o se trata de una pelea improvisada la que vive la Argentina por estos días, pero sí de una historia con final abierto. A Cristina Fernández de Kirchner las encuestas le validaron lo que viene repitiendo en privado. Del eslogan electoral del Frente de Todos “la vida que queremos” solo quedaron algunos carteles despintados y eso más temprano que tarde iba a decantar. La cuenta regresiva para 2023 es cada vez menos relato y más realidad, al igual que la crisis económica que atraviesa un país con niveles por encima del 60% de inflación.
“Le recomendé [al Presidente] un joven economista, que no es el que está actualmente de secretario de Comercio Interior, que conste”, señaló en su última reaparición pública en Chaco. Y agregó: “Cuando fue a verlo, el ministro [por Matías Kulfas] le dijo: ‘No, nosotros no vamos a hacer lo que hicieron ustedes. Esto va a ser diálogo, consenso, no vamos a intervenir”. Ese fue el principio del fin.
Eran otros tiempos en el Frente de Todos. De esa reunión que fue pocos días después de haber ganado la elección de 2019 y que hasta el momento no había trascendido participaron cuatro personas: Cristina, el por entonces presidente electo, Kulfas y Hernán Letcher, un tapado en el entramado de nombres a los que escucha la vicepresidenta en materia económica. Letcher es contador público egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y magíster en Economía Política de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Actualmente es director del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) y ganó relevancia por la cita que realizó el presidente Alberto Fernández sobre un trabajo que destaca la efectividad del cepo a la carne. Hubo mucho más que palabras en ese encuentro en el que se presentó un plan de 12 páginas sobre lo que creía que había que hacer con la economía real. No fue casual que ella lo resucitara hace pocos días cuando ya dejó en claro que no le cierra ninguno de los referentes del gabinete económico de Alberto. Tampoco fue casual que no nombrara a Letcher. Era un mensaje para entendidos.
El programa, hasta ahora desconocido, tiene varios ejes. El primer paso propuesto pasa por recomponer la plantilla de la Secretaría de Comercio. De 500 inspectores que había al final de la presidencia de CFK solo quedaban 15 en los últimos días de la gestión Macri, según ese documento. En la cantidad de inspectores está, según su lectura, la capacidad de control.
En esa misma línea la propuesta de “economía real” suma un fuerte rol ciudadano. “La fiscalización, el control y demás tenían más éxito cuando el conjunto de la población llevaba una postura activa. Se lo dijimos a Alberto y hay que reactivarlo urgente”, comentó una fuente que participó de esa reunión que hasta las palabras de Cristina había sido solo una más. La otra apuesta que quiere implementar es también una mayor publicidad de los precios cuidados. “Antes la población sabía cuando iba a comprar cuál era la dinámica en materia de precios. Que sepa cuánto valen las cosas es muy necesario. Hoy nadie sabe nada con la inflación desmadrada”, agregó otra fuente del Gobierno con buena llegada a la vicepresidenta.
El programa propone también el regreso del Observatorio de precios y costos, que analice en detalle las cadenas de producción, distribución y comercialización de todos los sectores sensibles a la población. Se hizo un primer trabajo uniendo a productores, industriales, productores y funcionarios en el sector de frutas de pepita, pero quedó en el pasado. “Es mezclar peras con manzanas”, ironizó un exportador que asistió a un encuentro preliminar por dos razones. “Miedo y camaradería. Miedo a una radicalización del kirchnerismo y camaradería con mis pares porque nos conocemos todos y nadie quería dejar al otro a pie”, agregó.
Otra de las tareas que quiere implementar Cristina son mercados federales y evaluar las relaciones entre cupos, retenciones y producción local en sectores de agro y ganadería. Acelerar la implementación de la ley de góndolas y de etiquetado, que tuvo a su juicio una implementación parcial. Y sobre todo el renacimiento de los precios de referencia, pero con una lógica distinta: impulsándolos con una ley a nivel federal.
“Es con la Coca más vendida adentro”, graficó uno de los economistas a los que Cristina escucha habitualmente. “Es decir que no sería como ahora con lo que las multis quieren poner, sino con los productos más populares que demanda la gente. Hay que cambiar el peso del poder”, agregó la misma fuente. A esta altura Cristina está convencida de que no se trata de un problema de nombres, sino de fondo, e intenta mentalmente escindirse de la criatura que ella misma creó.
Su relación con la economía
Su relación con la economía es cuando menos particular. Siempre lo fue. Al igual que Mauricio Macri cuando estaba al frente del Poder Ejecutivo, Cristina no solo consulta a los propios, sino que los desafía con ajenos. Sus consultas van desde lo más amplio del arco político y no duda en convocar a economistas con los que tuvo algún tipo de rispidez en el pasado si les lee algo interesante. Así es como Martín Redrado, el guardián de las reservas, tuvo su conversación telefónica hace poco más de un mes. Duró 45 minutos y el diálogo sigue abierto. Con él conversa cada tanto del nivel de las reservas y del Fondo Monetario Internacional, principalmente.
También lo hace con Roberto Urquía, un hombre cuyo apellido es sinónimo de producción de aceite en el país y referente de la agroindustria, pero con quien Cristina también suele compartir conversaciones. El exsenador nacional tiene buena relación desde que compartieron dos años juntos en el Congreso. Se respetan mutuamente y en varias cuestiones disienten. “Estoy convencido de que quiere un gran crecimiento de la agroindustria, el petróleo y la minería, donde la Argentina es muy competitiva. También hay cuestiones que particularmente le interesan, como que exportemos más cantidad de carne de cerdo”, se lo escuchó decir al exsenador, con quien pelotea entre mates y café temas de agroindustria.
Sin embargo, el referente principal por estos días es su delfín en la provincia de Buenos Aires y exministro de Economía, Axel Kicillof. Con él habla de todas las variables macroeconómicas y le preocupa especialmente lo que denomina el plan 70%. No se trata en este caso de la apuesta de Horacio Rodríguez Larreta para obtener consensos de cara a 2023, sino del valor que ella le da al consumo dentro de lo que es la economía nacional. “No es relato, es dato. Hay que reactivar el consumo”, ironizó en uno de sus últimos encuentros en privado, preocupada por el golpe en expectativas que tiene su votante potencial. De ahí la jugada política de sus espadas de pedir aumento del salario mínimo, vital y móvil –algo que ya estaba acordado– y los incrementos a estatales. También de despegarse discursivamente del acuerdo con el Fondo Monetario –del que estaba al tanto– y del aumento de tarifas, donde sus referentes se encargaron de dejar en claro que no frenarán ese operativo, pero que no es su responsabilidad, como si pudieran despegarse de lo que es su propia gestión.
Hay incluso un informe que circula con mucho sigilo de Federico Basualdo, subsecretario de Energía Eléctrica, donde asegura que “la política tarifaria para el sector eléctrico que se está llevando a cabo desde el Ministerio de Economía es errática porque no resuelve los problemas sectoriales de la cadena de pago del Mercado Eléctrico Mayorista y castiga al usuario residencial e industrial”. Dice también que “no satisface ni en el corto ni en el mediano plazo la política de reducción de subsidios”. Otro golpe al corazón de su jefe en el organigrama formal, pero no en lo funcional. De hecho, Guzmán desplazó a Basualdo del aumento de tarifas y quedó como el principal referente no solo en materia de precios.
Mientras tanto, la escucha de Cristina a Kicillof toma más relevancia cuando en la provincia recibieron un incremento del 74% de las partidas discrecionales desde la Nación y emiten a diario críticas contundentes contra el estilo del ministro que selló la renegociación con el Fondo y que, paradójicamente, da oxígeno a las finanzas provinciales.
La jugada del viernes que tuvo a Guzmán como protagonista es solo un paso. Economía absorberá la Secretaría de Comercio Interior, un área sensible que hasta hoy dependía de Cristina Kirchner. Los cambios administrativos son también luchas en el seno del poder del Gobierno. De hecho, Roberto Feletti seguirá en su cargo. Todo por ahora. A Guzmán lo corren con otra anécdota y es que en la gestión de Kicillof y Costa se habían comprometido a un período concreto de acuerdos con todos los actores sociales a cambio de controlar la inflación y si eso no ocurría debían irse. “Él debería hacer lo mismo”, lo corren desde Provincia, en lo que ya es una guerra declarada.
Con esta reorganización de las estructuras ministeriales, el titular del Palacio de Hacienda compartirá con el Banco Central (BCRA) todos los resortes vinculados a la cada vez más alta suba de precios que sufren los argentinos. Pero hay otra jugada que, según reveló Cristina a sus allegados el jueves, debería producirse pronto. La intención es reordenar todas las áreas de Desarrollo Productivo ahora que no tiene a los precios como eje. En su organigrama ideal cuelgan el Ministerio de Agricultura, el de Desarrollo tal cual se conoce hoy, el de Turismo sin Deportes, Energía y bancos públicos con foco en el desarrollo como dinamizadores de la reactivación. No está claro si sería una fusión por absorción o con una apuesta similar a la que tenía Fernández (Alberto) cuando había sondeado a Roberto Lavagna para el área que por ahora sigue liderando Guzmán. Lo que sí está claro es que no solo no quiere al ministro más denostado por el kirchnerismo, sino tampoco a Kulfas ni a Claudio Moroni, el ministro de Trabajo, que es amigo personal del Presidente.
Cristina Kirchner, según revelan personas de su confianza, cree que en este contexto hay que seguir gestionando entre cepos y restricciones, y es justamente en esta última variable donde el kirchnerismo lleva adelante contabilidad creativa. En el pasado reciente no dudaron en quedarse con el dinero de las AFJP cuando los fondos no alcanzaban, y también apostaron a la emisión y al endeudamiento intrasector público para llevar adelante una política de emisión expansiva en un contexto de déficit fiscal creciente.
Como si fuera poco, la vicepresidenta, que siempre tiene flores blancas y frescas en su despacho del Senado, sigue de cerca dos debates que le traen recuerdos recientes. Uno es el de la renta inesperada o de los impuestos a la riqueza, que defiende públicamente su hijo. El otro es el de las retenciones, donde las idas y venidas del presidente de la Nación no hacen más que ratificar su tesis. Si bien desde un punto de vista ideológico está convencida de que por el contexto global deberían subir, desde el pragmatismo político y las constantes reuniones que mantiene con quienes dicen representar a la cada vez más angosta avenida del medio de su coalición sabe que no existe el consenso para que el proyecto salga por el Congreso. Mucho menos para una batalla en las calles con el bajísimo nivel de aceptación que tiene la gestión oficial. En este caso la dama no juega y se mantiene con un “esperar y ver” al mejor estilo empresario. Sabe que la economía argentina tiene cada vez menos bienes gananciales para repartir y que el 2023 está a la vuelta de la esquina.