CÓRDOBA. Hace poco más de un año, el Valle de Traslasierra se vio convulsionado cuando la Justicia desarticuló la Fundación Académica Sêshen, en lo que se conoció como la causa de los “sanadores egipcios”. Hay 11 imputados en prisión preventiva, acusados de asociación ilícita, estafas reiteradas y ejercicio ilegal de la psicología. Entre los detenidos en la cárcel de Bower hay varios que aseguran ser “víctimas” y piden ser tratados como tales, y no como acusados. Otrtas mujeres aún intentan entender cómo quedaron enredadas en esta red y aún padecen las consecuencias. Hace pocos días, por resolución del juez de Control, la causa pasó a la órbita de la Justicia Federal, donde el juez Hugo Vaca Narvaja había declarado su competencia por entender que en este proceso había trata y explotación de personas.
El magistrado deberá resolver ahora el pedido de libertad condicional realizado por varios de los imputados. La fiscal provincial Analía Gallaratto ya había pedido la elevación a juicio del caso, pero eso quedó en suspenso cuando empezó a dirimirse la competencia.
Entre los detenidos están Álvaro Juan Aparicio Díaz, el líder de la organización, que se presentaba como “licenciado Sahú Ari Merek” y decía ser “psicólogo clínico, escritor y egiptólogo”, capaz de curar todo tipo de dolencias, desde la depresión hasta el cáncer, o incluso destrabar la venta de un bien o unir parejas en crisis, con la “terapia científica tradicional del Antiguo Egipto”, con el saber de los faraones.
En la AFIP, según se recopiló en la investigación, Aparicio Díaz aparece inscripto con domicilio en Villa Cura Brochero, en el valle de Traslasierra, bajo la actividad de “edición de libros, folletos y otras publicaciones”. Varios de sus libros se venden en plataformas web.
También están presos su esposa, Laura Carolina Cannes, y Laura Carolina Altamirano, Noelia Elizabeth López, Liliana Cristina Dariomerlo, Verónica Gabriela Floridia, Alejandra Gabriela García, Flavia Noelia Stefanich, Claudio Andrés Urtiaga, Maximiliano Iciksonas y Liliana Cristina Marcial, que era secretaria de la Unidad de Atención de Víctimas del Ministerio Público Fiscal de Santa Fe.
Dos mujeres ya recibieron la respuesta favorable del Ministerio de Justicia de Córdoba y quedaron incluidas en el programa provincial de asistencia a las víctimas de grupos que usan técnicas de manipulación psicológica. “Hay otras personas que también lo necesitan y que, por cuestiones de vergüenza, miedo a la exposición o por estar fuera de la provincia, no se presentan. Por eso hemos hecho una nota más amplia”, dijo a LA NACION una de esas mujeres, la kinesióloga Graciela Mercado.
Mercado admite que hasta hace pocos meses no había advertido que ella también era “víctima de una secta”. La Fundación Académica Sêshen funcionó desde 2014 hasta que fue desarticulada, en marzo del 2021.
Las estimaciones apuntan a que unas 500 personas –todas en situación de vulnerabilidad emocional– se acercaron a Aparicio Díaz buscando ayuda. Terminaron, según cuentan, “manipulados y estafados”. Primero les dictaba cursos, después les pedía que hicieran “terapia” con él y les vendía viajes y “sanaciones”; también les reclamaba que trabajaran gratis para él.
Madre de tres hijos y profesora de historia, Noelia López es una de las detenidas. Compartió medio año celda con Cannes y cuando fue trasladada con las otras presas por la causa, empezó a contar lo que había vivido en Traslasierra. En un cuaderno –al que tuvo acceso LA NACION, con aval de ella– relata, por ejemplo, que fue “abusada” por Aparicio Díaz.
En un párrafo cuenta que un día en el que el “maestro” se quejaba de “cansancio energético” ella le preguntó si podían ayudarlo. “Me dijo que con sexo; yo le pregunté por lo que todos podíamos hacer, no yo sola. Me pidió que fuera a sentarme sobre sus piernas y, toda confundida y en estupor, lo hice. Me senté y ahí comenzó a tocarme los pechos, a darme besos en la boca; me dijo que con los orgasmos él recobraba la energía y que con Carolina [su esposa] hacía diez años que no tenía relaciones […] Siguió tocándome e hizo que yo lo tocara, también”.
Agregó que cuando salió, lloró “todo el camino, con asco, con miedo y con mucha culpa por dejar que pasara y por pensar mal del ‘maestro’. Él era incuestionable”. Días después, a través de Messenger, Díaz le pidió que volviera a Villa Cura Brochero –donde estaba la fundación– y le planteó que “no podía decirle que no”, porque “al maestro no se le dice que no”. Cuando López arribó, la llevó “directamente” a la habitación “para tener relaciones”.
Cuando la víctima se convierte en victimario
Flavia Stefanich, una de las detenidas por este caso, envió a LA NACION una carta en la que narra lo que vivió. “Cómo me gustaría volver el tiempo atrás y pedir ayuda a gritos; quizás hoy no estaría aquí. En ese entonces era tanto el miedo que tenía, no podía revelarme porque siempre había consecuencias en pos de ‘aprender a sanar y evolucionar’”.
Con 44 años, relata que en un momento “vulnerable” de su vida, “en la búsqueda de soluciones y respuestas”, le recomendaron ver a Aparicio Díaz, quien “decía ser psicólogo clínico que realizaba terapias vinculares y personales, y además decía ser kabalista grado 22, maestro Sêshen grado 33, egiptólogo y conferencistas internacional”.
“Poco a poco fui captada por sus ‘promesas’, su ‘conocimiento’; era mi ‘maestro’, mi ‘psicólogo’ y mi ‘padre’… según sus dichos, y así me hacía sentirlo. Hoy son tantas las preguntas… ¿Cómo hizo? ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cuán sometida estaba para poner mi vida en sus repugnantes manos y que hiciera lo que su perversa mente quisiera conmigo? Pienso que su trabajo fue tan minucioso, imperceptible… durante días, meses y años”, sostuvo Stefanich.
Aseguró que Aparicio Díaz “destruyó” su vida. “Logró que me alejara de mi familia, de mis amigos y hasta de mi pareja. Se quedó con nuestra economía individual y la que teníamos en común. En el camino perdí un embarazo, lo cual me hacía más vulnerable a sus dichos y pensamientos sobre el por qué me lo merecía”, relató. También mencionó, en su carta, cómo se endeudó para pagar clases y viajes, siguiendo la estela de “el maestro”.
Ella es parte del grupo que, en 2020, antes de que el Gobierno decretara el aislamiento social preventivo y obligatorio por la pandemia de coronavirus, fue invitado a ir a Pozos Azules, el campo de Cura Brochero donde se iban a proteger –según el “licenciado Sahú Ari Merek” declamaba– del “fin de la sociedad” tal como se la conocía. Stefanich afirmó que en ese momento pasó a ser su “esclava”.
“Vivíamos en condiciones totalmente indignas. Era un lugar deshabitado, algo parecido a un rancho, con el techo roto, sin agua, sin luz, sin calefacción ni nada por el estilo. Pasaba días sin bañarme”, añadió, entre otros detalles escabrosos.
“Poco a poco fui captada por sus “promesas”, su “conocimiento”; era mi “maestro”, mi “psicólogo” y mi “padre”… según sus dichos, y así me hacía sentirlo. Hoy son tantas las preguntas… ¿Cómo hizo? ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cuán sometida estaba para poner mi vida en sus repugnantes manos y que hiciera lo que su perversa mente quisiera conmigo? Pienso que fue un trabajo tan minucioso, imperceptible… durante días, meses y años”
Flavia Stefanich (detenida en la causa)
Deudas y miedo
Eliana Bonini, ama de casa de 37 años, contó a LA NACION que en 2014 le diagnosticaron cáncer y llegó, por referencias, a Sêshen: “Buscaba una sesión con él; su mujer me invitó a un curso del primer nivel, que me gustó. No me esperé que fuera el primero de muchos más, y así empezó una rueda de la que no podía salir. Todo era carísimo, y yo era empleada de un comercio. No sospeché, entonces, que era una secta, pero sí veíamos manejos que no agradaban”.
Sostuvo que “el maestro” tenía por costumbre “echar a la gente, exponerlos ante otros, hacer que le rogaran y que le pidieran disculpas”. Bonini se endeudó en 6000 dólares para viajar a Egipto. “Me repetía: ‘Uno que se baja y jode a todos’. La pasé horrible. No tenía plata, me cortaron los servicios en casa, debía cuotas del colegio… La deuda era interminable y él me presionaba. Terminé unos meses antes de que fuera preso”.
Cuando empezaron los allanamientos, quienes pasaron por la fundación se sintieron “muy mal”, dijo Bonini. “Tiramos y quemamos libros; la Justicia no debió habernos dejado a la deriva”, sentenció.
La kinesióloga Mercado llegó a la fundación por una invitación que, en 2014, le mandó la esposa de Aparicio Díaz a través de Facebook. Entró interesada en las clases, a las que iba una vez por mes. Después, la “empujaron” a las sesiones psicológicas: “La habilidad para persuadir era impresionante; yo estaba vulnerable, depresiva, y él conocía todos los puntos débiles. Era plata y plata que destinaba a eso”.
Admitió que cuando se produjeron las detenciones, hubo exalumnos que pensaron que se trataba de un “error” y se contactaron con el hijo de “el maestro” –que está en libertad– para ofrecerle ayuda.
“A medida que pasó el tiempo empezamos a darnos cuenta de dónde estuvimos metidos, vimos por qué nos prohibía hablarnos entre nosotros, por qué nos mantenía alejados. Fue shockeante saber que habíamos caído en una secta”.
Mercado recordó que Aparicio Díaz les repetía “al maestro no se le pide; al maestro se le da”, y así nadie podía cobrarle lo que él les pedía. Ella viajó a Egipto, e incluso en esos viajes debían pagarle a él lo que compraba o consumía. “Queremos hacer la denuncia, pero contra Aparicio Díaz y su mujer, no contra los otros, que también fueron víctimas de estafas, de engaños y de daño psicológico”, resumió.
Mario Ponce, abogado de Liliana Cristina Dariomerlo –otra de las detenidas–, sostuvo que el uso “excesivo del dictado de prisión preventiva” en la causa está “violando el principio de inocencia y que las víctimas están siendo revictimizadas”. Agregó que su defendida está “injustamente detenida” porque “es una víctima más”. En su opinión, hay una “acusación sin fundamento, que es un verdadero disparate” contra todos los detenidos.
Explicó que Dariomerlo “hacía terapia Sêshen, pero no ejercicio ilegal de la psicología”, y contó que, incluso, la mujer estaba por irse a Pozos Azules y “había comprado 60.000 pesos en mercadería para llevar, convencida por él”.
““Queremos hacer la denuncia, pero contra Aparicio Díaz y su mujer, no contra los otros, que también fueron víctimas de estafas, de engaños y de daño psicológico”
Graciela Mercado (víctima de la secta)
Desde España, más acusaciones
Álvaro Aparicio –hijo del líder de la fundación– habló con LA NACION desde España, donde vive desde hace 17 años. Afirmó que su padre “no tiene ningún tipo de titulación” y que “cura de forma ‘milagrosa’ todo tipo de enfermedades, haciendo que, en muchos casos, se dejen tratamientos”. Insistió con que lograba reunir a su alrededor personas “proclives a creer en el pensamiento mágico, de las que se aprovechaba”.
“Le contaban todos sus secretos y él, como es un gran manipulador, elaboraba toda una narrativa y plantaba la semilla de una serie de cuestiones para aislar a quienes llegaban a él. Así constituía el ‘ejército’ de su logia. A través del afecto impostado que daba, los ponía a trabajar, a hacer todo lo que sabían para él”, manifestó. Sostuvo que él, cuando era chico, “normalizó” algunas cosas, pero con el tiempo advirtió “frente a qué tipo de monstruo estábamos”.
“Buscaba lucro económico y sexual; buscaba instaurar un mundo apocalíptico en el que todos trabajaran para él –agrega–. Le hizo mucho daño a toda nuestra familia, nadie salió indemne. Fue cambiando sus visiones del final del mundo y afectando gente. Es un narcisista que carece de empatía; la gente le contaba secretos y no tenía reparos en contarlos y reirse adelante de otros. Ha sido un embaucador; quería vivir como un marqués, y la gente le daba igual”.
Su hijo recordó que una vez a él le apuntó con un arma y que vio cómo golpeaba a su esposa: “Es violento; no tiene moral ni escrúpulos”.
Nelson, hijastro de Aparicio Díaz, calificó su experiencia de vida con él como “nefasta”. En diálogo con LA NACION, recordó que lo “golpeaba cada día”, le hablaba “mal” de su padre. “Fue siempre muy agresivo, muy mitómano. Cuando alguien te maltrata tanto es difícil tener otro recuerdo; nos pegaba con puño cerrado, con cables; hacía que un hermano sostuviera al otro para pegarle”, indica.
Dijo que fue testigo de cómo Aparicio Díaz y su madre se iniciaron en una logia masónica en Montevideo, y a los cinco años se mudaron a Buenos Aires, donde abrió un consultorio en la calle Talcahuano en el que usaba los diplomas que él mismo “se falsificaba”.
“Éramos adolescentes, no entendíamos; creíamos… Nos fuimos escapando cuando pudimos; mi madre fue otra víctima de él. Por eso no nos sorprende todo esto”, afirmó.
“Lo que vendía era sanación. La gente que se le acercaba no son cómplices, llegaron buscando ayuda. Lo que me sorprende es que ellos también estén presos”