No hay ningún secreto, a esta altura de los acontecimientos, en contar que Miguel Pesce sigue al frente del Banco Central (BCRA) a pesar de Sergio Massa. Más precisamente, sigue por decisión de Alberto Fernández y, en cualquier caso, porque resulta funcional al interés de Cristina Kirchner de monitorear o intervenir, sin interferencias, en un área clave para los intereses económicos.
Un dislate derivado de ese modelo de conducción fue que, inicialmente, el BCRA hubiese dejado afuera del negocio del dólar-soja nada menos que a los productores. El punto es que semejante vaivén siembra incertidumbre sobre incertidumbres y justo en el muy concreto, delicado frente donde mandan la necesidad de acumular dólares, el riesgo cambiario, la desconfianza y la inestabilidad.
Un poco del cuadro general y una buena dosis del apurémonos antes de que sea tarde aparecen, evidentes, en la velocidad a la que está usándose la franquicia. Según las cámaras que representan al sector, el martes pasado la liquidación de divisas del complejo sojero ya superaba los US$ 5.100 millones y podría estirarse hasta US$ 6.200 millones, según el lápiz afinado de algunos funcionarios de Economía.
Todo por encima de los US$ 5.000 millones de la meta, ex profeso cautelosa, que había fijado Massa. Si el resultado final fuese US$ 6.000 millones, como plantean otros cálculos, estaríamos hablando de 76% más que en agosto y del doble largo contra septiembre de 2021. Oxígeno para urgencias ya públicas, aunque se las exagere: “El Gobierno está desesperado por los dólares”, dijo el normalmente ampuloso secretario de Industria, Ignacio de Mendiguren.
Claro que al interior de esos números anida algo previsible y menos estimulante: es decir, que se hubiese adelantado demasiada exportación retenida y que, pasado el fin de mes de septiembre, la cosecha de divisas sea considerablemente más flaca. Puesto de otra manera, que las mejores expectativas deban recluirse en la temporada fuerte que arranca hacia abril-mayo del año 2023.
Y en tren de contar la realidad por los datos duros, sigue uno sorprendente que aparece en el proyecto de Presupuesto de 2023: plantea que el año próximo las importaciones caerán un 2,7%. Esto es, se vendrán a pique después de crecer al 44% durante el 2022. Pariente de la dependencia exterior de la economía argentina, hay una referencia que agrega sospechas a la sospecha. Dice que por cada punto que crece el PBI las importaciones deben subir tres.
Y como según el Presupuesto en lugar de aumentar tres las importaciones bajarían tres, el interrogante, grande como una casa, sería: ¿qué carta mantiene oculta el Gobierno para que semejante cosa vaya a ocurrir tan pronto? Sólo para arrimar el bochín: en los alrededores de Massa sigue hablándose de un plan de estabilización, o sea, ajuste y algo más. Por fuera existe lo que se ve, y empeorando.