Hace tiempo, yo veía que las familias de sectores sociales con bajos recursos elegían un hijo para invertir. Por ejemplo, uno de ellos, por alguna razón que los propios padres decidían, era el que iba a un colegio parroquial como para que tenga colegio todos los días”.
A diario, a millones de argentinos les suena el despertador temprano para ir a trabajar, llevar a sus hijos al colegio y regresar, después, a la noche familiar. Esa conducta básica, que bien podría decirse que es típica de la clase media argentina, está cargada situaciones nuevas, detonada por las urgencias y esconde un pasado prominente, un presente de derrumbe y un futuro sin más remedio.
El que se levante primero encenderá la luz, la canilla del baño y, luego, el gas para desayunar. Todos esos consumos básicos se cobran en una factura en la que, a fin de mes, se podrá leer la siguiente leyenda: “Consumo subsidiado por el Estado nacional”.
Cuando salga de su casa y tome el transporte público, el colectivo por caso, la máquina validadora le estampará en la pantalla un aviso que dice: “Sin subsidio, 700 pesos”. Si tiene algo más de dinero en el bolsillo y se mueve en auto, pues bien podría escuchar al ministro de Economía y candidato presidencia, Sergio Massa, que le recuerda que si no fuera por su “bondad distribucionista” el litro de nafta, al menos, duplicaría su valor.
Si esa familia tiene un alquiler de un departamento de dos ambientes por una zona residencial de la Ciudad de Buenos Aires y ha renovado su contrato en el último tiempo, seguramente pagará entre 180.000 hasta 350.000 pesos por mes, según se trate de Floresta o Núñez, y de acuerdo a los más caros y los más baratos que exhibe el portal de oferta inmobiliaria Zonaprop. Con los actuales niveles de inflación y la actualización trimestral, aquel que vive en el Norte de la Ciudad pues los valores se triplicarán a fin de año.
Después de regresar en transporte subsidiado y encender la electricidad y cocinar también con subsidios, aquella pareja bien podría preguntarse qué pasará el año próximo con las cuotas de los colegios de sus hijos.
Ese grupo familiar, que alguna vez pudo sustentar su vida normal, pues ahora sería pobre si con los ingresos que percibe tuviese que pagar las cosas a un precio real. El Estado lo ha convertido en incapaz de solventar sus gastos y, lo que es peor, en cada momento que puede, le recuerda que su subsistencia ya no depende de su esfuerzo y de su trabajo. Desde la primera acción de la mañana, el Estado les recuerda constantemente a los ciudadanos que ya no pueden comprar un boleto de tren a precio real y le estampa sobre la frente la indignidad económica a la que los ha llevado después de años en los que no se crea empleo de calidad. Y, de paso, con leyendas y declaraciones, les endilga que esa familia de clase media no ha logrado en toda su vida tener ingresos medios que permitan pagar lo que cuestan las cosas. Millones de argentinos arrojados a la indignidad.
“Ahora, aquel fenómeno [que se resalta al principio de la nota] también se ve en la clase media. Esa necesidad, de elegir a uno porque no alcanza para todos, es de lo más doloroso que tiene que hacer una familia. En las clases populares, la supervivencia del más apto suele ser una forma relativamente más aceptada. En la clase media esta ruptura de la continuidad es una tragedia, una pérdida enorme, porque es cortar el proyecto educativo que una familia pensó para sus hijos”. Quien habla es la doctora en Educación, Claudia Romero, profesora e investigadora de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella.
La caída de los ingresos de la clase media ya no es algo que se sienta o se perciba: es una realidad que se puede comprobar con datos concretos. Según un trabajo que realizó Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa) para LA NACION, los ingresos reales de los argentinos han tenido una estrepitosa caída con la crisis de 2018 y jamás recuperaron terreno. De hecho, con la aceleración de la inflación de los últimos meses, la curva descendente se empinó aún más hacia abajo.
Jorge Colina, economista y director de Idesa, comparó qué paso con los ingresos de 2017, el mejor años de los últimos seis, y vino haca acá para ver los movimientos de los ingresos reales. Si se toma como base 100 a principios de enero de se año (es decir, como una suerte de mojón para realizar una comparación), la curva muestra que durante el segundo semestre los ingresos mejoraron al punto que llegaron, entre julio y octubre, a estar por encima de aquel rango. Pero hacia fin de año, la cuenta empezó a revertir.
En 2018, los ingresos reales de la clase media empezaron una curva descendente y terminaron en alrededor de 90, es decir 10 puntos menos que el año anterior. Un año después, la caída fue más pronunciada y por cada 100 pesos de 2017 se llegó a terminar el año en 85, después de el peor mes (noviembre) en el que el indicador estuvo entre 83 y 84.
¿Qué pasó después? “Nunca más se recuperaron. Los ingresos nunca más recuperaron el nivel que tenían en 2017. En aquellos años de Macri empezó la pérdida de ingresos; durante todo el Gobierno de Alberto Fernández se mantuvo en esos niveles, incluso por debajo. En los últimos meses, con la aceleración de la inflación la curva sigue hacia abajo. De hecho, los números oficiales están hasta agosto, y los últimos meses han sido los peores, después de las PASO”, dice el director de Idesa.
Los más desprotegidos
Ahora bien, si la clase media hizo un camino descendente, los sectores de menores recursos transcurrieron ese recorrido directamente en picada. Siempre tomando como base 2017, este núcleo social mostraba en agosto, antes de la tormenta inflacionaria, que respecto de 100 pesos que tenía en el bolsillo en 2017 ahora tiene apenas 58. Y con tendencia hacia abajo, y pronunciada. “Los sectores de ingresos bajos sufrieron una estrepitosa caída. Cayeron con Macri [terminaron en 83 a finales de 2019] y se destrozaron en la presidencia de Alberto Fernández [están en 58]. Por eso es que le compran el voto por migajas”, dice.
Hay algo más. Los jubilados que no tienen la mínima también perdieron. Justamente ese sector tuvo un buen 2017 y terminó el año con una recomposición respecto de cómo empezó (llegó a 108 en diciembre frente a 100 en enero). El último mes de Macri los encontró en 94. Luego, Fernández, Fernández y Massa los desarmaron. De hecho, en agosto, por cada 100 que tenía en el bolsillo en 2017 pasaron a tener 75. En septiembre, con una recomposición, pasaron a 82, siempre muy por debajo de aquella referencia.
Los que mes a mes tienen la mínima tuvieron un salto en septiembre, gracias al bono, que termina este mes, casualmente después de que ya hayan votado; regresaron desde los 83 en los que habían quedado a 100, a poco menos de 10 de septiembre de 2017, el mejor mes de los últimos seis años.
Detrás de este fenómeno hay una palabra que toma dimensión: pobreza. José María Donati es el director general de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires. Entre las series que realiza el gobierno porteño hay una que posa la vista en los ingresos de los que viven entre la avenida General Paz, el Río de la Plata y el Riachuelo. La muestra que sigue divide a los habitantes en pobres y no pobres. En el segundo semestre de 2017, por cada 100 había 16,2 en situación de pobreza (3,7 indigentes y 12,5 pobres no indigentes). “Esos números crecieron, ya que ahora llega a 27 [10,3 y 16,7 respectivamente]. Lo que pasó en la clase media es distinto, porque todos cayeron una categoría. Es decir, bajaron un escalón. Se empobreció la clase media”, sostuvo, a partir de los números que elabora.
La serie que le entrega los datos divide a este sector social en cuatro. No pobres en situación vulnerable, sector medio frágil, sector medio (clase media) y sectores acomodados. Mientras en 2017 había 83% de “no pobres”, ahora llegan a 73%. “Dentro de ese segmento, la llamada clase media era de 54,5% en aquel año, que fue el mejor de los últimos seis, y ahora es de 45,1%. Con lo cual, hay 277.000 personas menos que pertenece a este rango social. Los sectores acomodados [con ingresos cercano s 1,7 millones mensuales por grupo familiar], que entonces llegaban a 11,3%, ahora son 5,7%. Los sectores medios frágiles se mantienen en torno al 9% y los vulnerables, el extracto más bajo de los no pobres, pasó de 9,1% a 13,2%. Todos cayeron un escalón, por eso hay más pobreza”, redondeó.
La caída de la clase media que se siente ahora remonta a aquellos años de 2001 cuando, justamente, fue la crisis que tuvo su epicentro en este sector social que, como pocas veces, salió a la calle. Pero entonces la recuperación fue relativamente rápida. Aldo Abram, economista de la Fundación Libertad y Progreso, cuenta que la recuperación de aquellos años tuvo que ver con el regreso al camino de un presidente elegido por el voto y con la estampida de los valores de los bienes exportables. “Los Kirchner pudieron gastar sin problemas por el rebote de la economía, pero también por los precios de las commodities. Eso no se sostuvo y empezaron los problemas. Sobre todo entre 2014 y 2015, se notó la presión impositiva no solo en el contribuyente, sino en que el sector privado productivo, agobiado por los impuestos, había dejado de invertir y no creaba trabajo de calidad”, explica.
Esa falta de trabajo de calidad que, justamente ocupa este sector social, es uno de los grandes problemas por los que atraviesa la clase media.
Romero, de UTDT, también repara en uno de los temas claves que determina el humor de los sectores medios. “La sociedad está armada en base a una sentencia que establecía que con el estudio se progresaba, y que los hijos de una familia de clase media van a llegar más lejos que los padres. Así se construyó la clase media argentina con su movilidad social ascendente. Siempre se sostuvo que la educación sostenía este esquema. Eso que en la Argentina pareció indiscutido, en América Latina no era tan claro. Ahora vivimos un proceso inverso. Esa educación, que fue una máquina social ascendente, ya no funciona. La sociedad tiene la sensación de que le cancelan el futuro. Eso produce dolor y frustración”, dice.
Se podrían hacer muchas de lecturas y decir que esa frustración, ese hartazgo, podría explicar cierta parte del voto que consagró a Sergio Massa y a Javier Milei como contrincantes en el próximo balotaje. Semejante conclusión merece más academia de la que puede aportar un trabajo periodístico. Apenas es posible aproximarse.
“Hay un escalón más bajo que la indignación y es la frustración”, dice Romero, y explica que hay valores que expresa la clase media, como el respeto institucional o la lucha contra la corrupción, por caso, que ya no son demandados por gran parte de la sociedad. “Las necesidades son tan básicas que ese tipo de valores pasan a ser un privilegio”, expresa la analista, como al pasar, y señala con precisión quirúrgica esa tragedia para aquellos que se sienten clase media poco escuchada.
Resuenan entonces las palabras de Colina: “La caída de ingresos de los pobres es tan grande que le compran el voto por migajas”.
Parte de la sociedad se pregunta cómo puede ser que algunos escándalos no generan nada en el electorado. Romero dice que, cuando los sectores sociales son tan bajos, esos valores se convierten en un lujo. Son valores de otro nivel. Y ese es el empobrecimiento más tremendo imaginable: bajar banderas, dejar de reclamar y deponer los valores a cambio de que se cubran las necesidades básicas.