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¿Hasta cuándo la hipocresía y la corrupción?

Alberto Fernández nuevamente hace el ridículo y se burla de los argentinos, se olvidó de hablar sobre inflación, pobreza, inseguridad y narcotráfico.

alberto fernández cristina kirchner
Descacharreo

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En la semana que pasó para jamás volver, el discurso del presidente Alberto Fernández en el inicio del período ordinario de sesiones del Congreso no nos defraudó. Es lo que esperábamos: una colección de mentiras y de fantasías, que, de ser ciertas, harían de nuestro país la primera potencia mundial. Habría que pensar que los cientos de miles de jóvenes que emigran están totalmente confundidos, no ven la realidad o son masoquistas.

Fumigación y Limpieza

Vuelve a mostrarse como víctima de la pandemia y la guerra de Ucrania. Alberto Fernández manifestó que hubo un cerco informativo que oculta las políticas del gobierno debido a la concentración de medios. Nuevamente atribuye al odio las críticas a su administración. Miente sobre las vacunas, diciendo que fue por el mundo a buscarlas, cuando sabemos que fue por razones nunca aclaradas, que demoró irresponsablemente el ingreso de las vacunas Pfizer.

Movilidad Urbana

Y que privilegió a sus amigos en la vacunación, mientras muchos argentinos morían por no estar inmunizados. Miente sobre un supuesto golpe de Estado en Bolivia a Evo Morales. Y calla sobre el verdadero golpe de Pedro Castillo en Perú, al que su gobierno apañó, a la par que se alineaba con todas las autocracias de América Latina. Confunde investigación penal con persecución a políticos “populares”. Hace chicanas baratas sobre la Justicia.

Vive en un mundo de ficción: dice que dejó sentados los fundamentos de un gran país. Insiste sobre una campaña de desánimo. Dedica varios minutos a las Islas Malvinas, sin tener nada que informar. Solo intenta pulsar una cuerda emotiva, típico recurso de los populismos. Alberto Fernández habla como un observador, que no tuviera nada que ver con el desastre económico y social del país.

Fabula un crecimiento que no es más que el rebote luego de haber sido uno de los países de mayor descenso en su actividad económica por la absurda y prolongada cuarentena. Menciona ejemplos aislados de empresas a las que les fue bien, ignorando que la Argentina está estancada hace varios años. Arroja cifras que no son más que juegos estadísticos que nada tienen que ver con la realidad.

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De la inflación lo único que tiene que decir es que es un problema estructural, es decir, algo ajeno a su gestión. Y que no se puede bajar abruptamente para no poner en peligro el crecimiento, idea anacrónica mil veces desmentida por la realidad, ya que la inflación es un freno al desarrollo productivo. Fantasea con que está cuidando las reservas, que cada vez son más bajas.

Alega que hay una campaña contra las empresas públicas. No, hay un rechazo al despilfarro estatal para que los recursos se usen en las funciones esenciales del Estado. Defender, por ejemplo, el desastre de Aerolíneas Argentinas es un disparate. Vuelve sobre un discurso estatista, adjudicando a quienes promueven una mayor economía de mercado intenciones espurias y búsquedas ilegítimas de negocios particulares.

Lo dice el mismo funcionario de Carlos Menem que alababa las privatizaciones. Repite esa frase que se atribuye a Evita sobre que de cada necesidad nace un derecho, suponiendo que esa mera enunciación demagógica puede superar el problema de la restricción de recursos y la necesidad de priorizarlos. Es lo opuesto a lo que hace su gobierno, que al malgastar recursos les asigna menos a los más necesitados.

La exposición del presidente fue una monocorde reiteración de cifras falsas, que no despertó ni siquiera el entusiasmo de los legisladores oficialistas, que se limitaban a aplaudir tibiamente en forma periódica, cuando Alberto Fernández elevaba un poco el tono de la voz, sin prestar la menor atención al contenido de sus palabras. El show de la exhibición de personas que por diversas razones habían tenido algún logro pretendía simular que esas historias particulares eran la regla y no las excepciones de una nación en una profunda decadencia.

Sobre el final, quiso calentar el ambiente con falsos postulados de federalismo para justificar su manoteo inconstitucional de recursos a la Ciudad de Buenos Aires. Invocó, entonces, la vetusta doctrina de las cuestiones políticas no justiciables para pretender que sus actos ilegales no puedan ser controlados. También, al cargar sobre la independencia del Poder Judicial, reclamando una “independencia” que en verdad quiere ser una subordinación.

Y llama “intromisión” de la Corte Suprema al control de constitucionalidad. Y es de una bajeza enorme hacer señas en dirección al presidente y al vicepresidente del alto tribunal, que no pueden contestarle. Al embestir contra la Justicia, Fernández se inscribe en una larga tradición del peronismo. Y concluye con un impropio alegato contra la condena a Cristina Kirchner, interfiriendo una vez más con la libertad de actuación de los jueces.

En definitiva, el país imaginario de Alberto Fernández, que debería ser la admiración del mundo, es extraño que su propia fuerza política le dé la espalda y que la vicepresidenta Cristina Kirchner, a su lado, ostensiblemente se niegue a recibir de él ni un vaso de agua. Todo el discurso de apertura de sesiones fue una ofensa a los argentinos. Nos queda un consuelo y una esperanza: es el último.

Pero, además, en la semana que se esfumó para jamás retornar, el apagón masivo del miércoles y el ataque a tiros al supermercado de la familia de Antonella Rocuzzo del jueves sirvieron, con una diferencia de pocas horas, para recordarle al Gobierno que la realidad se impone con brutalidad sobre cualquier dibujo, independientemente del esmero que pongan en su obra los dibujantes.

El Presidente dice ante el Congreso que “la Argentina es la energía que necesita el mundo” y al rato un incendio de pajonales como los que ocurren durante todo el verano en cualquier campo genera una cascada de cortes que deja sin energía a 20 millones de personas en todo el país. El jueves, el drama que genera el narcotráfico en Rosario, hasta ahora generaba angustia solo en la Argentina.

Pero ganó escala global cuando afectó a la familia de Lionel Messi, el personaje más global que tuvo este país en muchos años y que incluso multiplicó su popularidad hasta convertirse en la persona más conocida del planeta cuando ganó la Copa del Mundo el año pasado. Lo cierto es que cuando no funcionan las heladeras en seis millones de hogares no hay manera de disimular un apagón.

Y cuando balean un supermercado de la familia de la esposa de Messi y dejan una amenaza escrita que menciona a Messi no existe un mecanismo para evitar que el mundo hable del desborde del narcotráfico en Rosario. En ese marco, lo que está claro es que el Gobierno nacional enfrentará durante las próximas semanas otras realidades que serán imposibles de esconder.

A mediados de marzo se sabrá que la inflación de febrero estará cerca del 6% y es casi seguro que se romperá un techo simbólico que no necesita explicación, cuando ese dato mensual lleve a la inflación del último año a un número por encima del 100%. El manejo de la tabla del 2 está bastante extendido en la población, así que será inevitable proyectar cuánto habrá que pagar dentro de un año para conseguir el mismo contenido en la bolsita de plástico que cualquiera trae en la caminata de regreso del almacén.

Inflación del 100%, menos ingreso de dólares y menos recaudación. Con ese panorama es difícil de imaginar en qué rincón de la economía encontrará el Gobierno argumentos para apuntalar una campaña política como la que enfrentará este año. Las cifras de crecimiento que mencionó el Presidente en su discurso del miércoles están, según los propios registros oficiales, comenzando a mostrar el impacto del escenario negativo que se hizo evidente en el verano.

Y frente a eso no hay muchas posibilidades de dibujar. ¿La economía que dejará esta gestión será mejor o peor que el que encontró? ¿Habrá más pobres o menos pobres? ¿Habrá más inflación o menos inflación? ¿Habrá más empresas o menos empresas? ¿Más empleos o menos empleos? Esas preguntas tienen respuesta en las planillas de excel y no en los documentos de word.

El kirchnerismo, con los dirigentes de La Cámpora a la cabeza, viene exigiéndole al Presidente que haga pública su renuncia a buscar la reelección cuanto antes. Alberto Fernández busca seguir jugando al misterio todo lo posible y no querría hacer ningún anuncio al menos hasta mayo, ya que el cierre para la presentación de listas de precandidatos para las PASO tendrá efecto en junio.

Como si eso fuera poco, tanto La Cámpora como Cristina Kirchner hablan como si fueran oposición, cuando ella no tan solo es vicepresidenta, sino que hasta maneja la presidencia. En ese sentido, la última apertura de sesiones ordinarias de la fórmula Alberto-Cristina explica que el experimento no salió bien. “¿Qué les pasa con Alberto?”, preguntaron a Andrés Larroque en radio La Red, y el dirigente de La Cámpora volvió a ser demoledor: “Hay una desilusión muy grande”.

El énfasis que quienes interpretan el pensamiento de la vicepresidenta ponen para criticar al jefe del Estado puede llamar la atención, pero oculta un fondo de desengaño mayor, que es propio y que excede la administración de Alberto Fernández: han empezado a tomar conciencia de que, si no logra un resultado decoroso en octubre, el kirchnerismo estará bastante cerca de la extinción. Por la crisis y porque no fue capaz de engendrar un liderazgo continuador.

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