La Iglesia transmitió su dolor por la muerte de jóvenes y adultos como consecuencia de haber consumido cocaína adulterada y reclamó a las autoridades nacionales que “se ocupen de ir detrás de los mecanismos de corrupción en todos sus niveles, que alimentan este circuito del narcotráfico”,
En un fuerte pronunciamiento, los obispos de la Región Buenos Aires recordaron que “la droga mata” y advirtieron sobre la destrucción de “tantos barrios, comunidades, familias y hermanos”, ante un hecho delictivo que provocó 23 muertos y más de 40 heridos.
Al mismo tiempo, insistieron en sus reclamos por la creación de “mayores espacios de contención e internación, para que las familias más pobres puedan llevar a sus familiares adictos”.
La declaración lleva la firma de los obispos que integran el área metropolitana, como el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli; el obispo de San Isidro y presidente del Episcopado, Oscar Ojea, y el titular de la diócesis de San Martín, Martí Fassi, quien ejerce su misión pastoral en el barrio vulnerable donde se desencadenó la tragedia, entre otros.
“No estás solo, lloremos juntos: la droga mata” es el título del documento, con el que los obispos quisieron acercarse a los afectados por la tragedia y sus familiares. Salvando las distancias, por la magnitud de las víctimas, el pronunciamiento hizo recordar la reacción de la Iglesia, cuando reclamó también contra la corrupción ante la tragedia de República Cromañón,en diciembre de 2004.
“No podemos permitirnos pasar por alto esta tragedia y tantas otras que transcurren todos los días. Hay que hacer memoria y aprender juntos a convivir con este dolor, allí donde hay heridas, que no van a cerrar nunca”, expresa el documento. Varios de los muertos y heridos son jóvenes que viven en barrios vulnerables, cercanos a la Villa La Cárcova, donde se desenvuelve el padre José María “Pepe” Di Paola.
Fuentes eclesiásticas revelaron a LA NACION que en las próximas horas el obispo Fassi celebrará una misa en el santuario de Lourdes, en Santos Lugares, para rezar por las víctimas y transmitir su cercanía a los familiares y heridos.
Los obispos hicieron un fuerte llamado a toda la sociedad para trabajar juntos fuertemente en la prevención de las adicciones y propusieron llevar adelante el “método de las 3 C: abriendo más espacios de capillas, clubes y colegios”.
Combatir la corrupción
“No nos cansemos de pedir a las autoridades del Estado Nacional, que se ocupen de ir detrás de los mecanismos de corrupción en todos sus niveles, que alimentan este circuito del narcotráfico, que destruyen tantos barrios, comunidades, familias, hermanos. Alentamos también la creación de mayores espacios de contención e internación, para que las familias más pobres puedan llevar a sus familiares adictos.
“Estamos profundamente conmovidos con las muertes de jóvenes y adultos como consecuencia del consumo de estupefacientes, lloramos juntos con sus familiares y amigos por tanto dolor e impotencia, acompañamos tantas luchas con nuestra oración y cercanía”, expresaron los obispos.
Frente al reclamo de mayores esfuerzos para atender las necesidades de jóvenes afectados por la drogadicción, en el Episcopado recordaron que la Iglesia atiende en todo el país unos 150 Hogares de Cristo, centros de recuperación en los que se brinda asistencia y contención a los adictos. Todo ello, en un contexto en el que la problemática de la droga “se ha ido extendiendo, profundizando y complejizando”.
“Como Iglesia católica y juntos a tantos hermanos cristianos y de otras confesiones, queremos seguir comprometidos: basta ver como nuestras comunidades están abiertas a grupos de asistencia de adicciones de diversa índole, o bien centros dedicados exclusivamente al tema de las drogas”, dice el pronunciamiento. Los obispos definen la adicción como “un grito, que clama con angustia, pidiendo ayuda”.
Testimonio de una madre
Al transmitir su dolor por la tragedia, los obispos reclaman, también, una ley de emergencia en adicciones y citan el testimonio de una madre, que reveló que su hijo “no recibió asistencia, porque si él no se quiere internar no lo atiende nadie”.
“Dormía todo el día y salía de noche. No conseguía trabajo. Y si conseguía trabajo, se lo gastaba en droga. Desde los 14 años que consume y que yo vengo luchando”, es el testimonio de la madre.
Ante las voces que promueven la despenalización de la droga, los referentes de la Iglesia dejaron en claro su rechazo a la iniciativa. En agosto de 2021, los obispos habían expresado su rechazo a la propuesta del presidente Alberto Fernández para debatir la legalización de la marihuana.
En ese sentido, esta vez cuestionaron que “se hable del caso de la droga adulterada, como si existiera una droga legítima”. Y advierten sobre las consecuencias en la salud y en las relaciones familiares y sociales. “Escuchando a tantos pibes y pibas de nuestros barrios, lo que comenzó como un pasatiempo, una probada, termina siendo un espiral de violencia, abandono escolar, situación de calle, muerte”, afirma la Iglesia.
“La despenalización del consumo, la legalización de las sustancias, solo traerá más consumo y marginalidad. Seguramente se instalará en la sociedad que las drogas legales no hacen daño: las drogas matan siempre”, añade la Iglesia.
Los obispos advierten, asimismo, sobre la naturalización de hechos de muerte y de violencia, como la realidad de la pandemia, las personas que no tienen agua potable, ni otros servicios básicos, o no tienen lo suficiente para comer o acceder a una asistencia digna de salud, no tienen vivienda, no tienen trabajo o teniéndolo son explotados, así como “las víctimas de la inseguridad, los abuelos abandonados, la trata de personas, las personas que están solas, los que siguen sufriendo el flagelo de la droga todos los días y tantas otras injusticias con las que nos enfrentamos a diario”.
Afirman, finalmente, que “los derechos humanos vulnerados nos tienen que conmover y movilizar: no podemos ser indiferentes” y citan al papa Francisco, quien en diciembre de 2018 pidió poner en marcha “una forma de humanismo que sitúe a la persona humana en el centro del discurso socioeconómico y cultural; un humanismo que tenga como fundamento el Evangelio de la Misericordia”.