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Un Gobierno nacional shockeado teme que la violencia narco llegue al Conurbano bonaerense

Alberto Fernández demoró la reacción, mientras Cristina y Máximo Kirchner miran para otro lado.

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Descacharreo

El desorden del Gobierno alcanza tal magnitud que ni el mensaje mafioso de la semana pasada en contra de la familia política de Lionel Messi fue suficiente para que las máximas autoridades comprendieran que debían adoptar alguna medida urgente. Sobre todo, con impacto. Entre ese episodio y ayer Rosario continuó su escalada criminal hasta establecer el promedio de más de un muerto por día en lo que transcurre de 2023.

El lunes, sin embargo, se produjo un punto de inflexión. Una pueblada de vecinos en el barrio Los Pumas hizo añicos un búnker de venta de droga. Su principal ocupante había sido detenido en enero luego de un allanamiento a la vivienda. Pero el negocio nunca se detuvo. La furia se desencadenó después del asesinato del menor Máximo Gerez. Las imágenes donde la gente resolvió hacer justicia por mano propia, en las cuales se filtraron saqueos evidentes, colocaron por primera vez a Alberto y al mismo kirchnerismo cerca de un estado de shock.

Fumigación y Limpieza

​Rosario no fue, tal vez, ni siquiera la máxima expresión del espanto oficial. En ese mundo se comenzaron a interpelar acerca de qué podría suceder si una situación similar se replicara en Buenos Aires. ¿O no hay, acaso, búnkeres del narcomenudeo distribuidos en todo el conurbano? Axel Kicillof tomó conciencia sobre esa situación después de tres horas de discurso para dejar inauguradas las sesiones en la legislatura de Buenos Aires.

Movilidad Urbana

Acto postergado el primer día de marzo por aquel gigantesco apagón. El gobernador se regodeó con la teoría kirchnerista del Estado omnipresente mientras Rosario exhibía salvajemente la contracara: los vecinos hicieron replegar a la policía y la Justicia deberá multiplicar su pericia para recoger pruebas en el lugar e impulsar la causa contra los acusados. El gentío desatado no reparó en detalles. Pulverizó casi todo.

El miedo hizo salir al ruedo a algunos de los actores principales. Capaces de decir cosas que al kirchnerismo le aterra. Antes que, por principio, por ignorancia. Sergio Berni, el ministro de Seguridad, se encargó primero de polemizar con Aníbal Fernández. Desacreditó al ministro de Seguridad por haber afirmado que “el narco ha ganado” en Rosario. No titubeó en decir que con los narcotraficantes habría que hacer lo mismo que Nayib Bukele en El Salvador.

Berni, en una exageración sin medida, sostuvo que ese constituye hace mucho tiempo su verdadero proyecto. Bukele lo habría plagiado. Defendió, por otra parte, la idea del trabajo forzado para los narcos que sean apresados y encarcelados aquí. “Deberían paliar el costo que la construcción y el mantenimiento de las prisiones tienen para el país”, completó. El secretario de Seguridad no estuvo sólo en la exposición.

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Por otro andarivel reapareció el ex jefe del Ejército, César Milani. Más parco que Berni -tampoco es tan difícil- se limitó a respaldar la idea de construir grandes prisiones en lugares recónditos de la nación. Todo apuntando a los narcotraficantes. ¿Serían las expresiones de Berni y Milani representativas del pensamiento kirchnerista? Muy difícil creerlo. Sus irrupciones, en todo caso, estarían denunciando dos cosas.

La ausencia de un mínimo libreto en el kirchnerismo, incluida la vicepresidenta Cristina Fernández y el diputado Máximo Kirchner, para hacer frente al flagelo que se ha hecho trágico en la ciudad de Rosario. Recorre desde hace años el territorio nacional, de punta a punta. El temor, además, a que algo de ese tenor pueda conmover a Buenos Aires en pleno desarrollo del año electoral.

Cuando el oficialismo aspira a defender, de mínima, dicha geografía ante la posibilidad de una derrota en el plano nacional. Entre lo que sucede en Rosario y el riesgo de que pudiera suceder en Buenos Aires existe todavía una diferencia. La policía bonaerense no está desaparecida. Aún con su enorme porosidad, no ha resignado el control del territorio. Como sucede con la santafesina en Rosario.

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