderazgo a ella, vencer a Cristina desde adentro.
Y no es una batalla que pueda ya postergar. No sólo por el acuerdo con el Fondo que será revisado cada tres meses, sino porque los tiempos de la política ya están adelantados. Mientras la mayoría de los argentinos padecen la crisis, la política ya palpita el 2023. Él nunca será el candidato de ella. Y ella no lo dejará gobernar para evitar que lo sea. Por eso el combate se ha vuelto descarnado entre los dos, porque es por la supervivencia. ¿Habrá espacio para una falsa tregua?
La guerra de los Fernández, amenaza también con ser feroz y con cargarse algo que solía ser bandera del peronismo: las garantías de la gobernabilidad. Eso que ahora parece deshilacharse. La nota del domingo firmada por el canciller Cafiero, se tituló “Nos une la Patria”. Ya se sabe que la primera Patria para el peronismo no es otra cosa que el poder. Eso que Alberto Fernández quiere construir recién ahora, y a las apuradas.