Un aire de ajenidad sopla en el kirchnerismo respecto del gobierno que su propia jefa inventó una vez que descubrió que ella por sí misma no podría regresar a la presidencia. Cristina Kirchner consumó una maniobra sorpresiva cuando hizo presidente a Alberto Fernández luego de una recorrida previa que recogió los pedazos rotos de un peronismo disgregado en los últimos años de su mandato.
Esos peronistas entraron a la misma bolsa que habilitó la actual vicepresidenta en un acto de liderazgo y habilidad, contrapuesto con la frustración que la segunda mitad del mandato de Mauricio Macri había provocado en sectores decisivos del electorado. Es ahora la propia Cristina Kirchner la que rompió con su propio invento, socia en las buenas, alejada en los malos momentos.
Su juego ya se insinuó cuando su hijo Máximo dio vuelta la primera carta: expondrá a Alberto Fernández a pagar todo el costo de las condiciones del acuerdo con el Fondo Monetario y se guardará un posterior: “Yo les avisé; yo tenía razón”. Ese ensayo de resguardo se basa en la certeza de que la situación de la economía no mejorará lo suficiente como para ser competitivos el año que viene.
Y, además, en la convicción de que cumplir con lo que se pacte con el Fondo impedirá atender al núcleo electoral que la sostiene, en las profundidades del abismo de pobreza y marginación del conurbano. El acuerdo con el Fondo parece una mancha venenosa, pero lo que en realidad complica al Gobierno, como a sus alternativas futuras, es la inevitable necesidad de un reacomodamiento de las variables de la economía y de las finanzas.
El tan maldecido ajuste se hará por la vía de un plan asumido por el Gobierno o lo terminará haciendo la propia realidad, con la brutalidad conocida de los estallidos de otros tiempos. Mientras Cristina Kirchner presiona para morigerar el ajuste y coparticipar su costo entre su exsocio Alberto Fernández y los opositores de Juntos por el Cambio, desde ese costado Elisa Carrió lanzó un globo de ensayo.
Al proponer que el acuerdo con el Fondo no pase por el Congreso y sea asumido por completo como un acto del Poder Ejecutivo. Es un giro que expresa que el Presidente no tiene los votos para aprobar ese pacto con el FMI y que apunta a evitar que Juntos por el Cambio reemplace con sus votos o sus abstenciones las adhesiones que el kirchnerismo le negará a su propio gobierno.
De paso, la idea de Elisa Carrió le ahorra a la oposición un debate que pasará, es inevitable, por la decisión de Mauricio Macri de contraer un fenomenal endeudamiento a poco de observar que los prestamistas privados se disponían a cerrarle el grifo. Juntos por el Cambio posa en fotos de unidad que en realidad confirman una guerra de egos y especulaciones que separa a sus principales dirigentes.
Y pone en riesgo sus posibilidades de aprovechar las chances que les ofrecen la división del oficialismo y el avance de la crisis económica. Unos y otros, los que están y los que quieren volver, comparten el riesgo de quedar unidos por el fracaso compartido. Es lo que explican las maniobras para despegarse de la tragedia. Es lo que expone a los dirigentes en su ingenio y en su miseria.