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Con Cristina Kirchner y Alberto Fernández, se avecina lo peor

La vice quiere dejar en claro que la enoja el acuerdo con el FMI y el Presidente quiere usarlo para despegarse de la vice.

alberto y cristina
Alberto Fernández y Cristina Kirchner en el inicio de sesiones ordinarias
Descacharreo

La foto es del martes, en la apertura de sesiones del Congreso. La cara de Cristina Kirchner dice ya todo. Pero mucho más hablan sus manos crispadas, los dedos agarrotados. A su lado está Alberto Fernández, al que ella eligió para presidente de su fórmula, que hoy es mucho más un divorcio que el romance que los dos prometieron al país. Es una Cristina enojada que no quiere ocultar su enojo.

Más aún: quiere que el gesto se lea como un enojo con Fernández y una manera de despegarse del acuerdo que Fernández armó con el Fondo. En este inmenso desmadre del peronismo, Fernández apuesta a que el acuerdo le sirva para empezar un camino propio y alejado de Cristina. Y Cristina a mantener unido el mosaico de grupos que lidera y que circulan sin patente por el Conurbano, donde ella junta casi todos sus votos.

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En manos de su hijo Máximo y de Wado de Pedro, La Cámpora es la nave insignia de esa armada y la que más recursos maneja y más espacios de poder ocupa. Los dos dicen: nos preparamos para el relevo. Pero hasta ahora, esa preparación no se nota demasiado en los hechos. Han sellado un acuerdo económico con intendentes peronistas, con quienes canjearon apoyo para entronizar a Máximo en el PJ por la caja de la legislatura bonaerense.

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Y el control del juego y la obra pública provinciales. Todos felices con el reparto. Todos salvo Kicillof, al que le impusieron a Martín Insaurralde, interlocutor de Máximo y alcalde de Lomas, como interventor político. Otra pata de la fuerza cristinista se mueve acordonada por la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular de Juan Grabois, el Javier Milei de los piqueteros.

Ante esa audiencia multicolor, Cristina interpreta un personaje soñado: el de líder virtuosa y revolucionaria. Como a los jerarcas soviéticos a los que borraban o inventaban un pasado, a ella le han añadido una militancia por los derechos humanos de lo que no pueden aportar una sola constancia, excepto los subsidios que ya en el gobierno otorgó a organismos y referentes para cooptarlos y lleven a como dé lugar agua para su molino.

También, para que esté a la altura del papel que representa, hacen como si Cristina no hubiera tenido nunca que ver con la corrupción. Ha tomado distancia de algunos recaudadores y funcionarios clave de Kirchner que también lo fueron de ella, como De Vido, Jaime, José López, Ernesto Gutiérrez o el secretario privado Muñoz, fallecido. Todo sucedió a pesar de ella, es la explicación-interpretación del coro que la rodea.

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En cualquier momento dirán que Boudou no fue su vicepresidente. Pero a otros, que llevan el mismo sello, los mantiene cerca. Uno es Cristóbal López, el rey de los tragamonedas y junto a Lázaro Báez uno de los reyes de la obra pública amañada. A Cristóbal, Cristina le regaló con Alberto Fernández y Sergio Massa, una escandalosa moratoria para que recuperara dinero y empresas.

De todos modos, ninguno de los que están en su tropa le reprocha esta última corrupción blanda ni aquella corrupción dura que le permitió amasar una fortuna, aunque las pruebas salten a la vista. Unos escuchan estas cosas con incredulidad, como si fuera cierto el lawfare y la estrafalaria teoría de que se trata de una operación urdida por jueces, medios y empresarios contra líderes populares. Prefieren creer a comprender. En cambio, otros dicen con cinismo: todos roban.

Una vez hubo un Fernández que denunciaba la corrupción y apoyaba las denuncias contra Cristina. Es el mismo que aparece en la foto con Cristina y al que ella puso donde está. Cada vez que pinta la ocasión, Fernández se arriesga a decirle que no la entiende. Ahora es ella la que parece decirse a sí misma: no entiendo por qué firmar con el Fondo. ¿Cómo que no entiende? Era eso o saltar al vacío y pagar los costos de saltar al vacío.

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