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Elecciones 2021: Empieza a definirse el modelo de país buscado

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Descacharreo

En la semana que pasó, justamente, la última previa a las elecciones primarias que tendrán lugar este domingo, la sociedad en su conjunto asistió a contemplar a una dirigencia política sin registro por las desgracias pandémicas, al mismo tiempo que despegada como pocas veces de la realidad, con una exhibición impúdica de su propia pobreza y poco registro de la ajena.

En ese sentido, el contraste entre los votantes y los votados ha quedado expuesto como nunca desde la restauración democrática de 1983, al extremo de abrir dudas sobre una disminución de la participación en un electorado que ha mantenido su costumbre de asistir en un elevado porcentaje. El desinterés y hasta la frialdad con el que la mayor parte de la ciudadanía siguió la campaña explican en parte ese abismo.

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En términos ideales, las elecciones primarias son un instrumento idóneo para remediar el desorden y hasta la inexistencia de las fuerzas políticas. En estos días, sirven poco menos que para plantear cómo empezará la verdadera campaña hacia las elecciones del 14 de noviembre. Al fin este domingo se tendrá la verdadera dimensión del interés y de la valoración que los argentinos tienen por sus dirigentes.

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Algo ya se sabe: los votantes irán golpeados por las consecuencias del Covid, pero también derrumbados por la improvisación en el manejo de sus efectos sanitarios y en especial económicos y sociales. Los argentinos venían chamuscados por la atribulada retirada de Mauricio Macri y encontraron que la elección mayoritaria que hicieron reponer al kirchnerismo, repuso sus viejas recetas para hacer parir nuevos fracasos.

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Alberto Fernández

La historia no se repite. Pero en la Argentina las versiones más recientes de los desastres del pasado, con las mismas prácticas y delirios políticos, son cada vez peores. Hay más inflación y cada vez más pobreza, mientras el gasto público detona una emisión monetaria sin respaldo que liquida los salarios. El padecimiento colectivo por la desidia oficialista en resolver los problemas estructurales de la economía gigante.

Justamente, tan grande como la desesperanza que provoca observar que no alcanza el grado ni de promesa de campaña la posibilidad de que el Gobierno se enfoque en un plan contra la inflación. Como parte de sus mensajes de cierre, Alberto Fernández y Cristina Kirchner celebraron como un éxito haber bajado el precio de la carne en forma ínfima, luego de sustanciales aumentos.

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Pero no mencionaron el tremendo costo de sus medidas para reducir un par de puntos el precio del asado. Las penurias que surgen como consecuencia de ponerles un cepo a las exportaciones son obvias, pero lejanas para la residencia de Olivos. Hay un país que produce que ya ni siquiera trata de explicarse cómo un gobierno elige el despido de centenares de trabajadores por el cierre de frigoríficos.

Una administración nacional que decide perder miles de millones de dólares por exportaciones y opta por el abandono de mercados laboriosamente abiertos al cabo de una medida similar e igualmente fallida tomada durante el segundo mandato de la actual vicepresidenta. Y así un círculo vuelve a cerrarse. No es el único ejemplo de un fracaso que pretende ser presentado como un éxito.

En definitiva, la única verdad es la realidad, y la misma indica que a medida que transcurre el tiempo, cada vez somos más pobres, esa es la única realidad. Con 42% de pobreza, inflación récord, desocupación en alza y cada vez más alejados del mundo lo único que hacen es buscar un responsable, cuando todos fueron verdugos de nuestro futuro. Y en los dos últimos años, el principal responsable fue el kirchnerismo.

cristina krichner
Cristina Krichner

Es por eso que, en este presente de discursos cada vez más degradados, no es raro que el país haya sido protagonista y testigo de una de las campañas más pobres de las que se tenga memoria. Se le suele adjudicar la responsabilidad a los dirigentes políticos. Sin ánimo de exonerarlos, los medios también tendrían que asumir la parte que les toca. Hay poca paciencia para las ideas, cuando las hay. Y menos todavía si exigen dos o tres minutos de desarrollo.

En la pelea por el rating, rinde más la alusión al “garche” de una candidata oficialista que cualquier propuesta más o menos sofisticada para empezar a sacar al país de pantano en el que se hunde. Así como el diálogo y el debate ya no son lo que era, lo mismo el voto. Con el agravante, en la Argentina, el asistencialismo programado y clientelista que mantiene cautivos a millones de argentinos les arrebata su posibilidad de salir de pobres y de votar con libertad.

Sin embargo, contra todo, el voto sigue siendo el instrumento mediante el cual la ciudadanía puede expresar su voluntad. En estas elecciones se enfrentan dos modelos de país. Dos modelos que se excluyen entre sí. La razón es sencilla: uno de ellos pretende acabar con las reglas de juego. De allí la trascendencia de estas elecciones legislativas. La Argentina podría profundizar mediante el voto, el declive en el que parece empeñada, hasta volverse irreconocible.

Pero también darse la oportunidad de empezar a remontar una cuesta larga y escarpada. Con todas las limitaciones y deficiencias, y esperemos que, por mucho tiempo, el poder todavía está en el voto. Todos llegamos a este voto en el intento de reconstituirnos luego de un tiempo en que la vida se volvió supervivencia, básica y primaria: riesgo de muerte por el virus, pérdida de trabajo, afectación de libertades, arbitrariedad estatal fueron algunos de los padecimientos.

Los mismos que nos arrojaron a una lucha agónica con la adversa realidad y con nuestros propios fantasmas y capacidades para resistir. Todos, más o menos, quedamos sumidos en un duelo. Un duelo que aún no logramos elaborar. La marcha de las piedras fue la primera gran ceremonia pública de homenaje a los muertos por la pandemia, y por primera vez exhumó desgarros comprimidos por la crueldad de no poder siquiera decir adiós al ser querido que se fue.

En apenas horas saldremos a tomar una decisión. Con esos dolores a cuestas, iremos a ese cuarto oscuro y luminoso donde cada ciudadano elige en libertad. La suma de nuestro drama, nuestro hartazgo, nuestra madurez, se condensará multiplicada por millones para mostrarnos una nueva foto del sentir colectivo. Llegamos quizás más conscientes, pero más cansados, quizás más sabios, pero más tristes, quizás más golpeados, pero más valientes.

Mañana lunes sabremos mejor quiénes somos todos luego de este apocalipsis. Como pocas crisis la pandemia llevó como nunca a la política a un examen de resultados. Si ya antes la gente votaba con su economía personal en el tablero de decisiones, y quizás con la certeza de que Argentina siempre sale de la última crisis, ¿Cómo irá ahora que encima percibe que nunca salimos del todo de aquélla catástrofe del 2001?

¿Cómo nos sentimos al saber que sólo dimos vueltas en círculos y perdiendo oportunidades? La pandemia profundizó y dejó al descubierto los dramas que ya teníamos. Graves y lapidarios, quedaron en la superficie. Y regirán las voluntades que determinen eso que desvela a los analistas, el mandato del voto. Eso que muchos no quisieron responder a los encuestadores y que tendrá sentencia este domingo cuando el pueblo finalmente hable por su voto.

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