Vacunación Dengue

Alberto Fernández y Cristina Kirchner escapan del liderazgo y por debajo de ellos reina el desconcierto

Se anuncian medidas de dudoso cumplimiento, llueven rumores tremendistas, el oficialismo se protesta a sí mismo y surgen desde sus entrañas predicadores de tragedias como Juan Grabois, que reinstaló despreocupadamente el peligroso discurso de la “sangre en la calle” y la inminencia de saqueos.

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner (Archivo)
Vacunación Dengue

El gobierno de Fernández languidece entre la crisis financiera, la sequía de dólares y la angustia de un nuevo equipo económico sin poder para hacer frente a una ola de desconfianza de apariencia tan irremediable como la ley de la gravedad. El Presidente se permite comentar entre los suyos que decidió no ejercer el liderazgo porque eso implicaría romper con Cristina. Como quien descubre, al fin, la confortable tranquilidad de no ser responsable.

Se configura así la dinámica del kirchnerismo en fase suicida: el Presidente y su vice se revolean una bomba a punto de estallar como si ya no valiera la pena intentar desactivarla y solo quedara ponerse a resguardo de los daños. Los dos sufren las consecuencias del contrato opaco que firmaron en 2019 para juntar al peronismo en una ventanilla única que garantizara el regreso al poder.

Asistencia Pública

Cristina -traducen a su lado- eligió a Alberto no tanto porque creyera que sin él no ganaba las elecciones sino porque estaba convencida de que a ella no la iban a dejar gobernar. Él tenía el perfil para desempeñarse con alguna soltura en el escenario económico que heredaba del macrismo, en el que intervenían actores repudiados por ella como el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Cumplimos

Pero eso que podía parecer astuto resultó el germen de una implosión. Cristina sacudió a Fernández y a su equipo cada vez que quisieron moverse de la línea imaginaria del kirchnerismo histórico. Así fue minando su ánimo, potenció la ineficiencia de la gestión y convirtió la postergación en política de Estado. El imperativo del Presidente no fue superar la crisis, sino evitar el conflicto político.

Ahora que pisan arenas movedizas Alberto y Cristina rehúyen del liderazgo y por debajo de ellos reina el desconcierto. Se anuncian medidas de dudoso cumplimiento, llueven rumores tremendistas, el oficialismo se protesta a sí mismo y surgen desde sus entrañas predicadores de tragedias como Juan Grabois, que reinstaló despreocupadamente el peligroso discurso de la “sangre en la calle” y la inminencia de saqueos.

Máximo Kirchner y La Cámpora meditan sin intervenir, como si la nueva militancia consistiera en hacerse los distraídos. El portazo que dio Martín Guzmán obligó a Cristina a poner el cuerpo por miedo a que Fernández le revoleara la presidencia. Su compromiso se limitó durante tres semanas eternas a hacer silencio público y escuchar las medidas que tienen la cortesía de anticiparle.

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Por temor a contrariarla en el recetario no aparece una propuesta para dejar de alimentar un déficit inmenso para el que ya no aparece financiamiento. Gestionar consiste, así, en buscar el parche más eficiente en una estructura que hace agua por cada rincón. En ese marco, la sociedad toda en Argentina percibe la confusión y busca protegerse como puede de la pulverización de su dinero.

La pulsión autodestructiva del kirchnerismo 2022 parece irrefrenable. Pero puede ser una trampa para quienes lo enfrentan. Nada indica que Cristina Kirchner haya perdido su instinto de supervivencia: mostrarse como víctima y socializar el costo de la crisis puede ser la semilla de la esperanza de una resurrección futura. Solo hace falta que el ciclo decadente de la Argentina le permita ofrecerse otra vez como la arquitecta de un mal menor.

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