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“La cárcel”, el terror principal en el discurso del kirchnerismo

Máximo Kirchner y Jorge Ferraresi aludieron a esa posibilidad con diferencia de días. La raíz que explica decisiones y preferencias. Y los “enemigos” del Presidente.

máximo kirchner matías kulfas
Máximo Kirchner - Matías Kulfas
Descacharreo

Hacía pocas horas que Matías Kulfas había sido desplazado del Gobierno, cuando el sábado Máximo Kirchner tomó el micrófono en Quilmes, con Mayra Mendoza, Ricardo Foster y el asesor presidencial Alejandro Grimson, entre otros, escuchando sonrientes en la primera fila. Sin nombrarlo, el hijo de la vicepresidenta criticó a Kulfas: “Muchas veces personas a las que nada les costó, y que, así como no muestran su voz en los off tampoco la mostraron durante el macrismo, nos terminaron haciendo mucho daño…”, empezó.

Para continuar: “Costó muchísimo. La cantidad de compañeros y compañeras perseguidos, encarcelados, que se la bancaron, que fueron al frente… de lo que sufrió nuestra gente en términos generales…”. La alusión al ahora ex ministro, incordio para Cristina Kirchner desde su primer día en el Gabinete, no sorprendió. Pero resultó singular que el diputado fuera, en pocos días, el segundo referente del espacio en señalar a la cárcel como destino (pasado o futuro) de los dirigentes kirchneristas.

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Pocos días antes, Jorge Ferraresi, ex intendente de Avellaneda y hoy ministro de Desarrollo Territorial, había ido por el mismo camino: “Algunos vamos a ir presos y seguramente otros volverán a dar clases en las universidades internacionales”, aseguró, en referencia al ministro Guzmán (quien daba clases en Nueva York), al tiempo que reclamaba la unidad de su coalición como la condición urgente y necesaria para evitar que haya quienes terminen a la sombra.

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Más allá del énfasis propio de la tribuna política y del discurso encendido frente a los compañeros, hay, en la presencia repetida de la idea de la prisión, una clave para entender el clima en el Frente de Todos y parte de la política de los últimos años, al menos desde 2019. La primera interpretación es directa: el kirchnerismo, con la vicepresidenta a la cabeza, teme que fuera del poder su destino sea la cárcel, y lo expresa.

Esto no es una novedad, pero el miedo se refuerza ante la posibilidad concreta de una derrota electoral, y definirá el curso de sus acciones y preferencias al menos hasta las elecciones. Será a todo o nada, con los riesgos que eso conlleva. Y un segundo apunte también necesario: que el fantasma de la cárcel no sea novedad en la vida política argentina no quiere decir que haya que naturalizarlo.

No hay posibilidad de democracia sana si lo que se plantea en juego es la libertad o no del derrotado. Frente a esa alternativa, los líderes kirchneristas retoman una idea para ellos imprescindible: asociar la prisión con su militancia política, y no con la corrupción. Los que terminan presos son los que van al frente, que es lo mismo que decir que son presos políticos. Por eso Guzmán no corre ese riesgo.

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En igual sentido puede interpretarse la insistencia del Presidente de la Nación, Alberto Fernández, en calificar de enemigos a quienes no son más que los opositores a su gobierno. “Mi gran enemigo es Macri”, dijo la semana pasada. “Recordemos que entre nosotros no están los enemigos, los enemigos están allá, son los que sumieron a la Argentina en la desgracia que vimos…”.

Ya todo el mundo sabe que de la oralidad del Presidente puede esperarse incluso lo inaudito, y que su necesidad de endulzar los oídos de la vice lo lleva a desbordes, pero la categoría de enemigo es propia del enfrentamiento y de la guerra, y se inscribe en el mismo imaginario que la cárcel. Es el imaginario que el kirchnerismo alimenta desde hace dos décadas. Y que por estos días regresa empujado por el temor a una derrota electoral.

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