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El hartazgo social que el kirchnerismo no puede ver

Lo más grave de la erupción social del lunes es que marca un antes y un después.

cristina berni
Cristina Kirchner - Sergio Berni
Descacharreo

Un cartel esgrimido por uno de los colectiveros resumió el clima social de bronca y hastío: “Nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo”. Es un alerta roja en el tablero de la convivencia pacífica. La furia popular está amenazando con puebladas y estallidos. Ojalá los funcionarios sepan escuchar. Que el árbol de Sergio Berni no nos tape el bosque de la inseguridad del kirchnerismo.

Berni, es la mano derecha de Cristina y lo fue de Néstor desde la intendencia de Río Gallegos. Es el funcionario con mayor antigüedad al servicio de la dinastía Kirchner. Que quede claro, Berni no nació de un repollo. Pero lo más grave de la erupción social del lunes es que marca un antes y un después. La paliza feroz que los colectiveros le dieron a Berni fue la expresión más brutal y primitiva de un hartazgo social que el gobierno kirchnerista no ve y no quiere ver.

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La inmensa mayoría de los argentinos no aguanta más vivir con miedo. Insultan porque ven que el gobierno nacional y el de la provincia de Buenos Aires no hacen nada para combatir el delito y el crimen organizado. Todo lo contrario. La ideología jurásica y fracasada que los alimenta los hace poner siempre del lado de los delincuentes y nunca del lado de las víctimas. La nefasta doctrina Zaffaroni se disfraza de progre, pero es profundamente reaccionaria.

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Intoxicó la facultad de Derecho con esa idea de que todos los ladrones, asesinos y violadores en realidad son víctimas de la injusticia del sistema capitalista. Los muchachos kirchneristas y sus dirigentes han romantizando todo tipo de delitos empezando por la lucha armada de la guerrilla de los 70 y las dictaduras rojas de sangre opositora de la región. Pero también simpatizan con los pistoleros comunes y los carteles narcos como si fueran a una suerte de Robin Hood de la justicia social.

Es incomprensible, pero esa es la inflamación ideológica que los guía. No creen en el sistema de premios y castigos. Nacional populismo berreta. Por eso en plena pandemia, liberaron miles de presos que nunca volvieron a las cárceles pese a que en los penales casi que no hubo muertos por el virus del covid. Por eso gastan fortunas en darles la internet más veloz a los presos en lugar de invertir en cloacas y agua potable en La Matanza, por ejemplo.

Defienden los derechos humanos de los presos, pero no de las personas honestas que van a trabajar o a estudiar todos los días. Por eso armaron en su momento la agrupación del Batayon Militante que, con la excusa de llevarlos a actos culturales para recuperarlos, los metían en movilizaciones políticas. En lugar de darles dignidad como debe ser para todos los habitantes, les dan poder a los que cometieron robos y asesinatos o violaciones.

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Tienen la cabeza quemada por el agite dogmático. No respaldan a las autoridades policiales. Ven un uniforme y se imaginan a Videla. Y ya pasaron 40 años de democracia. Piensan con los pies. Cristina y sus talibanes se cansaron de decir (y actuar en consecuencia) que la inseguridad en un problema de los ricos y una bandera de la derecha. Son tan obtusos, tan energúmenos, que ni lo que pasó el lunes les abre la cabeza a una comprensión racional del drama que estamos atravesando.

Los colectiveros no eran ricos ni oligarcas. En todas las encuestas aparece la inseguridad y la inflación como los principales dramas que sufren nuestros compatriotas. Ya lo dijimos varias veces. El orden y la paz social son valores universales. No son de derecha ni de izquierda. La seguridad es la mínima garantía que tiene que ofrecer el estado para que las familias que producen vayan a sus empleos sin temor y que no tengan pánico cada vez que sus hijos van a la escuela.

Proteger, cuidar, contener a las personas decentes es tal vez la principal tarea del estado que tiene la suma de la fuerza pública. Si fueran a escuchar y no a adoctrinar a los barrios populares del conurbano, se darían cuenta de que la inseguridad, como todos los problemas graves, golpea mucho más fuerte a los más débiles. Los pistoleros y malandras les roban las mochilas o las zapatillas a los chicos, son capaces de matarlos para arrebatarles el celular o para comprar marihuana o paco.

Y los más humildes no tienen los recursos de defensa que tienen los sectores más acomodados. Hablo de rejas, vidrios polarizados, cámaras de video y hasta seguridad privada. Pero tozudos, cerrados en su fracaso, el cristinismo mira para otro lado y cuando ocurren tragedias como la muerte de un trabajador, se llaman a silencio. La inseguridad no es una tormenta de verano ni algo que cae del cielo.

Es una construcción del estado kirchnerista que todo el tiempo envía señales nefastas a la sociedad. El que las hace, no las paga y la muerte de un laburante no les importa un carajo. Les guiña el ojo a los criminales, a los usurpadores, a los que violan la ley en todas sus formas y cierra los ojos ante las víctimas que reclaman justicia. Los ciudadanos acumulan bronca porque ven a los funcionarios bien protegidos con guarda espaldas y viajes en helicópteros o autos blindados.

Mientras ellos cada vez sienten más pánico a la hora de salir a la calle. Y esa bronca, un día estalla como un volcán y se torna incontrolable. La multitud se transforma en turba y es capaz de hacer cualquier cosa. Si la policía de la Ciudad no hubiese protegido a Sergio Berni, tal vez lo hubieran matado a patadas. Estuvimos al borde de una tragedia inédita. No hay antecedentes de un drama similar.

Trabajadores conmovidos por el asesinato de un compañero, hicieron justicia por mano propia y al ministro Berni le dieron patadas, trompadas y pedradas. Berni se mostró desequilibrado y eso es muy peligroso para todos los bonaerenses. Dijo que fue una emboscada, que lo iba a insultar al ministro de seguridad de la ciudad porque lo llevaron detenido y eso que le salvaron la vida.

Siguió su peleíta interna con Aníbal Fernández y mantuvo esa altanería y soberbia del Rambo del subdesarrollo. Entre todas las herencias malditas que va a dejar este cuarto gobierno kirchnerista están la inflación y la pobreza multiplicada. Pero la más grave es la inseguridad galopante. No tienen la menor intención de enfrentar a los delincuentes. Y esa es una cuestión de vida o muerte.

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