Después de lo sucedido el jueves a la noche, cabe preguntarse si las consecuencias políticas del afortunadamente fallido atentado contra la Vicepresidenta cambian, en alguna medida, las proyecciones sobre la economía argentina de los próximos meses. Recordemos que la economía argentina necesita imperiosamente ordenar el desajuste que se exacerbó en el primer semestre del año.
Por un lado, será necesario concretar un ajuste fiscal que permita cerrar las cuentas públicas, cerca del déficit acordado con el FMI sin recurrir a un impuesto inflacionario aún mayor o a medidas extraordinarias por el lado de la presión impositiva formal. Por el otro, y lo más urgente, se requiere moderar el problema de la falta de dólares en el Banco Central, achicar la brecha entre el precio del dólar oficial y el de los dólares libres.
Y, simultáneamente, evitar que el precio del dólar oficial siga evolucionando por debajo de la tasa de inflación, acentuando la condición de dólar “barato” para exportar e importar. Ninguna de estas cuestiones podría, en principio, ser modificadas por la situación política porque dado lo verificado después del atentado en las declaraciones del oficialismo, no parece haber margen para un acuerdo político sobre las reformas de fondo que deberán esperar el cambio de gobierno.
Pero descartado un acuerdo político amplio, lo único que podría, eventualmente, influir en las proyecciones económicas, sería un giro en el kirchnerismo duro, que hasta ahora parecía aceptar, aunque bajo protesta, el ajuste fiscal, mientras dejaba trascender su oposición a modificaciones más profundas en el régimen cambiario. En este contexto, la hipótesis que habría que explorar es la posibilidad de una radicalización de la política económica oficial.
Impulsada, por la idea de que la restringida popularidad de la vicepresidenta podría crecer como consecuencia de la conmoción creada en torno al riesgo que corrió su vida, vista en vivo, en directo y en primer plano, en la noche del pasado jueves. La pregunta inicial, sobre qué podría cambiar en la economía después del jueves a la noche, muta, por lo tanto, a otra que va en esa línea.
Es decir: ¿Qué puede pasar con la economía si el Gobierno decide abandonar el ajuste fiscal iniciado y prefiere, asimismo, modificar el actual “modelo” cambiario, en el marco de una política destinada no ya a llegar a las elecciones del 2023, si no a intentar ganar las elecciones del 2023? En ese caso, la política de ajuste fiscal sería suavizada/complementada, con una política de pactos/controles/aprietes a empresas y sindicatos.
Acuerdos corporativos como sustitutos del acuerdo político. En el mercado de cambios, por su parte, se podría intentar un cepo aún más profundo, y un esquema más agresivo de premios y castigos, para forzar la liquidación de divisas de quienes producen bienes exportables. Para que quede claro, no digo que estas políticas son las más probables, y tampoco sugiero que, de instrumentarse, podrían ser exitosas, todo lo contrario.
Si algún cambio político con influencia en la economía produce lo sucedido durante el jueves pasado, por lo visto hasta aquí, no será el de un acuerdo multipartidario en torno a una reforma fiscal más profunda y estructural que permita anclar la macro y realizar un ajuste cambiario para recuperar el atraso del tipo de cambio oficial, sin temor a una aceleración aún mayor de la tasa de inflación.
En síntesis, lo más probable es que se siga como hasta ahora, y se aproveche el ruido político para disimular las consecuencias no deseadas por el oficialismo de la política económica que hay que instrumentar. Pero de haber algún cambio, éste consistirá en que el kirchnerismo duro intente una política económica más cercana a sus ideas, en la búsqueda de un mejor posicionamiento electoral.