Si se pudiera escanear en profundidad el cerebro de Cristina Kirchner, encontraríamos lo indecible: el deseo de que su criatura política, Alberto Fernández, fracase, aun a riesgo de que naufrague su propio gobierno: el que ella misma pergeñó. Más aún: podríamos decir que, en términos simbólicos, Cristina y La Cámpora ya abandonaron ese gobierno, ahora en manos de un “okupa”.
Empezaron a retirarse el día que el camporismo le presentó sus renuncias a Alberto, después de la estrepitosa derrota legislativa. Desde entonces, Cristina Kirchner parece haber encontrado un modo perverso de estar sin estar. O de estar sin apoyar. O de ser oficialista, pero parecer opositora. Ausencia en presencia para evitar así que la historia le facture haber hecho “la gran Chacho Álvarez”. Un truco al que, convengamos, no le falta creatividad.
Jugó a ese juego en la dantesca escena del último martes en el Congreso mientras, en pleno minuto de duelo, se acariciaba el pelo, se reía cuando la oposición tildaba de “mentiroso” a Alberto Fernández, regalaba en cámara caras de desprecio (está visto que carece de filtro) y sobre todo avalaba en silencio dos ausencias escandalosas: la de su hijo e imaginado heredero, Máximo Kirchner.
El que iba a llevar adelante la monarquía K por los siglos de los siglos, y la de su otro hijo político, el preferido Wado de Pedro, de oportuno viaje a España. Lo exhibió días atrás, cuando el Presidente visitó La Plata y, en el mismo momento, ella recibía en su despacho nada menos que a Kicillof. Desde entonces, el gobernador, que hasta ese momento venía apoyando el acuerdo con el Fondo, empezó con petardeos sutiles a un entendimiento vital.
¿Está roto el Frente de Todos? Está roto desde la renuncia masiva de los ministros, después de las PASO. La sucesión, eje de cualquier sistema de poder, está seriamente complicada. El kirchnerismo solo funciona hoy como un sistema de vetos. Sucesión. Vetos. ¿Y Máximo? ¿Cómo interpretar el desplante al Presidente en un acto institucional tan trascendente como la apertura de sesiones legislativas?
En el camporismo auguran que Máximo va a renunciar a todo –hablan de los puestos formales, obviamente, no de las cajas– y que va a jugar a custodiar la herencia simbólica del kirchnerismo. Menoscabado porque nunca fue legitimado por sus propios méritos –siempre fue visto como “el hijo de”–, el jefe de La Cámpora siempre se sintió más cómodo afuera que adentro. Nunca fue una real alternativa de poder.
Como dice un peronista no K: “Son pibes para manejar 20 puntos, cuando tienen más no saben qué hacer”. En verdad, desde que murió Néstor, Cristina y La Cámpora se abocaron a encarnar un testimonio político. Podría decirse que viven de Néstor y de sus imaginarias glorias pasadas. Tal vez por eso, en el único momento en el que Alberto Fernández osó hablar de futuro en el Congreso, ella le arrebató el micrófono.