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Las horas más oscuras han llegado, la ruindad y las miserias serán ahora más visibles que nunca

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Descacharreo

Opinión. “Lo que nos dejó la semana

La semana que termina, comenzó con un nuevo Decreto de Necesidad y Urgencia, el Presidente dispuso otra vez de forma inconstitucional el agravamiento de las restricciones con motivo del coronavirus. En el discurso que lo antecedió, insistió con el mismo razonamiento que tuvo desde el comienzo, que sólo las restricciones pueden frenar el aumento de los casos. Si eso fuera cierto, sin embargo, Argentina debiera ser el país con menos casos de COVID-19, lo cual lamentablemente no es lo que ocurre.

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Claramente, medidas como cierre de las escuelas, cierre de los espacios de trabajo, cancelación de eventos públicos, prohibición de las reuniones, cierre del transporte público, límites a la circulación, requerimientos de permanencia en los hogares y prohibiciones y controles sobre los viajes no son más que violaciones de parte del Gobierno nacional que las efectúa a diestra y siniestra ante la indiferencia de la Justicia.

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Vemos que la continuidad y la severidad de las restricciones claramente no han hecho que nuestro país logre controlar el virus. Muy por el contrario, Argentina es el tercer país con más contagios en el mundo en la última semana, después de la India y Brasil, y el cuarto con más muertes, tanto en números absolutos como en proporción a la población. Un verdadero desastre empeorado por la inacción y hasta complicidad del Poder Judicial.

Por lo tanto, es increíble que transcurrido más de un año desde la declaración de la pandemia, con la cuarentena más larga del mundo, la emergencia permanente y siempre un DNU inconstitucional vigente con medidas extraordinarias, sigamos creyendo, o el Presidente al menos, que la solución sea siempre imponer mayores restricciones. Y mientras tanto, los jueces sólo atinan a ser testigos de cómo se viola la Constitución Nacional y no hacen nada al respecto.

  • Por otro lado, ¿cómo se encuentra Argentina en comparación a los otros países del mundo en relación a las medidas sanitarias de control del virus, los testeos y la vacunación? Si miramos los testeos, nuestro país no se encuentra ni entre los cien primeros países en términos de tests por millón de habitantes. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, un nivel de positividad de los tests por debajo del 5% indica que la epidemia está bajo control.

Argentina está por encima del 30%, el quinto peor país en el mundo, y un claro indicador de que el virus se está expandiendo mucho más rápido que el crecimiento mostrado por los casos confirmados. ¿Y la vacunación? ¿Es cierto como dice el Gobierno que los problemas de faltantes son iguales en todo el mundo? Más allá de las promesas incumplidas por el Presidente, los datos muestran que claramente vamos detrás.

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Mientras nuestros vecinos Chile y Uruguay ya han inmunizado completamente al 40% y 28% de su población respectivamente, nosotros lo hemos hecho apenas con el 4%. Cerca de 85 países ya han inmunizado a una porción de su población superior a la de Argentina. Y eso obviamente tiene sus consecuencias. Hoy en nuestro país mueren diez veces más personas por millón de habitantes que en Estados Unidos.

País donde muchos de nuestros ciudadanos buscan desesperadamente viajar para poder acceder a la vacuna que nuestro Gobierno no les provee. Una posibilidad que, lamentablemente, no está al alcance de todos. La situación es bastante evidente. En nuestro país, sobran restricciones, pero faltan testeos y vacunas. Y en ese marco, la inacción de la Justicia no hace más que agravar el panorama.

Todo el tiempo y esfuerzo que el Gobierno nacional ha gastado en prohibir, restringir, controlar y en aislamientos generalizados y prolongados, con un pésimo y conocido resultado tanto en términos sanitarios como económicos, lo debiera haber invertido en fortalecer el sistema de salud para atender los casos más graves y en testear, rastrear, aislar selectivamente, prevenir e inmunizar a la población.

En ese sentido, el sistema de salud de muchas ciudades y pueblos ya fue superado o, en el mejor de los casos, está en el límite que separa la atención posible de la muerte sin asistencia. Desde las terapias intensivas ya resuena un pedido de los héroes que luchan contra el coronavirus desde hace más de un año, reclaman garantías para seguir trabajando y las salvaguardas necesarias para el momento de las decisiones más extremas.

Dicho sin eufemismos, los médicos ven llegar el momento en el que tendrán que decidir a quién le sacan el respirador. En esta hora límite, el colapso sanitario no está solo. Inquietantes signos de desobediencia social se advirtieron en las protestas del 25 de Mayo, sobre todo las que involucraron a pequeños comerciantes. Los datos de ese resquebrajamiento son palpables en extendidas zonas del Conurbano bonaerense, por ejemplo.

Allí, justamente, donde los intendentes hacen que no ven que muchos negocios siguen abiertos pese al encierro estricto. Lo que se está jugando ahí es la propia subsistencia de pequeños emprendimientos que incluyen a miles de trabajadores que acompañan a sus empleadores en el desafío de abrir para vender, aunque sea lo mínimo. Y eso mismo se empieza a replicar en otros lugares de Argentina.

Ahí, en ese interior alejado de la Capital Federal, se multiplicaron esta semana las manifestaciones frente a los domicilios particulares de intendentes y las airadas protestas en concejos deliberantes. Grupos significativos en ciudades y pueblos que viven de lejos las peleas en el poder nacional podrían estar también reconfigurando sus relaciones con las autoridades más próximas.

La desesperación nubla las decisiones y provoca la negación irracional de hechos irrefutables, como que el sistema de salud está colapsado. Hay quienes, en forma temeraria, eligen el riesgo de trabajar antes que exponerse a perderlo todo por no haber intentado seguir produciendo. El “yo les avisé” que Alberto Fernández proclamó cuando anunció la nacionalización de las medidas adoptadas para la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano es lamentable.

Y es que, en ese contexto, suena como un nuevo acto de desprecio para las víctimas de la asfixia económica que provoca la pandemia. Es extraño que el responsable de evitar las desgracias se vanaglorie de que finalmente estén ocurriendo. ¿Nada pudo hacer Alberto Fernández para conseguir más vacunas sin dejarse arrastrar por las veleidades geopolíticas de su jefa, Cristina Kirchner?

¿No es acaso el agotamiento de miles de empresas el resultado de una larguísima cuarentena que tampoco resultó eficiente para evitar una segunda ola? Mejor no recordar el vacunatorio vip, cuya secuela continúa. Los jóvenes militantes kirchneristas ya no suben sus dosis haciendo la V en Instagram, pero se multiplican los grupos sindicales y piqueteros que piden y obtienen el beneficio de ser inmunizados antes que el resto.

Es desde el kirchnerismo, antes que desde los comerciantes desesperados, que se activó un sálvese quien pueda que fue registrado por las víctimas de esas maniobras despreciativas. Cristina Kirchner defiende su clientela concentrada en las zonas más pobres del conurbano. Y eso genera consecuencias que el resto del país observa y lamenta. En ese sentido, no hay sondeo nacional que no verifique la caída hacia niveles mínimos de la imagen de la gestión del Gobierno.

La celebración de los logros en el manejo de la pandemia desde donde se despeña la imagen de Alberto Fernández terminó enredada en explicaciones sobre las vacunas que llegan tarde. Y expuso el error de cálculo de ya no contar con recursos sanitarios y de tener que prevenir la llegada de la segunda ola con nuevos encierros que liquidan empresas y empleos. Las horas más oscuras han llegado. La ruindad y las miserias serán ahora más visibles que nunca.

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