“En la tierra de los fanáticos es anacrónico el debate”. La frase se le atribuye a un filósofo sofista del siglo V antes de Cristo. Enormes pensadores, maltratados por la historia oficial de la madre de todas las ciencias, los sofistas sostenían la relatividad de los valores y lo probaban con sus argumentos a favor o en contra, al mismo tiempo, de los temas, sostenidos con el mismo vigor. El sofista creía que todo era debatible siempre y cuando hubiera un piso elemental de tolerancia al disenso. Caso contrario, debatir no tenía sentido.
Estoy a favor del lenguaje incusiv@, ese que altera las vocales femeninas o masculinas de los sustantivos, como potente llamado de atención a las exclusiones que pesan sobre las minorías. Creo que decir “compañere” o “amigue” es un modo de reclamar consideración por los desconsiderados. Sin embargo, creo que institucionalizar ese lenguaje inclusivo es derrotarlo. Aniquilarlo.
Cuando el Estado o las instituciones, las que obran y dan las normas que excluyen, lo toman como propio, secuestran al lenguaje inclusivo y juegan con la palabra para creer que algo cambia y nada sucede. No tiene sentido que el Estado o las instituciones, que siguen haciendo poco por las minorías, se ubiquen del lado de los que protestan. Ellos tienen que generar, actuar, poner en realidad el cambio para los “compañeres”. No jugar con la terminología y creer que con eso alcanza. El lenguaje inclusive debe ser “terrorismo” (es metáfora, querido lector -parece que hay que aclararlo-) del sistema injusto instituido. No su ministro.
Eso intenté poner de manifiesto cuando entrevisté a la secretaria general del gremio docente SADOP Alejandra López. La intención de fondo del reportaje era saber por qué se oponían las burocracias docentes a la vuelta de las clases presenciales en el país en donde más tiempo estuvieron suspendidas, en comparación con el planeta entero. La señora López invocó a “les alumnes” en riesgo y a sus “colegues¨ no escuchados. Decidí usar el lenguaje inclusivo en toda la nota como ironía, intentando demostrar que todos podemos usarlo pero que el tema de la presencialidad no era abordado por SADOP. ¿Qué piensa SADOP de los alumnes que perdieron une añe de aules?” “¿Le reclamaren?” “No leí ni une gacetille al respecte”.
La señora López reaccionó recién al día siguiente. Y, con ella, una cohorte de progres así autopercibidos. Me acusó de misógino y machirulo. Resulta que en el universo de la dirigente gremial discutir con una mujer es ya misoginia. Raro. La misoginia es desacreditar a una mujer por el mero hecho de serlo. No coincidir o pensar distinto que una mujer no lo es. Resulta apenas un fenómeno poco conocido por los fanáticos: el disenso.
Hasta hubo colegas -entre ellos, algunos de los que en 2015 aseguraron que había ganado Daniel Scioli- que arrojaron el calificativo de homofóbico sobre este cronista. Como si el hecho de ser gay, una minoría, me obligara a coincidir a priori con todo lo que opine otro integrante de otra minoría. Notable. Ni a un sofista se le ocurría semejante razonamiento.
Por fin, el “vendepatria” y el “hegemónico” se abatieron sobre quien esto escribe. ¿Razones? Dios sabe. Resulta que la mitad de los pibes en edad escolar no entiende un texto simple cuando lo lee ni puede resolver con eficacia una operación matemática elemental y el hegemónico vengo a ser yo. La docente que asegura que “consensúa” con sus alumnos el uso del lenguaje inclusivo (¿consensuará si dos más dos es cuatro?), juega lanzando “idees” o “conceptes” cuando la estructura que ella representa poco hizo por mejorar el fondo de los temas. Adopta el inclusivo para hacernos creer que cambia algo. Y, claro, nada cambia.
Quizá el uso de la ironía también quede fuera de la tierra de los fanáticos. Escandalizar diciendo blanco para que se vea el negro puede resultar muy sutil en los tiempos lampedusianos que corren en la autodenominada progresía local. Es reprogre hablar de “alumnes” mientras ellos desconocen el valor de un razonamiento. Ni hablar de un silogismo falso. Del tema de fondo, muchas gracias.
Le primere dame
El affaire Olivos, perpetrado con ingresos ilegítimos a la quinta presidencial, provocó un debate por momentos superficial del tema y también de lo accesorio de las cosas y no de las cosas mismas. El Poder Ejecutivo Nacional balbuceó explicaciones insensatas. Hubo una, sin embargo, que pasó de largo. La existencia de funcionarios abocados a asesorar o asistir a la primera dama.
En Estados Unidos, por poner un ejemplo, existe por norma la oficina estatal primera dama, con presupuesto público de la Nación y personal a cargo. Quien quiera consultar sobre el tema, debe ingresar al sitio oficial de gobierno y se entera de los dineros que se erogan y quiénes son los servidores que allí prestan servicio.
En Argentina, la primera dama, como institución, sea Fabiola Yañez, Juliana Awada o quien sea, no existe. Debería? Quizá. Mientras tanto, atribuir a la actual pareja del presidente asesores, colaboradores, entrenadores o lo que sea es un ilegal desvío de fondos públicos que, enmascarados en personal del Poder Ejecutivo, luce como incumplimiento de los deberes de alto vuelo.