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La declaración de guerra del kirchnerismo

La Vicepresidenta impulsa una ofensiva política porque cree que así podrá evitar una condena por corrupción. Por eso, involucra al peronismo.

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Bastó que Horacio Rodríguez Larreta dispusiera el vallado de las cuadras que rodean al departamento que Cristina habita en La Recoleta para que la zona se llenara de activistas profesionales y no tardara en aparecer la violencia que observaron el sábado miles de ciudadanos más preocupados por los problemas reales como la altísima inflación, la falta de reservas monetarias y el avance incontenible de la pobreza.

Lo que el kirchnerismo define como “guerra” es convertir el complicadísimo escenario judicial que se le abrió a Cristina en una pulseada política. Las corridas, los golpes, los cantos de barrabravas y los actos de defecación en plena calle que el kirchnerismo instaló en el barrio porteño preferido de la Vicepresidenta son apenas un preludio de lo que puede suceder en las próximas semanas.

Asistencia Pública

Cristina y su equipo de abogados defensores ya tienen en claro que, si el proceso judicial continúa su marcha hacia un pronunciamiento del Tribunal Oral Federal 2, podría haber una condena para la Vicepresidenta de entre tres y seis años, lo que los obligaría a apelar la sentencia en la Cámara de Casación, luego en la Corte Suprema de Justicia y, eventualmente, a aceptar la alternativa del indulto antes de que finalice la pobre gestión de Alberto Fernández.

Movilidad

En ese sentido, cabe mencionar que es es la peor pesadilla de Cristina Kirchner. Por eso, fue creciendo la estrategia de victimización con impostura peronista que tuvo su primer capítulo en las veredas de la calle Uruguay. Las imágenes de enfrentamientos teatrales con los carros hidrantes de la Policía de la Ciudad muestran que participaron con papeles secundarios gente grande e impresentables como el gobernador Axel Kicillof, Máximo Kirchner y Juan Grabois.

Ellos constituyen en la adolescencia eterna del kirchnerismo un espectáculo más confortable que la contundencia de los testimonios judiciales sobre el drama de la corrupción. Las consignas hablan de “liberar” a la Vicepresidenta, aunque los tiempos para una condena firme señalan que no tiene chances de ir presa ya que cumplirá 70 años en febrero próximo. Tampoco funciona la bandera de la proscripción.

Porque esos mismos tiempos judiciales le permitirían ser candidata a presidenta, o a legisladora si es que el objetivo son los fueros parlamentarios. Cristina cuenta a su favor con el temor incomprensible que le profesa el peronismo. Muchos de sus dirigentes protestan en secreto por estos episodios cuyas consecuencias temen y a los que definen como “el fin de la historia”. Pero ninguno de ellos se atreve a enfrentarla, como no se atrevieron por más de una década.

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“Quieren exterminar al peronismo”, dramatizó la Vicepresidenta en la noche del sábado desde un escenario improvisado frente a su departamento. La mayoría de esos dirigentes que la respaldan y la siguen en estas horas saben que Cristina los desprecia y los humilla cada vez que cree estar lejos de los micrófonos. Pero el Síndrome de Estocolmo tiene esas cosas. La escuchan hablar de Perón, del 17 de octubre y los vuelve a atrapar en la telaraña.

En definitiva, Cristina Kirchner se hunde y apela a los manotazos de ahogada. El riesgo mayor es que quiebre la paz social y los argentinos terminemos enfrentados unos con otros en una batalla callejera y fraticida. Eso sería condenar a la Argentina y a los argentinos al peor de los infiernos. Esa sería la obra cumbre y macabra de Cristina Kirchner. Ojalá podamos evitarla. Todavía estamos a tiempo.

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