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El FdT fracturado: Alberto Fernández y el kirchnerismo han expuesto a cielo abierto su grieta

El Presidente se refugia en un desdibujado "albertismo" y ensaya una fuga hacia adelante.

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Alberto Fernández - Cristina Kirchner
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Alberto Fernández y el kirchnerismo han expuesto a cielo abierto su fractura. El Presidente lo hizo con gestos menos ampulosos que su adversario interno. Decidió tres designaciones en el gabinete (Victoria Tolosa Paz, en Desarrollo Social, Raquel “Kelly” Olmos, en Trabajo, Ayelén Mazzina en el Ministerio de la Mujer) prescindiendo de Cristina Fernández y sin considerar tampoco a Sergio Massa.

Está empeñado, además, en otro par de cosas: defender su utopía reeleccionista; hacerlo a través de las PASO que algunos sectores K -no todos- pretenderían cancelar. El kirchnerismo hizo público su malestar por aquellos nombramientos a través del secretario de La Cámpora y ministro de Desarrollo Social en Buenos Aires, Andrés Larroque. En las últimas horas recibió dos cruces importantes respecto de su estrategia política para el 2023.

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Máximo Kirchner ninguneó la posible candidatura: “Alberto creo que ha dicho que va a ser. No lo sé bien porque hace mucho tiempo que no hablo con él”, afirmó. No quedó a media agua: “Para un oficialismo, que su Presidente vaya a las PASO con otros competidores es por lo menos extraño”, señaló. Se amparó en el ejemplo de Mauricio Macri: “Hizo las PASO en el 2015, no en el 2019”, graficó.

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Se adjudica a la voz de Máximo, con lógica, la representación política más fidedigna del pensamiento de Cristina Fernández. Aunque entre ellos existan contrapuntos. Se sabe muy bien, además, que Teresa García, jefa del bloque de senadores bonaerenses del Frente de Todos, es una interlocutora frecuente y de confianza de la vicepresidenta. La dirigente pareció completar la obra que esbozó el diputado Kirchner.

“Si Alberto y su gente quieren ir a las PASO que lo hagan. A mí me parece que la sociedad ya les ha dicho que no”. Desde hace mucho resulta difícil descifrar las conductas del Presidente. También las vinculadas con su gestión. ¿Ser candidato con más del 60% de imagen negativa y con un registro de voto potencial que no llega a dos dígitos? ​Es la interpelación que más se escucha ahora fuera de la Casa Rosada y de la residencia de Olivos.

Circula sigilosamente también entre hombres alineados con el difuso “albertismo”. Quizás relevando su presente puedan hallarse ciertas explicaciones. El primer punto radica en su soledad. Habría que sumarle un poder que no sólo se ha licuado: casi está disuelto. Con la hipotética pelea política, pretendería recuperar alguna dosis de centralidad de la cual ha sido corrido, sobre todo, por sus socios de la coalición.

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Su gesto independentista cuando designó tres ministras ocultó, en parte, la otra cara de la realidad. Debió hacerlo para reemplazar, al menos en dos casos, a funcionarios en quienes confiaba plenamente. Claudio Moroni, amigo de la vida en paralelo con la ex ministra de Justicia, Marcela Losardo. Juan Zabaleta, que dejó Hurlingham para prestar un servicio político al Gobierno. Que no pudo ser. Terminó limado por los movimientos piqueteros.

Esa debilidad, según la perspectiva de Alberto, podría convertir en un martirio el tránsito hasta diciembre del 2023. En especial, con una situación económico-social cuya evolución es de elevada incertidumbre. Este punto explicaría el ímpetu reeleccionista. Una suerte de fuga hacia adelante. De allí que el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, aún uno de sus leales, desafió al kirchnerismo a “no temerle” a competir contra Alberto.

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