Los años pasaban y la pregunta resurgía, cada tanto, en algunas noches desveladas: “¿Por qué sigo acá?” En ciertas ocasiones, Mariano Sartorio no tenía respuesta, aunque, en otras, esta surgía con claridad: “Amo Canadá, Montreal es una ciudad hermosa, ubicada en un país amable y organizado”.
En general, las mayores dudas arribaban en invierno y se desvanecían en verano. El argentino sentía que habitaba en dos ciudades diferentes: aquella de los gélidos meses de nieve, cenas a las 18 y, salvo patinar o esquiar muy de vez en cuando, calles desiertas, poca socialización, una organización admirable para remover la nieve con topadoras, y el desafío a la naturaleza en la puerta de casa al momento de desterrar el auto, que tantas veces amanecía completamente cubierto de la noche a la mañana.
Pero luego de un período de transición hacia un renacimiento, llegaban esos tres meses de verano y en el espíritu de Mariano todo se transformaba: “La ciudad `explota´ y el mismo gobierno regala flores y todos los habitantes adornan sus balcones formando un paisaje colorido y alegre”, describe Mariano. “Los días son una gran fiesta de celebraciones y atracciones turísticas”.
“Aun así, uno aprende mucho en todos los sentidos en esos inviernos largos. Pero hay que tener cosas para hacer, estás `guardado’ por tanto tiempo… A mí me ayudó enormemente la música. No por nada los países de inviernos prolongados tienen altos porcentajes de suicidios”, continúa pensativo. “En Buenos Aires, siempre podés salir a la vereda a tomar algo. Uno no se halla regido por la naturaleza”.
Así, balanceándose entre las estaciones y los cuestionamientos existenciales, los años en Canadá transcurrieron entre alegrías y tristezas, logros, casamiento y divorcio, doce, trece, catorce años viviendo en Canadá, junto al interrogante de si era hora de volver a la Argentina. Pero, Mariano, también amaba Canadá…
Correr tras un amor hacia Canadá, un país “bien visto”
Sylvie estaba de paseo por Buenos Aires, cuando el azar o el destino quiso que se cruzara con Mariano en alguna esquina, allá, avanzados los años noventa. Ella era distinta, magnética, especial, le contó que tenía una librería esotérica en Montreal y, entre ellos, el flechazo fue fulminante. Cuando llegó la hora de la despedida, él tuvo la urgencia de correr tras ella, pero no contaba con el dinero para hacerlo.
Tardó seis meses en ahorrar para el pasaje y aventurarse hacia la incertidumbre. Se iría a vivir a Canadá, ya lo había decidido. Su enamorada esperaba ansiosa y su familia lo apoyó incondicionalmente: “A parte de que hacía frío, no sabíamos demasiado acerca de mi destino, pero la idea de ir a un país desarrollado y más organizado que la Argentina fue muy bien vista por todo mi entorno”.
A Montreal, Mariano llegó con visa de turista y la firme idea de formarse, estudiar y actualizarse en su profesión de diseñador gráfico y fotógrafo. Sylvie lo recibió con los brazos abiertos y las mejores intenciones de aminorar un impacto cultural inevitable; fue un pilar y un buen amor: “Nos terminamos casando, cansando y divorciando al cabo de unos años”.
Aprender inglés y francés: “Es lindo saber hablar bien otros idiomas, sino la vida siempre es una traducción de otra cosa”
Emocionado como pocas veces en su vida, Mariano arribó a una ciudad que resplandeció ante sus ojos curiosos. Ubicada en Quebec, una de las diez provincias de Canadá, pronto supo acerca de sus dos caras bien diferenciadas: invierno y verano; inglés y francés, y que se trataba de una de las tres urbes más importantes de aquella nación (la segunda más grande del mundo), junto a Toronto y Vancouver: “Por su carácter multicultural y cercanía a Nueva York, tiene una gran atracción turística”.
“En la provincia de Quebec se habla francés como lengua oficial, pero si querés trabajar en Montreal, debés hablar los dos idiomas para tener acceso a una oferta laboral atractiva”, explica el argentino. “Cuando llegué traje mi inglés de secundaria y tuve que estudiarlo en profundidad antes de comenzar con el francés, de lo contrario, te divide demasiado la mente, ya que uno, en un comienzo, piensa en español”.
“Recién podés decir que hablás inglés cuando ves una película y entendés todo, y cuando sos capaz de mantener conversaciones profundas y comprender modismos. Es lindo saber hablar bien otros idiomas, sino la vida siempre es una traducción de otra cosa. Existe un gran placer en comprender algo como si fuera tu lengua materna. Solo cuando pude conseguirlo con el inglés, arranqué con francés en cursos que te ofrece el gobierno y, por suerte, hoy, hablo bien ambos idiomas”, expresa con una gran sonrisa.
“Si vas a un país de habla hispana, buena o mala, la adaptación es más rápida. En cambio, al insertarte en otras lenguas el choque cultural es fuerte. Entonces, en mi caso, estar rodeado de otra gestualidad, otros chistes y comidas distintas intensificaron mi necesidad de identidad: tener mi música, mi mate cerca. ¡Siempre hay alguno que te pregunta si es una pipa, lo agarra, lo huele y te revuelve la bombilla! En fin… pasás a ser `el argentino´ por más ciudadano del mundo que te creas”, continúa riendo.
Trabajar en Montreal: “La puntualidad es respeto y lo demás son problemas personales”
Para Mariano, el sinfín de impactos culturales derivaron en grandes aprendizajes, crecimiento personal y una nueva comprensión en torno a la palabra respeto. Pronto descubrió que, si le decían a las 19, debía estar a las 19 en punto, tanto en lo personal como en lo laboral: “Tampoco existe el `se me complicó, perdoname´ sobre la hora. La puntualidad es respeto y lo demás son problemas personales”.
Desde su infancia, Mariano siempre había sido un observador de los paisajes, las costumbres y los hábitos culturales argentinos. Con el mismo espíritu, el diseñador emprendió su búsqueda laboral y, en las calles de su nuevo país, aprendió a amar a Canadá, particularmente Montreal y su cultura francófona. En su atmósfera descubrió su costado latino y el firme sentimiento de defender la lengua y costumbres locales.
“En Argentina trabajaba de armador y diagramador, hacia arte de tapas de vinilos, libros y revistas reconocidas, como Humor. Te hablo de la época de cámaras con rollo, revelados en un cuarto oscuro y el copiado en papel con una ampliadora. El campo laboral eran las agencias de publicidad, teníamos tableros de dibujo y toda pieza publicitaria era artesanal y manual. El medio impreso era lo más importante”, cuenta Mariano, que en su paso por diversas agencias trabajó junto a artistas como Carlos Nine o Caloi.
Con su experiencia argentina en mano, Mariano se desempeñó primero como artista ilustrador en una empresa de serigrafía y estampado en el Boulevard Saint-Laurent. Allí ganó su primer dinero diseñando remeras de todo tipo, y luego se dedicó a trabajos en distintas publicaciones, periódicos bilingües y revistas de turismo del gobierno de Quebec, hasta que ingresó en la productora del Festival Internacional de Jazz, en el departamento de comunicaciones.
“Siempre hay que perfeccionarse, mejorar, aprender para tener un espacio. Estando en Montreal me di cuenta de que todo cambiaba y había que seguir estudiando. Las computadoras obligaban a actualizarse. El laboratorio fotográfico, la diagramación, las ilustraciones estaban reemplazando el tablero por una pantalla donde entraba una revista de 200 páginas, así de fácil”, manifiesta. “Comencé estudiar los programas necesarios de diseño que potenciaran mi trabajo, y me he actualizado hasta el día de hoy”.
“Lo que pasa en el norte del mundo, a la Argentina llega con mucho más atraso”
Entre estudios, trabajo, el amor y desamor, y nuevas y crecientes amistades canadienses, un día Montreal despertó querida, aunque, en ciertos días de invierno, los recuerdos de Buenos Aires impregnaban su alma, irrefrenables.
En cada regreso a su país natal, sin embargo, Mariano no podía evitar sentirse como un turista, una experiencia por demás interesante. Conocía bien las calles, los hábitos, su lengua y cultura, pero notaba que su observación se había agudizado y era capaz de revelar aspectos que antes, tal vez, había naturalizado.
“Cuando uno vuelve `de paso´ ve procesos y modas, y se hacen comparaciones. Lo que indefectiblemente siempre noté es cómo lo que pasa en el norte del mundo, a la Argentina llega con mucho más atraso. Te pasa mucho el `esto yo ya lo vi, esto ya lo escuché´”, asegura. “Pero, sin dudas, el reencuentro con la familia y amigos es el motor porque es lo más importante, la energía irreemplazable. Es todo lo que formó tu personalidad, es tu ciudad, tus sentimientos. Es tu matrix”.
Una muerte, una vuelta diferente a la Argentina, grandes aprendizajes
“Yo soy el que se fue, lo sé. Cada vez que vuelvo, yo soy el que se fue y me quedé prendido a mis recuerdos. Yo soy el que se fue, las cosas que dejé no me dejan que olvide, amigos y café, la música, y también el fútbol con los pibes”, entona Mariano, citando a Lucio Arce.
Tal vez, por eso, por los amigos, la música y el café, un día regresó a la Argentina y, Canadá, ya no lo vio volver. No era el plan, o, quién sabe, quizá siempre lo había sido. El motivo principal, sin embargo, fue recibir la noticia de que su padre padecía una enfermedad terminal. “Gracias a Dios pude despedirlo y me quedé”, cuenta Mariano, conmovido. “` ¡Volví! ¿Y ahora qué hago? ´, fue la gran pregunta que llegó después. Me resultó muy fuerte”.
Mariano caminó por las calles que había dejado tantos años atrás en busca de alguna señal, ¿había hecho lo correcto?, hasta que un día la respuesta llegó en un anuncio en un diario, donde se leía: “El tango vuelve al barrio”.
“Allí, el cantor Cucuza Castiello me dio la bienvenida en el bar El Faro de Villa Urquiza”, revela. “Me acuerdo que pensé `es por acá´. Tenía la necesidad de hacer algo propio, verdadero para mí, algo no corrupto, de calidad y el tango es eso, y estaba volviendo al barrio justo como yo. El tango no sé, pero yo tardé quince años en volver”.
“Le pregunté a Cucuza quién era su cantor preferido, contestó `El Polaco´, entonces creé las primeras piezas con retratos de Goyeneche para que las utilice en su espacio, luego Piazzolla, Gardel, Pugliese, Juárez, Tita y tantos más, y no paré hasta hoy. Tengo mi taller en Villa Crespo Tangoshop screenprinting, doy clases y estampo …la remerita ayuda. Y sí…soy un artista popular o si querés, hago pop art”, sonríe Mariano.
En su largo camino a casa, Mariano comprendió que la muerte, a veces, golpea para volver a la vida emociones dormidas. La de su padre le recordó dónde es que se intensifican sus emociones, su esencia, su identidad. En qué suelo su corazón palpita fuerte y se siente más vivo.
Hoy, con su emprendimiento cultural en marcha y una Argentina endeble, los días suelen transcurrir cuesta arriba y, sin embargo, elige quedarse. Conserva su pasaporte canadiense porque ama a su segundo país y “por cualquier cosa”. Mientras tanto, mantiene sus amistades del norte a través de una pantalla y se pregunta cómo será el verano allá, sin festivales y en pandemia. Siente que el mundo se ha vuelto cercano y lejano, la vida a veces se hace difícil y, aun así, Mariano sonríe al recordar aquella vez, cuando salió a matear a la vereda el invierno que lo vio volver, después de quince años: él sabe cuánto vale tanta simpleza.
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