Hay un tema en el que la Argentina parece haber superado la grieta y en el que se diluyó la polarización. Funcionarios del Gobierno, opositores, dirigentes sociales, el Papa Francisco y hasta los propios beneficiarios de los planes dicen coincidir en el agotamiento del instrumento y en su ineficacia como solución a la pobreza.
El actual Gobierno nacional, el que venga en el 2023, y seguramente el que le siga deberán trabajar en desarmar lo que se terminó convirtiendo en una trampa auto infligida que creció con los años y los millones, y que por su dimensión actual descarta la posibilidad de una solución sencilla.
Aquella política que se profundizó luego de la crisis del 2001 y que logró un amplio consenso con la implementación de la Asignación Universal por Hijo en 2009 -tanto que peleaban por su autoría el kirchnerismo y Lilita Carrió- se deformó en un reparto arbitrario y lleno de sospechas. Agotó así su aceptación social y ya no es aplaudida ni siquiera por quienes la reciben.
Si la condición necesaria para cualquier cambio de fondo es la conquista previa del sentido común colectivo, el fin de los planes lo tiene. ¿Por qué no se cambia? Las razones de la imposibilidad de salir de donde todos dicen querer salir es obvia: sólo la reactivación económica y la creación de empleo producirán una solución genuina.
Lo demás serán nuevos planes provisorios para reemplazar a los anteriores. Parche sobre parche con miles de millones de pesos en incierto tránsito. Mientras tanto, tenemos un Gobierno debilitado, que desde el quiebre entre el presidente y la vice entró en una etapa de “como si…”, en la que se esfuerza por mostrar iniciativa.
Pero en verdad sufre una catalepsia de final angustiante, anunció este miércoles un aumento del 50% de la tarjeta Alimentar, horas antes de reunirse con los piqueteros que amenazan con nuevos cortes de calle. Con la jefatura de Gabinete y el Ministerio de Desarrollo Social ocupado por dirigentes que se paran de ambos lados del mostrador.
Pero también con un internismo desgastante, su módica ambición es no resignar el orden callejero, medalla que se autoimpuso el kirchnerismo. Evitar que miles copen la 9 de Julio con sus carpas. Puede pensarse que es poco, pero si se mira la actualidad del Gobierno, lograrlo sería un montón.
