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El discurso oficial del kirchnerismo entra en una fase mística

El Gobierno busca cambiar la percepción que tiene la sociedad sobre la eficiencia de sus medidas más que modificar esas políticas para conseguir mejores resultados.

roberto feletti, secretario de comercio interior
Roberto Feletti
Descacharreo

Esta semana, varias de las principales empresas que fabrican productos de consumo masivo en el país recibieron la misma respuesta de parte de las grandes cadenas de supermercados: “No podemos recibir la lista nueva, en Comercio nos avisaron que no tenemos que aceptarlas”. Les ocurrió a alimenticias y fabricantes de bebidas alcohólicas que pretendían distribuir en las grandes cadenas de supermercados los nuevos precios mayoristas con aumentos que reflejaban la suba de los costos registrada en las últimas semanas.

¿Por cuánto tiempo puede mantenerse ese tironeo delirante? ¿Qué mercado puede funcionar con una distorsión semejante de los incentivos que hacen seguir adelante a los compradores y vendedores? La poca diversidad que muestran las góndolas en los locales de grandes superficies y la diferencia de precios entre los productos de esos locales y los que ofrecen los almacenes, mercaditos, verdulerías y carnicerías pequeñas ayuda a despejar esos interrogantes.

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No hay político ni empresario en el país que no sepa que esos llamados telefónicos de Roberto Feletti y sus funcionarios no tendrán ninguna incidencia sobre la inflación, pero todos entienden que la guerra que anunció el Presidente se respaldará en medidas como esa, destinadas a modificar la percepción que tiene la sociedad sobre la eficiencia del Gobierno y no a cambiar la realidad.

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Esa situación no ocurre sólo en la gestión de la economía y es una práctica política que se refleja en la propia palabra del Presidente, que considera que los problemas más graves que tiene el Gobierno deben abordarse con herramientas del psicoanálisis más que de la ciencia económica o de otras áreas del conocimiento social. Es verdad que en muchos casos los agentes de la economía eligen tomar decisiones basándose en la expectativa de un resultado.

Pero eso no significa que esa expectativa pueda ser modificada con la mera enunciación de que el resultado será distinto. Esa pretensión se vuelve más inverosímil aún por el momento que está pasando el Gobierno: un Presidente que no logra encadenar un diálogo con su vicepresidenta confía en que la velocidad del aumento generalizado de los precios puede ser reducida con la implementación de una terapia de grupo entre empresarios.

En rigor, la inflación autoconstruida en la cabeza de la gente sólo podrá deconstruirse cuando la inflación realmente existente se termine. Las cosas no suceden al revés. Los vendedores y los consumidores, los fabricantes y los mayoristas dejarán de remarcar y convalidar esas remarcaciones cuando comprueben cada mes que los precios no suben y que su expectativa inicial no se comprobó en su billetera.

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A diferencia de lo que ocurre en las materias de la fe, en la economía la evidencia es importante. A la hora de hacer cálculos sobre el dinero que uno tiene o no tiene, nadie piensa en los diablos que imagina Alberto Fernández ni espera los milagros que desmiente Feletti. La Iglesia ya comprobó hace tiempo que, a la hora de enfrentarse al mercado, ni siquiera los más creyentes acuden a la Biblia.

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