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El kirchnerismo y su “gran talento” para la destrucción nacional

alberto fernández cristina kirchner
Descacharreo

No es una cuestión de simpatías o culpas. Objetivamente, en la semana que pasó y a tan sólo siete días de las elecciones del domingo que viene, volvió a quedar claro que el país vive una de las peores crisis de su historia. Muchos ya han señalado la circularidad con 2001, por los niveles de pobreza y descreimiento con la clase política. Hay dos factores más para tener en cuenta en la comparación.

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Uno de ellos es alentador dentro de la calamidad: la gente no ha catalizado su bronca a través de expresiones violentas. El otro representa la encerrona económica sin salidas fáciles a la mano de la actual coyuntura. Ni reservas, ni crédito para transitar un camino en el que ponerse de pie requiere dar señales de confianza y hacer reformas que impulsen la producción. A estos dos últimos puntos el kirchnerismo los recorre como el cangrejo.

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Profundiza la desconfianza y bloquea reformas laborales, impositivas o regulatorias que estimularían la economía. La intervención estatal llegó a niveles insoportables de obstrucción y de ineficiencia. El Estado es de esos autos nafteros que queman el combustible. Y nos sale carísimo. Al mismo tiempo, el mercado, que integramos todos con nuestras decisiones económicas, se encuentra en vilo.

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Y es que se halla con la sensación de peligro inminente que no sólo frena decisiones, sino que tiñe las expectativas, con lo cual ensombrece el futuro. En la economía, la ansiedad también cuesta dinero. Cuántos proyectos no sabremos que se frustran porque el temor al futuro los detiene. El futuro siempre es el territorio de la esperanza. En Argentina hace demasiado tiempo que es el territorio del miedo y del desconcierto.

Justo cuando el mundo se prepara para un clima de posguerra dejando la pandemia atrás, Argentina es presa de sus propias plagas autogeneradas y empacada le esquiva temeraria a la bonanza. Realmente hay que tener talento para la destrucción cuando a una ola de resurgimiento se la convierte en ola de tsunami. Algún día habría que distinguir la calidad de las épicas por sus resultados. Aquí hay épicas sin epopeyas con derrotero pírrico.

En ese sentido, en la semana que pasó para ya no retornar, el Presidente, en respuesta a Macri, dice que él también podría arreglar con el FMI en cinco minutos, pero no lo hace porque no podría mirar a los argentinos a los ojos. Con lo sencillo que le es mirar a los ojos a los argentinos después de las fiestas en Olivos o después de dar vacunas a menores mintiendo que en China ya se habían usado.

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Cumpleaños de Fabiola Yañez en la Quinta de Olivos durante la cuarentena estricta del año pasado.

Perdimos 8 mil millones de dólares por las miradas a los ojos y no arreglar con el Fondo. Quizás el mandatario debería aprender de una vez por todas a mirar de frente y descubriría que es mejor que no hacerlo. Los argentinos tenemos la sobre adaptación y el sufrimiento de los hijos de padres irresponsables. Esos chicos que dependen de las decisiones de sus padres, pero tienen miedo de que prendan fuego la casa. Esa es la sensación de cada día. No rompan más cosas.

En todas las épocas hay factores aceleradores. La tecnología aceleró la economía. La pandemia llevó a la cumbre de la sofisticación el desarrollo de una vacuna en tiempo record. En nuestro país la aceleración no es virtuosa. Tiene como síntoma la escalada del dólar y la sensación de peligro se esparce como línea de pólvora propulsándonos a la supervivencia. Mientras el Gobierno niega el problema en nuestra cara.

Como si eso fuera poco, busca controlar la ley de la gravedad hasta que el avión se estrella y ese día dirán que se estrellaron por el pueblo. En fin. Esta semana que se fue para no volverse, habló tanto de la barrera psicológica del dólar a 200. La sensación es que pasamos la barrera de la velocidad de la luz en demasiadas cosas. Y en las últimas horas del viernes nos enteramos que liberan a José López. El de los bolsos con dólares.

Además de las barreras psicológicas cruzamos las barreras de la náusea. Menos mal que están en campaña. A tan solo siete días de las elecciones legislativas avanzamos en ascuas. En ese marco, y aunque insistimos en no prestarle atención, la historia reciente de la Argentina es clara. Nunca un Gobierno ganó las elecciones con el dólar en alza. Le pasó a Raúl Alfonsín y a la UCR en 1989; le pasó a Mauricio Macri y a Cambiemos en 2019.

Y ahora le está sucediendo a Alberto Fernández. La suba del billete estadounidense genera en los argentinos la sensación de que el futuro será inexorablemente peor. Y apuestan con el voto a cambiar las cosas. Las señales están a la vista. El objetivo del Gobierno era llegar a las elecciones del 14 de noviembre sin atravesar la línea psicológica del dólar a 200 pesos. No pudo ser.

El jueves 4, el dólar blue tocó esa cifra mientras el riesgo país le apuntaba a los 1.800 puntos. La realidad es que acá estamos, todos arriba del Titanic y acelerando contra el iceberg. Por eso, causa cierto asombro la persistencia del Gobierno en insistir con las mismas recetas que lo llevaron a esta situación de encierro. El aumento del dólar es apenas la erupción emergente de un terremoto del que forman parte varios factores.

dolar

A saber: el crecimiento de la inflación, el déficit fiscal sostenido, la ausencia de un plan económico y la regresión adolescente que muestra en las negociaciones para refinanciar la deuda con el Fondo Monetario Internacional. Por otra parte, ya dejó de ser sorpresa la decisión de votar contra el oficialismo por parte de un electorado que llegó a las PASO entre la desesperación por los perjuicios de la pandemia y el enojo por los desmanejos del Gobierno.

Aquella fue una catarsis de los que fueron a votar para castigar y también de los que resolvieron no concurrir a las urnas como demostración de su enojo. El resultado, un adelanto de la posible derrota del oficialismo. El 12 de septiembre se convirtió en una fecha en la que lo que iba a ser un triunfo del kirchnerismo se convirtió en una enorme y desagradable sorpresa para militantes y dirigentes.

La táctica del reparto de fondos y el ingreso al gabinete de supuestos expertos en torcer resultados no tiene mayor reflejo en los sondeos de opinión, como tampoco en el ánimo de los funcionarios del Gobierno, que se preparan para el acto final de la crisis que Cristina Kirchner activó tras la derrota en las elecciones primarias. Un previsible resultado adverso aparece primero, pero apenas por una cuestión de tiempo.

Es esperable, por lo tanto, que ocurra un nuevo reacomodamiento del Gobierno, esta vez enfocado en afrontar la segunda mitad del mandato de Alberto Fernández. La dimensión del conflicto político en el oficialismo hace prever algo más que un cambio de gabinete como el ejecutado como consecuencia de una derrota provisoria. Es Cristina Kirchner, pero también el resto del por ahora silencioso peronismo, quienes deben resolver qué rumbo tomarán.

Y también por intermedio de qué funcionarios. ¿Eso incluye la continuidad de Alberto Fernández? No es una pregunta temeraria, sino una duda abierta por los propios responsables, acostumbrados a cargar de más drama situaciones críticas. Quienes más conocen a Cristina Kirchner afirman, para morigerar el tema, que ella no tiene el más mínimo deseo de volver a la presidencia y que está cómoda ejerciendo el poder a distancia.

Detrás del rumbo que elija el oficialismo luego de las elecciones habita el objeto de ese nuevo destino, una fenomenal crisis económica y social. El problema del país es entonces presenciar cómo un gobierno derrotado en las urnas reacomoda sus espacios de poder mientras resignifica los roles de sus protagonistas y, a la vez, resuelve si se radicalizará, dejará correr la crisis manteniendo el orgullo de no tener un plan económico.

O afrontará la cruda tarea de hacer un ajuste antes de que la propia economía provoque un estallido que lo haga en su lugar. Sin embargo, si las elecciones del 14 de noviembre confirman el resultado de las primarias habrá que preguntarse si la sociedad argentina no está dando fin a una época. Algunos ganarán en las próximas elecciones. Si confunden triunfo con razón, y siguen ignorando lo dicho por la sociedad, el destino será todavía más trágico.

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