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Incredulidad empresaria: ¿quién va a traer un dólar al país?

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Dólar; dólares; billetes; dólar oficial; dólar Blue | Shutterstock - Shutterstock
Descacharreo

Opinión:

“¿Quién va a traer un dólar más al país?”, preguntó enojado uno de los empresarios argentinos de mayor relevancia internacional. Su mesa chica hizo silencio. Solo siete personas participaron de ese encuentro definitivo. Llevaban meses debatiendo sobre cuál debía ser el país elegido para el nuevo hub regional que crearía miles de puestos de trabajo y la Argentina competía con Colombia. El timing del supercepo no pudo ser peor.

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Desde el martes, invertir en la Argentina es aún más complejo de lo que ya era en un país con cambios constantes en las reglas de juego, con emisión de billetes récord y con la mirada puesta exclusivamente en el 14 de noviembre, fecha de las elecciones de medio término de un gobierno al que todavía le quedan dos años por delante.

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Las trabas a las importaciones no son más que errores no forzados en la necesidad de generar futuros dólares. Cuatro de cada 10 autopartes utilizadas en la producción local de pick ups o productos ya terminados vienen del exterior. El 65% de las drogas que tienen como destino los laboratorios para su producción local de medicamentos demandan dólares. El 90% de los celulares y de los LCD que dicen “Fabricado en Tierra del Fuego” cuentan con tecnología importada. Esta situación abarca a los sectores más disímiles.

El grupo Techint, uno de los principales fabricantes de tubos de acero sin costura en el mundo, necesita importar minerales de hierro para poder abastecer desde su sede local a sus mercados internacionales. Lo mismo sucede con Arcor: requiere de un cacao que no se produce a nivel nacional, pero que lo usa en sus chocolates que llegan a nuestros quioscos.

En definitiva, seis de cada 10 insumos que se importan no tienen un proveedor local que pueda abastecerlos y nueve de cada 10 grandes industrias utilizan al menos un insumo importado. Para todo eso hacen falta dólares. La profundización del cepo es la trampa letal para los planes económicos. A los faltantes de productos ya existentes se sumarán nuevos.

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“Estoy seguro de que en Kabul el tipo de cambio es competitivo, pero aun así no recibe ninguna inversión porque nadie sabe el futuro. Entonces, en contextos de alta incertidumbre, el tipo de cambio de equilibrio es poco relevante”, reveló hace pocos días el exministro de Economía Hernán Lacunza, en una charla a puertas cerradas con un grupo de los ejecutivos más influyentes del país. Y agregó: “Este gobierno heredó un microcepo pensado para la sala de urgencias, y tiene que preguntarse por qué el torniquete para esa sangría se convirtió en algo de largo plazo. Mientras ese cepo exista, no van a salir más dólares, pero mucho menos van a entrar. No puede durar años, porque si lo multiplicás provocás una trombosis”, comentó. El auditorio asintió.

Contrario a lo que se quiere instalar, la mayoría de las importaciones de la Argentina están destinadas a la producción; no a especuladores ni a quienes quieren desestabilizar ni a grandes oligarquías de villanos que el relato supo conseguir. Basta un recorrido micro por la macro para entender de qué se trata.

* Más de US$7000 millones se gastaron en 2020 en bienes de capital (es decir, maquinaria).

* Más de US$16.700 millones se destinaron a bienes intermedios (insumos para otros productos terminados localmente) y unos US$7500 millones fueron para piezas y accesorios de bienes de capital.

A eso se suman las importaciones de energía, de las que la mitad se vincula con la industria. En definitiva, el cepo al dólar lejos está de ser un tema de pocos cuando un 77% de las importaciones tienen que ver con lo que se produce en la Argentina. Y ese faltante tendrá un impacto directo en dos variables claves: la oferta y los precios.

La falta de pelotitas de tenis, las cápsulas de café, los repuestos de autos importados y hasta algunas zapatillas son solo la simbólica punta de un iceberg que puede tornarse más complejo en los próximos meses.

Es una regla de tres simple que el expresidente Néstor Kirchner tenía en su “libreta” macro. Allí solía anotar la máxima de su plan: más exportaciones que importaciones y más ingresos que gastos. La regla de los superávits gemelos que con el correr de los años se desvaneció.

El dólar blue es un bien más de la economía, resumió el recordado economista Tomás Bulat en su libro Economía descubierta. Entonces, si todos los precios aumentan un 50%, de acuerdo con la proyección que varios analistas estiman para este año, es muy factible que ese dólar blue suba. “Dime la inflación que tenemos y podré decirte el dólar paralelo que tenemos”, definió Bulat.

Las contradicciones se reflejan también en el racional del inversor. De nada sirve enviar proyectos al Congreso para incentivar la producción y las exportaciones si al mismo tiempo se ponen más trabas a las importaciones, se intervienen los mercados paralelos del dólar y se vuelve una pregunta sin respuesta cuál es el valor real de la moneda estadounidense.

“Hay por estos días incompetencia más que estrategia, improvisación más que mirada de largo plazo y desmesura ante reacciones viscerales para momentos en los que debía primar la templanza”. Así define uno de los consultores más influyentes de la región su análisis sobre el país. Su visión no es menor: trabaja para más de 100 empresas a nivel internacional. El caso Vicentin, primero, y el cepo a las exportaciones de carne, con sus idas y venidas, fueron dos ejemplos concretos de lo que no debe suceder.

La pérdida de US$200 millones de reservas en apenas tres días hábiles del mes es tal vez la respuesta más clara de cómo no basta hablar con el corazón, sino que es fundamental entender el bolsillo. El ritmo de ventas de US$80 millones por día de las últimas semanas se volvió insostenible. Este era el pensamiento del mercado, que, como siempre ocurre, se anticipó a las posibles nuevas restricciones y adelantó importaciones, por un lado, y compró dólares financieros subsidiados, por otro. En síntesis, el Banco Central cerró septiembre perdiendo unos US$950 millones por sucesivas intervenciones.

La Argentina está entrando así en una peligrosa etapa de irrelevancia para los grandes grupos internacionales. Allí conviven tres ligas muy marcadas. La primera es la de quienes se consideran atrapados ya sea por sus fábricas, grandes plantillas o demasiados costos hundidos que les impiden levantar campamento. Hay otra liga de quienes tuvieron opción de irse y ya lo hicieron, como los casos de Falabella, Latam, Walmart y varios jugadores que, silbando bajo, se desprendieron de sus activos o directamente los cerraron. En este terreno, una firma de consumo masivo importante analiza mudar su sede regional y hay también una automotriz que no tiene claro si su producción local continuará por muchos años más. Eso está en estudio.

Por otra parte, vuelven los cazadores locales de oportunidades que no tienen respaldo suficiente, pero que protagonizan misteriosas fusiones y adquisiciones. Y como siempre, continúa la liga de la inversión genuina de un grupo resiliente a los embates de una macro otra vez confundida.

“Estamos generando una represa en una llanura donde el dólar, como el agua, va a terminar escapando”, sintetizó, escéptico, un empresario cuyo apellido es una marca registrada. “Más en una economía donde se eliminaron 13 ceros de la moneda en 40 años y en la que nuestro peso es papel pintado”, remató.

Por: José Del Rio

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