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“El kirchnerismo, un gobierno de hipócritas”

El presidente del “gobierno de científicos” violó en innumerables ocasiones las obligaciones que impuso a todos los argentinos

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Alberto Fernández - Máximo Kirchner - Cristina Kirchner
Descacharreo

Entre tantas cosas sorprendentes que Alberto Fernández declara desde que estalló el “Olivosgate”, una de ellas pareció encerrar un sentido enigmático. Tal vez, conspirativo. Pasó de largo, en principio, porque sucedieron dos cosas, el Presidente realizó un giro argumental y se responsabilizó por la fiesta de cumpleaños de julio del 2020 que, solo 48 horas antes, había adjudicado a la primera dama, Fabiola Yáñez.

Lo hizo en un tono descomedido que ocultó otros contenidos. Al hablar durante un acto en La Matanza, el lunes, advirtió, con los dedos índices alzados varias veces y levantándose de su silla, que no lo “van a hacer caer por el error” que cometió. No abundó con la supuesta denuncia. Sembró sinfín de interrogantes en medio de un clima político habitualmente enrarecido en la Argentina. Potenciado ahora por la campaña electoral.

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El impacto del escándalo ha sido demoledor. Lo admite también el kirchnerismo. Dos consultoras hicieron mediciones inmediatas. Managment & Fit estimó que el 91% de la sociedad está al tanto de “la gravedad” del caso. Synopsis elevó ese valor al 94%. Ambas por encima de la diseminación que provocó en su momento el Vacunatorio VIP, que eyectó del gabinete al ex ministro de Salud, Ginés González García.

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Ginés González García

El Presidente, como especialista en Derecho, no puede ignorar los escollos que debe sortear Juntos por el Cambio en su afán de empujar aquel pedido de juicio político. Entonces, ¿por qué motivo aludió a una supuesta conspiración en su contra cuando habló en el Conurbano? Conjetura uno: podría estar buscando su victimización como una manera eficaz de distraer el foco de atención del “Olivosgate”.

Conjetura dos: la denuncia podría haber estado destinada, además, a sectores del kirchnerismo que desde hace tiempo cuestionan su gestión y a varios de los hombres que lo rodean. Primero fue aquel latiguillo que a fines del 2020 hizo célebre Cristina Fernández, cuando habló de “funcionarios que no funcionan”. Ahora se trataría de aquellos “que no saben cuidar adecuadamente” al Presidente.

En los dos casos, se trata del inconfundible fuego amigo. Con el cual Juntos por el Cambio no tiene nada que ver. En la primera línea de los apuntados está Santiago Cafiero. Se endilga al Jefe de Gabinete falta de reacción política para diseñar una estrategia defensiva adecuada una vez que estalló el escándalo. Cristina Kirchner pareció sintonizar con aquellos que objetan el entorno presidencial.

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Santiago Cafiero

Le pidió al Presidente, durante un acto en Avellaneda, que ponga “las cosas en orden” y no se enoje. La vicepresidenta no desea otros sobresaltos en este tramo de la campaña. Que, para el Gobierno, ya serían demasiados. La idea de la líder, en medio del terremoto, es compactar filas, reflotar siempre el pasado macrista y aguardar el desenlace electoral. Recién después sobrevendría el verdadero ajuste de cuentas.

Lo que debería comprender Alberto Fernández es que debería serenarse. Tendría que empezar por no retarnos si el error fue suyo. Suele tener mejores efectos un arrepentimiento sincero y, en este caso, ponerse a disposición de la justicia para honrar la igualdad ante la ley y su propia palabra. Debería enojarse con él mismo en todo caso, no con quienes tienen el derecho y la obligación de exigirle que se comporte según su investidura.

Es preocupante que ensaye como explicación posible que a veces olvida que es presidente. Y si eso ocurre, estamos en problemas. Quizás le pasa porque en su propia fuerza se encargan de hacerle notar permanentemente que la que manda es otra persona. Y con ellos él no se enoja tanto. Alberto Fernández se mostró furioso porque afirma haber tardado sólo 24 horas en disculparse.

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Alberto Fernández

La verdad es que tardó más de un año. Sólo salió a disculparse, y a medias, cuando quedó en evidencia lo ocurrido hace exactamente 13 meses en la residencia de Olivos por una foto inapelable. En el mientras tanto, señaló a los vivos y a los idiotas que incumplían las normas cuando él estaba entre los infractores. No hubo miserables que dijeron que él le echó la culpa a su pareja.

Si eso no es ser miserable… Porque todos lo escuchamos decir que “Fabiola convocó a una reunión con sus amigos a un brindis que no debió haber ocurrido”. Esa fue su explicación. No la nuestra. Alberto Fernández eligió no hacerse cargo de que en la residencia de Olivos las fuerzas de seguridad que perseguían viejitas tomando sol, permitieron, como si nada, realizar un cumpleaños.

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La foto del 14 de julio. Unas 12 personas junto al Presidente, sin barbijos ni distanciamiento social.

Y que él, como principal autoridad del país, no hizo nada para evitar que eso pasara y salió sonriente en la foto. Y que esto demoró un año en ser conocido, cosa que no hubiera ocurrido sin revelaciones periodísticas, mientras él jugaba a ser Winston Churchill aunque después se vio que no lo era. Porque los números de la gestión sanitaria están entre los peores, porque hubo vacunados VIP.

Porque faltaron vacunas por empecinamiento ideológico y porque, además de todo eso, el aislamiento era para la gilada. Y el presidente, en este contexto, no tiene mejor idea que apelar a una furia sobreactuada, a una ira defensiva y facciosa, el mismo día que marchan familiares de muertos por COVID-19 que no tuvieron despedidas ni velorio y que sólo llevaron en la mano la piedra pacífica de su dolor con el nombre de alguien que no volverán a abrazar.

¿En serio cree que tiene la potestad del enojo el presidente? Alberto Fernández apeló a fuegos artificiales de la grieta para puentear las consecuencias de su propia ofensa haciéndose él, increíblemente, el ofendido. No siempre la mejor defensa es el ataque, a menos que el Presidente quiera atacar a la sociedad a la que ha decepcionado. Pocas veces se sintió más distancia entre él y la ciudadanía que en esta semana, en esta versión sacada y prepotente.

El martes, en la Isla Maciel, Cristina Kirchner había retado en público al presidente exhortándolo a poner en orden lo que, su criterio, se había desordenado. Lo interpeló en otro acto de unidad con fórceps en Avellaneda, después del affaire por la filtración de la foto que mostró una fiesta clandestina en Olivos, durante la cuarentena estricta, y cuando el liderazgo de Alberto Fernández aparece debilitado en su propia base.

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Como si eso fuera poco, a ese “desorden” se sumó ayer la difusión del video del cumpleaños de Fabiola y otro potencial escándalo: la imagen de otro festejo con diputados en Olivos que estaría violando las medidas sanitarias donde queda demostrado todo lo que Alberto Fernández había mentido en sus dichos anteriores. Y es que no llegó y saludó y se fue, las imágenes muestran claramente que estaba sentado y cenando, participando de la fiesta.

Había carnaval mientras los millones de argentinos atravesaban con asombro y miedo lo peor del “Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio”, decretado por el mismo Alberto Fernández que recibía a amigos, empresarios, funcionarios y, vale la pena repetirlo, adiestradores de perros. No caben dudas que ese desfile de “personalidades” no estaba permitido por la casa de ningún argentino.

Pero sí en la Quinta de Olivos que es de todos los argentinos y es cedida cada cuatro años a un nuevo inquilino. Ese honor no debe degradarse destruyendo la confianza de los dueños de casa, pero todos sabemos que hay inquilinos e inquilinos. Este horror festivo, casi una fiesta clandestina, no nos sorprendió. El presidente del “gobierno de científicos” violó en innumerables ocasiones las obligaciones que impuso a todos los argentinos.

La realidad es que el relato K se desmorona rápidamente. Y es que, si bien el COVID-19 golpeó muy fuerte a casi todos los países del mundo, a algunos los golpeó más por la incapacidad de sus gobiernos para enfrentar correctamente la pandemia y por el manejo de la economía. A pesar de tener una de las cuarentenas más largas y estrictas del mundo, el Gobierno no consiguió contener los contagios ni las muertes.

Al tiempo que creó un gran malhumor social por los prolongados encierros debido a las cuarentenas y serios problemas económicos. En su momento el presidente Alberto Fernández sostuvo que, entre la economía y la vida, prefería la vida, sin embargo, Argentina está entre uno de los países con mayor cantidad de muertos por millón de habitantes y entre uno de los países que más cayó su PBI en 2020.

Mientras el PBI de Argentina cayó el 9,9% en 2020, el promedio de caída de América Latina y el Caribe fue de 6,3%. En América del Norte el producto disminuyó el 3,7%; en la UE un 6,2%; en la zona del Euro un 6,7%; y entre los miembros de la OCDE, una caída de 4,7%. Es decir, comparando con los promedios de las diferentes zonas económicas, el desempeño económico argentino fue uno de los peores sin que se salvaran vidas.

Es más, de haberse acordado con Pfizer y otros laboratorios, se podrían haber salvado varios millares de vidas. En términos estrictamente económicos, la caída en el nivel de actividad se tradujo en una disminución de los ingresos impositivos que se combinó con un fuerte aumento del gasto público en subsidios de todo tipo al sector privado para enfrentar la parálisis económica que impuso el gobierno.

Este desbalance fue financiado con una enorme expansión monetaria que ahora genera presiones inflacionarias que el gobierno no puede dominar. Paralelamente cerraron todo tipo de comercios, desde el quiosco del aeropuerto al del microcentro, pasando por bares, restaurantes, hoteles, actividades profesionales, gimnasios y toda clase de actividades. No solo creció fuertemente la desocupación.

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Sino que también se disparó la pobreza y la indigencia, al tiempo que pequeños comerciantes de clase media entraron en la franja de la pobreza. En otras palabras, sobre mojado, llovido. Además de manejar económicamente mal la pandemia generando una masacre económica en lo que hace a puestos de trabajo, se suma una política económica que espanta inversiones y genera más desocupación aún sin pandemia.

En definitiva, si no hubiese habido pandemia, igual el rumbo económico que tomó el gobierno hubiese sido complicado porque su filosofía no está en atraer inversiones, sino que logra espantarlas. Es por ello que la hipocresía del kirchnerismo quedó al descubierto en los últimos días, lo cual sumado al mal manejo sanitario y económico, generó un combo alarmante que ha hundido a la Argentina hasta niveles insospechados mientras ellos vivían de fiesta en fiesta.

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