Hace una semana que los dos principales responsables de la seguridad en Argentina se tiran el problema de la cocaína envenenada por la cabeza. Insultos y descalificaciones: la escalada de ofensas habla por sí sola del plan que no existe para luchar contra los narcos. La categórica masacre, ya había sido palmaria evidencia de lo cómodos que están los dealers en cualquier terreno en el que poco se los persiga.
Dos puertas desvencijadas, hechas de viejas tranqueras, habían sido toda la resistencia de los vecinos de Puerta 8 ante los capos de la calle que desde antes de “la envenenada” mandaban en la zona. Aníbal le dice mercenario a Berni, Berni le había dicho patético a Aníbal. Hace una semana que se sabe del show de sus improperios, pero aún no tenemos idea de qué sustancia mató a 24 personas en el conurbano e intoxicó a unas 60 a lo largo de doce partidos.
La muerte venía envuelta en paquetitos color rosa. La muerte color de rosa pudo ser causada por un opioide o por veneno para ratas. Quién sabe. Los cromatógrafos que demoraron en aparecer para analizar la sustancia, ni siquiera la registran en su memoria toxicológica. El cóctel no aparece ¿No hay otra manera de saber? Nadie contesta. Se escuchará otra ristra de insultos antes que una definición. Pero ya sabemos, en Suiza se aburren, en el conurbano no.
En las cocinas de droga del conurbano, nadie sabe cómo, pero se hace saltos evolutivos con sustancias que escapan hasta de las categorizaciones químicas. Qué chances de entender qué pasa si no se rastrea la receta. En las cocinas del poder se revolean ollas y sartenes para que el ruido tape la inoperancia. El fin de semana se supo que en las penitenciarías bonaerenses no cumplieron un plan de la Procuración para intentar complicarle a los narcos presos el comando desde la cárcel.
Medidas tan simples como instalar inhibidores de celulares para que no impartan sus órdenes y organicen su logística de tentáculos insondables, se cuentan entre las incumplidas. No más preguntas señor juez. En los samovares de Rusia, en tanto, al veneno se sirve con el té y suele ser mucho más sofisticado. Ni un vaso de agua se veía en la larga mesa que separaba a Emanuel Macron de Vladimir Putin.
Macron no le ofreció un puente para entrar a Europa como Alberto Fernández. Para el momento de la reunión, el Presidente argentino ya había pasado por China y había llegado a Barbados. “La nueva China no sería posible sin el partido comunista”, volvió a empalagarse en elogios Alberto Fernández. En la nueva China las viejas violaciones de los derechos humanos siguen a la orden del día. De eso no dijo nada.
Del gobernador Kicillof se sabe que en China se tomó fotos con un gatito del buen augurio en la muralla china y que también había llegado a Barbados para acompañar al Presidente en sus encuentros con representantes de la Organización de Estados del Caribe Oriental. Todo, muy lejos del conurbano plagado de envoltorios rosas con droga envenenada. Todo muy lejos de las amargas gárgaras para tragar el acuerdo con el Fondo.