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Un presidente cada día más debilitado por culpa de su vicepresidenta

La falta de definición de Cristina Kirchner desdibuja la autoridad del Jefe de Estado y genera ruidos que afectan la gestión gubernamental.

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Cristina Kirchner - Alberto Fernández
Descacharreo

“El miércoles pasado (Máximo) me planteó sus diferencias, y hoy me dijo que tomó esta decisión; me dijo que Cristina no estaba de acuerdo con la renuncia pero que él se sentía mejor estando en el llano”. Así explicaba el presidente Alberto Fernández la conflictiva situación desatada en el seno de oficialismo luego de la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque de Diputados del Frente de Todos.

No podemos soslayar que el Presidente aclara que “Cristina no está de acuerdo” con la decisión de su hijo, como si fuese el vocero de una Vicepresidenta que se permite el arrogante lujo de no hablar para aclarar la situación. Las dudas siguen presentes: ¿Está de acuerdo Cristina Kirchner con el acuerdo alcanzado y presentado por su gobierno con el FMI? ¿Acuerda la Vicepresidenta con la marcha golpista realizada esta semana que intenta destituir a la Corte Suprema de Justicia?

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Podemos conjeturar, pero realmente no lo sabemos. En un país normal, con líderes y autoridades que se comportan con normalidad, la Vicepresidenta Cristina Kirchner estaría obligada moral y políticamente a hablar, porque de su opinión depende que el acuerdo siga encaminado, que los mercados reaccionen de modo positivo, como lo hicieron el viernes y el lunes.

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Y que el oficialismo se ordene detrás de una política de Estado concreta y que sus “delfines” dejen de jugar a las “estudiantinas” solo con el fin de levantar banderas de soberanía contra un organismo multilateral acreedor porque es lo que encaja en el perfil emancipador que dicen tener. Es curioso: justamente esas mismas banderas soberanas no flamean para plantarse frente a otras potencias mundiales.

Como Rusia, que nos vendió una vacuna que más de un año después aún no es aprobada por las autoridades de aplicación internacionales. Además de la grave situación generada con el incumplimiento de parte del Fondo de Inversión Ruso para la entrega de las dosis acordadas en tiempo y forma, lo que retrasó el plan de vacunación el primer semestre del año pasado y provocó miles de muertes que, con vacunas aplicadas, se hubiesen evitado.

Ahí no encuentran una razón para hablar de imperialismo opresor, solo un tenue reclamo detallado por la asesora presidencial, Cecilia Nicolini, basado más en no poder “apoyar el proyecto ruso” que en el desastre sanitario que ese incumplimiento generó en el país. Después de todo, los muertos los puso la gente de a pie, no los funcionarios y amigos que se beneficiaron con el inmoral vacunatorio vip.

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Los silencios de la líder y la notoria falta de autoridad del Presidente, hacen que presenciemos situaciones anormales incluso para la política local. Un claro ejemplo es lo sucedido con el economista Claudio Lozano, director del Banco Nación, que no solo criticó públicamente el acuerdo con el FMI antes de que sucediera, sino que, además, presentó un pedido a la Justicia Federal.

Lo hizo para que dicte una medida cautelar para que el “Estado nacional suspenda todo pago de deuda al FMI hasta que el Congreso analice la legalidad y constitucionalidad de dicho endeudamiento y trate nuevos acuerdos”. Imaginemos a los funcionarios del FMI, encargados de llevar la negociación con nuestro país, al enterarse que un funcionario, autoridad del banco estatal más grande del país, recurre a la Justicia a pedir que la Argentina no cumpla con sus obligaciones.

Poniendo en peligro cualquier entendimiento y llevando al país al precipicio del default. Seguramente les costará entender cómo el propio Presidente de la Nación, que lo designó en el cargo y que señaló que el acuerdo era lo mejor que le podía pasar al país, aún no le pidió la renuncia. Inexplicable por donde se lo mire, pero cabe señalar que no es la primera vez que pasa.

Alberto Fernández, que seguramente es el primer presidente desde el retorno de la democracia en no poder cambiar un funcionario de segundo o tercer orden, deberá esperar ahora que la oposición lo acompañe en el Congreso de la Nación siendo incapaz de ordenar a su propia gente. Un milagro político que seguramente culminará sin el tratamiento del “acuerdo” en el Parlamento. No imaginaba Alberto Fernández que, siendo Presidente de la Nación, enfrentaría hoy un silencio de parte de quien señaló años atrás.

Es un silencio que lo aturde, que lo debilita, que lo muestra inseguro, porque mientras las horas pasan, las hipótesis desfilan, la tropa se desgrana y las especulaciones crecen, quien sigue sin hablar para aclarar lo necesario, haciendo gala de su reconocido egoísmo político, lo hace porque prefiere aturdir con su silencio al propio Presidente que ella designó. Era esperable: a Cristina Kirchner siempre le interesó crear seguidores, no otros líderes.

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