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“Humor social” y “autoestima colectiva”

Admitiendo que el combate contra la inflación está perdido, desde la Rosada se anunció la creación de una Unidad Resiliencia Argentina. Luego hubo marcha atrás, pero la tarea será abordada desde el Ministerio de Salud.

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Descacharreo

Si algo le faltaba al Gobierno era embarcarse en el género “autoayuda”. Pues bien, ya no le falta. En un nuevo esfuerzo por impostar una modernidad apenas marketinera, ayer anunció la creación de la Unidad Ejecutora Especial Temporaria Resiliencia Argentina, que desde la grandilocuencia de su nombre exponía lo incierto de su tarea (las cosas de verdad tienen nombres simples).

Lo rebuscado de la decisión se confirmó apenas unas horas más tarde, con una marcha atrás apurada y la aclaración de que las funciones quedarían en el Ministerio de Salud. El arrepentimiento no modifica la cuestión de fondo, un hábito de gestión que vale la pena analizar. ¿Para qué se creaba esta sarasa, a cargo de Fernando Melillo, ex aliado de Chacho Alvarez y Lilita Carrió, y cuyo destino ahora es incierto?

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La lectura de la justificación iluminaba la misma necesidad de disfrazar con el lenguaje lo que carece de entidad real. “Incorporar el enfoque de la Resiliencia con el fin de fortalecer las iniciativas estatales y mejorar sus resultados, junto a los distintos grupos poblacionales y sociales…”. Según la resolución, el enfoque se justificaba en “el impacto globalmente catastrófico y subjetivamente traumático que la pandemia del COVID-19 tiene…”.

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Al final se explicaba que la Unidad trabajaría para mejorar el “humor social” y la “autoestima colectiva”, junto a la “honestidad estatal y la solidaridad”. Semejante palabrerío exige una pausa. Para empezar, un detalle que no debiera pasar inadvertido. El Gobierno insiste en hablar del “impacto catastrófico y traumático que la pandemia tiene…”. La definición no es casual y constituye un acto de autodefensa.

Hoy se sabe de sobra que lo que más afectó la vida cotidiana fue la cuarentena, con su consecuencia de encierro y caída económica, decisión no impuesta por la pandemia sino por el Gobierno. También resulta sintomático, y con un dejo de comicidad, que la administración de Alberto Fernández reconozca la necesidad de mejorar el “humor social” y la “autoestima colectiva”.

Hay que decir que, dos años y medio después, en la Rosada tomaron nota de que la paciencia se agotó y las caras de hartazgo (por decirlo con suavidad) tienen una razón concreta: su gestión. Si se mira la decisión oficial con detenimiento, con Unidad Ejecutora o sin ella, es la admisión del fracaso del Gobierno en modificar los datos de la realidad que de verdad podrían mejorar no sólo el humor sino la vida de los argentinos.

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Es decir, la inflación, la caída del salario y la inseguridad, para empezar a contar. Frente a esa imposibilidad apelaba, como con la Mesa del Hambre y el Observatorio de políticas de Género, a la creación de una cáscara vacía para intentar hacer creer que se ocupa. Lo artificioso empujó a deshacer a medias lo ya hecho. Asoma otro aspecto, ¿Resultaba necesaria la creación de una Unidad, con los nombramientos que implica, en un momento en que se reclama la austeridad estatal?

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