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De Los Vázquez a Brasil, de la adicción al trabajo

Jóvenes recuperados de las adicciones cosen bolsas que serán entregadas, como obsequio, durante un congreso internacional en Brasil.

LA GACETA/FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO
Descacharreo

A la entrada del hogar de Víctor José Guerra (34), el grupo espera sentado entre troncos de madera y sillas a que lleguen los últimos vecinos. Para combatir los latigazos del frío decidieron apelotonarse alrededor de un brasero con carbón humeante. Otros se la aguantan hasta que el agua de la pava esté a punto para los mates.

Cuando la cuenta llega a los ocho miembros, es que comienza la movida. “George” (el dueño de casa) encara para el galpón de chapa y entre varios acomodan los tablones de madera que hay contra la pared para convertirlos en mesas de trabajo. Aparecen también algunos aparatos amarrados a enchufes y manteles negros, iluminados por la poca luz natural que se filtra desde el patio. Finalmente, así es como queda armado lo que será, por algunas horas, un pequeño taller.

Fumigación y Limpieza

El nombre de este equipo -integrado por jóvenes de Los Vázquez- es “Con esperanza nos fortalecemos” y forma parte de un proyecto de prevención, ayuda y lucha contra las adicciones. Desde 2014, dicho espacio viene cambiando el barrio y a sus habitantes, permitiéndoles a quienes están en recuperación reinsertarse en la sociedad a través de trabajos manuales. Así fue como surgió la idea de crear accesorios textiles y -con la ayuda de la universidad San Pablo-T y sus talleres- los nuevos estudiantes se transformaron en expertos de corte y confección.

Movilidad Urbana

“La propuesta apunta a una estrategia terapéutica ya que muchos de los chicos aprenden a manejar sus tiempos, a descargar la ansiedad y a tener una mayor tolerancia a las dificultades. El trabajo es un organizador de la psiquis y permite que aprendamos a resolver problemas”, explica Emilio Mustafá, psicólogo del dispositivo en adicciones del Ministerio de Desarrollo Social.

Centímetro a centímetro

Una vez que las tareas son asignadas es tiempo de comenzar la jornada de manualidades. En una separación de áreas metafórica, hay quienes cortan retazos de tela blanca apoyados en la mesa de mayor tamaño. A la par, un tablón más pequeño es el soporte de dos máquinas de coser que no paran de reforzar dobladillos.

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“Es algo hermoso porque además de aprender a confeccionar logramos tener un buen grupo y ponerle ganas. Sabemos que solos no podríamos lograr algo así. Hay que hacer un trabajo en equipo donde todos estemos parejos y seamos responsables”, comenta Víctor mientras le quita a las bolsas varios “pinchos” color lila y dorado.

Una vez listas, Susana Décima (32) es la encargada de cortar las hilachas que sobresalen y echarle un ojo a las terminaciones. “Desde que soy chica sé arreglar camperas y pantalones, pero me vino bien aprender un poco más. Me gusta la costura y también los martes voy a un taller de bordado en Los Vallistos (Banda del Río Salí). Ahora aprendí a forrar tarros de vidrio con tela para hacer decoraciones”, explica.

En eso, el relato se interrumpe y los presentes se hacen a un costado. Desde el fondo de la casa un caballo enfila para la calle atravesando el taller y algunas gallinas enloquecen. Sin embargo, ellos no le dan importancia al asunto y las conversaciones siguen fluyendo como si nada, con un poco de música cuando toca el descanso.

“Para los compañeros que estaban más enganchados con las drogas esta actividad es buena porque les ocupa tiempo. Nosotros nos enfocamos en ser muy amigos en ese tema. Hay días en que viene un chico que trabaja bien calladito, siempre parece que está medio dormido y eso es porque está en recuperación”, agrega Silvia Guerra (23), consciente del flagelo que implica llevar una vida entre dosis de paco, pasta base y cocaína.

Importar orgullo

Comenzaron confeccionando delantales de gabardina negra pero ahora -gracias a la intervención de la universidad- tienen un nuevo objetivo: hacer los souvenirs que se entregarán en el XI Congreso del Consejo Latinoamericano de Investigación para la Paz (Claip), que se hará en Brasil del 18 al 20 de este mes.

“Vamos a presentar la historia como un proyecto de educación y paz para trabajar con personas en condiciones de vulnerabilidad. Tenemos que pensar que la violencia física es la punta del iceberg y que por detrás existe la violencia estructural y cultural. Estas propuestas son importantes porque resaltan que, mientras no vivamos dignamente, no habrá paz”, detalla María Teresa Muñoz, directora del Centro de Estudios e Investigación para la Paz de la universidad San Pablo-T.

Sin embargo, el valor distintivo de las bolsas no reside en el diseño gráfico de su delantera sino en la silueta contorneada de su dorso. Allí es donde figura, con mucho orgullo, la imagen de un carro tirado por un caballo y el título oficial del microemprendimiento: “Los Vázquez – Tucumán”.

“Es lo que más disfruto ver cuando acabamos de trabajar. Esa imagen es algo que nos representa desde el barrio, así empezamos y es parte de nuestra historia como vaciadero (cerrado hace casi una década). Por eso estoy contenta de convertir ese distintivo en una marca y que llegue hasta otro país”, expresa Silvia esperanzada.

En la cuenta regresiva el objetivo es llegar a más de 120 bolsas y 100 pañuelos y el agite se hace más grande conforme pasan los días. “Este barrio está perdido, somos los únicos que lo conocemos y de ahí los comentarios que salen son malos, de violencia o problemas -reflexiona Jorge Joel Alfredo (24), el último de los integrantes de esta reunión-. Quiero que la visión que los tucumanos tienen de Los Vázquez cambie, que reconozcan algo más y lleguemos lejos. Ser conocidos y recordados por algo especial”.

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