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Alberto Fernández responsable por su ineptitud, su indecisión y su cobardía

Las últimas horas exhibieron de manera pública y descarnada las miserables pujas de poder en el seno del oficialismo.

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El presidente Alberto Fernández. (Markus Schreiber/REUTERS)
Descacharreo

La Argentina se asoma, una vez más, al abismo. Es imperdonable, porque lo hace en medio de un contexto internacional extremadamente favorable para su economía. Con los actuales precios de los productos que exporta, debería estar en un ciclo ascendente de prosperidad. Pero no hay soja que pueda resistir la feroz lucha contra el progreso que desde hace muchos años emprende el “progresista” kirchnerismo.

Las últimas horas exhibieron de manera pública y descarnada las miserables pujas de poder en el seno del oficialismo. No se salva ninguno. Martín Guzmán debió haber renunciado el año pasado, cuando quiso echar a un subsecretario y no pudo. Le faltó dignidad. Renunció ahora, un sábado a la tarde, en forma inesperada, sobre todo para el Presidente. Este lo había sostenido pese a los embates del kirchnerismo.

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Guzmán le pagó de mala manera, poniéndolo en una situación muy delicada. Por cierto, el principal responsable es el propio Alberto Fernández, por su ineptitud, su indecisión y su cobardía. Muchos periodistas anunciaron en diversas oportunidades el lanzamiento del “albertismo”. Pero a los “albertistas” les faltaba Alberto. Crearon un líder ilusorio. Se encolumnaron detrás de una fantasía.

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Imaginaron que quien había sido toda su vida un operador podía ser quien los condujera. Los primeros meses de la pandemia pudieron alentar esa quimera. La sociedad, atemorizada, había confiado en la figura del presidente de la Nación. Incluso, Alberto Fernández llegó a alcanzar altos índices de imagen positiva. Pero no logró aprovecharlos para facilitar una política seria y responsable.

Ni tampoco importó que hubiera tenido el apoyo de la oposición, ya que se volcó hacia el populismo. El aislamiento social que le permitía gobernar por decreto lo fue aislando a él mismo de la realidad. La salud pública fue la excusa para sortear al Congreso y avasallar el federalismo. El confinamiento argentino fue de los más cerrados y extensos del mundo. Las consecuencias económicas y educativas fueron devastadoras.

Y nada de eso sirvió para el objetivo alegado, que era preservar la salud, porque se privilegió la compra de vacunas a Rusia y los negocios de empresarios amigos. Muchas vidas se troncharon por la tardanza en contar con la inmunidad necesaria. Para colmo, trascendieron muchos casos de “vacunados vip”. La “fiesta de Fabiola” colmó la paciencia de una sociedad que era condenada al encierro y la desesperanza.

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La brusca caída de la imagen del gobierno y la agudización de la crisis económica galvanizaron los conflictos internos del oficialismo. Fernández fue cediendo ministerios y secretarías al Instituto Patria, y se kirchnerizó, al punto de repetir eslóganes del más rancio nacional populismo y de defender regímenes autocráticos. El patrón de conducta que se vio el fin de semana pasado es el de otras oportunidades de estos dos años y medio pasados.

Es decir, un amague de independencia del Presidente que termina invariablemente en una claudicación. Los mercados reaccionaron como cabía esperar. Mientras escribía estas líneas, el dólar blue se acercaba a los 300 pesos, pero no hay oferentes. ¿Cuál será el desenlace de esta crisis? ¿Habrá una explosión o seguiremos en esta lenta agonía? ¿Qué traducción política tendrá el desastre económico? Falta un año y medio para completar el mandato presidencial.

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