Hace 45 años, en plena dictadura militar, la gobernación tucumana organizó el operativo en el que llevó 25 personas con la idea de “mejorar el paisaje urbano de Tucumán”. Primero los encerraron en la comisaría de Tucumán ubicada frente al parque 9 de Julio. Después los llevaron en un camión del Ejército hasta el límite con Catamarca.
En medio de la nada, en un camino desierto entre dos pueblos llamados Bañado de Ovanta y La Merced, al costado de la ruta, los obligaron a bajar en la oscuridad de la madrugada. Era una noche helada; de esas en que se congelan las manos si no hay guantes ni bolsillos. Había 25 mendigos de Tucumán y en el grupo estaba una mujer.
Algunos tenían dificultades motrices, otros eran ciegos, la mayoría mostraba signos de tener problemas psíquicos y fueron abandonados en un descampado sin almas. Cinco policías; dos de civil y tres de uniforme azul, se encargaron de cumplir las órdenes de arrojarlos en el monte. No bajaron a todos juntos en un solo lugar, sino que fueron dejándolos en grupos de dos o tres separados cada 20 o 30 kilómetros de distancia.
La estrategia policial buscaba que no pudieran regresar, que perdieran la noción del tiempo en un camino desconocido por ellos que se llamaba ruta nacional 67, en Catamarca. El episodio se conoce como los mendigos de Bussi y ocurrió el 14 de julio de 1977, pero salió a la luz tres días después -el 17 de julio de 1977- ayer hace exactamente 45 años.
El episodio pretendía quedarse en la oscuridad de aquella madrugada; sin embargo, salió a la luz gracias a una publicación del diario La Unión. “Catamarca se ha convertido en refugio de desposeídos”, tituló el corresponsal Roberto Antonio Vera, conocido como “Robertito”, un hombre enano que además era juez de Paz en el pueblo de La Merced.
El reportero, un personaje muy querido entre los lugareños, murió en febrero de este año, pero su trabajo periodístico quedó en la historia catamarqueña. “Parias, mendigos, lisiados, ciegos, tísicos y enajenados mentales aparecieron librados a su propia suerte a lo largo de la ruta nacional 67, entre Bañado de Ovanta y Los Altos –escribió el reportero-, a la vera del camino y debajo del puente sobre el río El Abra, bajo extremas condiciones de supervivencia que significan una sonora bofetada a los más elementales principios humanos y cristianos”, agregó en su artículo escrito en una vieja y pesada Olivetti.
Fue una de sus coberturas más resonantes, en tiempos en que se ejercía un periodismo artesanal con apuntadores de papel, lápiz en mano y las cintas negras y rojas para la máquina de escribir. Roberto Vera fue el autor de la primicia del diario catamarqueño. Mientras tanto, a unos 60 kilómetros de distancia del lugar donde habían sido abandonados, en la capital catamarqueña, el gobernador de facto, Jorge Carlucci, se enteró de los mendigos por la publicación del diario La Unión.
Fue un escándalo. Los catamarqueños estaban indignados. Carlucci llamó al gobernador de facto de Tucumán, Antonio Domingo Bussi, en plena dictadura militar para pedirle explicaciones. Ambos eran miembros del Ejército y se conocían en tiempos en que el país estaba en manos de la junta militar encabezada por Jorge Rafael Videla.
La única mujer en el grupo había sido abusada cuando estaba en la comisaría y luego en el trayecto dentro del furgón. Los demás integrantes del grupo lo relataron ante la policía catamarqueña. Dos de los mendigos fueron internados en el hospital de La Merced, en el Departamento Paclín, donde recibieron asistencia médica y alimentos para sobreponerse al frío.
En aquel tiempo, la censura y el control militar sobre todo lo que se iba a publicar en los medios hacía que fuera difícil chequear ciertos datos. El propio diario La Unión publicó varios días después un título en potencial. “Se habría producido ayer la evacuación de los mendigos” señaló en sus páginas ilustradas con un dibujo, pero sin fotos.
A pesar de que se anunció el regreso de los mendigos a Tucumán, nunca más se supo de varios de ellos. Nadie los volvió a ver por la plaza Independencia, ni por las calles del centro tucumano. Antonio Bussi murió en noviembre de 2011, a los 85 años, mientras cumplía una condena a perpetua por delitos de lesa humanidad y, por esa misma razón, le habían dado de baja del Ejército.