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El Gobierno nacional se corre de la responsabilidad de enfrentar la tercera ola de COVID-19

El oficialismo se muestra impotente a la hora de hacerse cargo de la explosión de contagios y hace como que no sabe y no contesta. Mientras tanto, el sistema sanitario se estresa a niveles insoportables y la violencia crece a diario en los centros de testeos que se desbordan.

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Descacharreo

La cifra de ayer miércoles fue de 95.159 positivos, y cada día preanuncia la posibilidad de un nuevo récord. La tasa de positividad fue de 55%, hubo 52 muertes y 1.396 internados en terapia intensiva. La pregunta inevitable a esta altura es clara.

¿Deben interpretarse estos números de la misma manera que en la etapa más grave (en término de víctimas) de la pandemia? La respuesta es un no contundente y, más allá de la prevención recomendada por los especialistas, hoy el problema mayor parece ser la inercia de seguir leyendo la pandemia con el mismo esquema mental, y por lo tanto un temor similar, al de sus peores días.

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Esa cristalización en el modo de pensar la tercera ola de Covid y el corrimiento de las voces oficiales que dejó casi sin funcionarios que hablen del tema, alimentan una confusión que deriva en interminables filas de gente al sol esperando para ser hisopada: algunos con síntomas, otros por ser contactos estrechos y muchos nada más que por las dudas, porque quién no tiene a un conocido o cercano con resultado positivo.

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El temor y la impaciencia desembocan en reproches a quienes realizan los hisopados, que a todas luces resultan insuficientes. Frente a esta nueva realidad el Gobierno aparece replegado. Si hasta mitad de 2021 el Covid era su gran argumento de gestión y casi su único tema de conversación, y quien cuestionara las restricciones por su perjuicio económico era descalificado, en este comienzo de 2022 se muestra desentendido.

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Alberto Fernández

Como si la pandemia fuera algo que ocurre en un plano que le corresponde sólo lateralmente. Es cierto que la campaña de vacunación y los testeos son las acciones primordiales, pero también lo es que debería construir y comunicar un mensaje que permita un entendimiento más profundo del presente. Sin el presidente Alberto Fernández ni la ministra Carla Vizzotti como voceros, este miércoles fue el subsecretario de Estrategias Sanitarias del Ministerio de Salud, Juan Manuel Castelli.

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la ministra Carla Vizzotti

Fue él quien tomó la palabra para decir que era esperable que “suban los casos” pero que “no habría restricciones en el horizonte cercano”. Nada demasiado esclarecedor para desmontar la perplejidad social. Por su parte, Nicolás Kreplak, ministro de Salud bonaerense, se desconoció a sí mismo al decir: “Si lo grave es que tengamos casos asintomáticos, leves, un dolor de garganta de uno o dos días, eso no es un problema. Contra eso uno no frenaría la necesidad de una reactivación económica”.

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No parece el mismo ministro que dos meses atrás, en noviembre, criticaba que los alumnos de hasta tercer grado en las escuelas de la Ciudad no usaran barbijos, y amenazaba “la pandemia no terminó”. Sin pedirle exageradas sofisticaciones discursivas sería bienvenido que encontrara un término medio entre el augurio de tragedia inminente y la minimización absoluta de ayer. Con más del 72% de la población con dos dosis de la vacuna, el trabajo pendiente es pedagógico y corresponde a todos. La terapia ahora es cambiar la mirada.

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