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Alberto y Cristina DERROTADOS

alberto fernandez cristina fernandez de kirchner
Alberto Fernández y Cristina Kirchner | Archivo
Descacharreo

Fue el último fallido de la noche, Alberto Fernández convocó al oficialismo a festejar en Plaza de Mayo su triunfo en las elecciones. En realidad, su gobierno volvió a sufrir ayer una triple derrota. Si se mira la renovación parlamentaria, el peronismo perderá por primera vez desde 1983 el cuórum propio en el Senado y cederá posiciones en la Cámara de Diputados. El cambio en el Senado es dirimente para la agenda judicial de Cristina Kirchner.

En Diputados, la nueva fragmentación le dificultará al Gobierno la instalación de agenda. Si se observa el resultado desde la perspectiva territorial, el único objetivo módico que obtuvo el oficialismo fue estrechar el margen de su derrota en la Provincia de Buenos Aires. Un premio consuelo para tontos, festejo de minorías. El mapa político se consolidó a favor de sus adversarios.

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La tercera y más grave derrota del oficialismo es evidente si se considera que en el total nacional, otra vez su modelo quedó deslegitimado por una diferencia cercana a los 10 puntos. La deslegitimación de su propuesta política fue contundente. Dos veces en un año, una amplia mayoría le negó el respaldo a la gestión Fernández. Sin lugar a dudas fue un fracaso catastrófico por donde se lo mire.

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Pero más grave que el fallido de confundir una triple derrota con un triunfo fue el mensaje presidencial elaborado con la certeza del desaire electoral, grabado con anticipación en la residencia de Olivos y difundido cuando el fracaso ya era algo sabido. Y eso que desde del traspié en las PASO del 12 de setiembre hasta la elección de este domingo, el Gobierno volcó unos $125 mil millones en un vano intento por recuperar el resultado.

En ese mensaje, Alberto Fernández despejó una de las incertidumbres del día después: no hará ningún gesto de autonomía frente a Cristina Kirchner. Repitió el libreto de su jefatura política sin diferenciarse, ni en las comas. No hizo falta que hablara la vicepresidenta. En consecuencia, puso la cara para decirle al país que terminó ayer una etapa dura, marcada por dos crisis: el gobierno de Mauricio Macri y la emergencia del coronavirus.

El dato más relevante de ese diagnóstico, por demás sesgado, es que prefiere omitir que lo duro está por venir. El segundo objetivo del mensaje de Alberto Fernández fue anticipar que convocará a la oposición al diálogo. Lo central en este caso es que llama a la oposición a dialogar en los términos en que lo haría un gobierno que acaba de triunfar en las urnas. El destino de ese llamado es el vacío.

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La oposición no podría admitirlo sin desairar al mismo tiempo a los votantes que acaban de darle un respaldo mayoritario. La convocatoria al diálogo, según anticipó Fernández, se hará mediante un programa económico que enviará al Congreso. Un programa cuyo esqueleto ya está definido al modo expeditivo de un contrato de adhesión y su nudo gordiano es el acuerdo con el Fondo Monetario.

Alberto Fernández desgranó el contenido central de esa propuesta: la deuda no fue adquirida para solventar el déficit fiscal sino para fugar capitales y enriquecer a bonistas, y será pagada sin efectuar ningún ajuste del gasto y sólo impulsando la demanda agregada. Peor aún: sostuvo que el ajuste no sirve ni para ordenar las cuentas públicas. Es previsible el modo en que repercutirá ese mensaje en el FMI.

Con todo el cuidado de una grabación temprana, el Presidente se lanzó al albur de una cuarta derrota, cuya aparición para nada se puede descartar. Y es que es posible que a las correcciones fiscales que se niega a asumir como solución racional para el problema del endeudamiento externo se la terminen imponiendo de manera desordenada los espasmos reactivos del mercado.

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