Tras el colapso del Plan de Convertibilidad a fines de 2001, Argentina tuvo cinco presidentes en muy pocos días y, al instalarse el “que se vayan todos”, Eduardo Duhalde decidió llamar a elecciones el 27 de abril de 2003. Allí, el peronismo, en tres formatos distintos, obtuvo más del 60% de los votos. De este modo accedieron a la segunda vuelta electoral Carlos Menem, con el 25,45 % de los votos, y un desconocido Néstor Kirchner, que obtuvo el 21,65%.
Algunos hablaban de boicot y otros de que las encuestas pronosticaban su derrota. Lo cierto es que el riojano decidió no presentarse: aquí comienza la campanada de inicio de la mayor degradación de la Argentina, cuando el 25 de Mayo de aquel año asumió a la presidencia el entonces gobernador de Santa Cruz. Las crisis y los estados de emergencia permanente acuñaron una matriz de construcción política difícil de desandar.
Agravado por un método unitario de reparto de los fondos que ya habían ensayado en Santa Cruz, donde el 90% administraba en esa época la provincia y el 10 restante se repartía entre los catorce municipios. Una regla rectora es que las instituciones dependan de la hegemonía del poder central, el famoso “látigo o billetera”. Este modo de obrar, acompañado por el “miente miente que algo quedará” y quedando siempre la misma opción: “somos nosotros o el abismo”.
Eso junto con el “relato”, siempre fundacional y revisionista por sobre el resto, hacen que se conforme un modelo autocrático. Empobrecer, doblegar, hacer dependiente a los ciudadanos, una concepción errática de la educación y políticas fuertemente populistas han hecho que la Argentina, con enormes riquezas naturales, entre en un proceso decadente sin fin como resultado del método de sumisión.
Por eso, el pasado 25 de mayo cumplieron 15 de los últimos 19 años gobernando, un nuevo aniversario de la degradación de este país. En ese sentido, cabe señala que las democracias, en algunos casos, son devoradas por las autocracias. Y existen algunos indicadores del comportamiento autoritario que son dables de mencionar. El primero es el “rechazo a las reglas democráticas del juego”.
Los autores destacan la voluntad de modificar las constituciones, como Venezuela o ahora Chile, y también distintos modelos organizacionales, como aquí el permanente intento de transformar la conformación de la Corte Suprema. La segunda regla, sostienen, es la “negación de la legitimidad de los adversarios políticos”, acusación común hacia sus oponentes, quienes representarían intereses internacionales ajenos al bien de la patria.
La “tolerancia a la violencia” y la “predisposición a coartar las libertades de los medios” completan esta nómina de los autores. Cualquier coincidencia con la realidad de los últimos 15 años de gobierno kirchnerista no es pura coincidencia: este es el manual a seguir para fomentar su eternización en el poder. También practicado por muchos gobernadores caudillescos re-reelectos.
Esta degradación también puede apreciarse fácilmente en algunos datos: según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, el 65% de los chicos hoy es pobre. Además, desde aquella época, nuestra moneda pasó de una paridad de 1 peso igual a 1 dólar a los actuales más 200 pesos por cada billete norteamericano, la inflación acumulada supera cómodamente el 10.000%, y los planes sociales aumentaron alrededor de un 1.000%, superando los 22 millones.
Todo esto indica que no hay nada para festejar en este 19º aniversario, sino que, más bien, es una fecha que nos debe hacer reflexionar acerca del rumbo trágicamente equivocado que tomaron desde la ideología este gobierno, ante un marco internacional ventajoso como nunca antes, totalmente desperdiciado, y nos debe alentar a recalibrar el rumbo de una vez y para siempre.