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Cuándo nació la costumbre de entregar regalos y por qué lo hacemos

Soportamos filas interminables, pasamos horas revolviendo góndolas, comparamos precios y hasta rivalizamos con otros compradores para obtener ese obsequio que nos haga quedar bien con nuestros afectos.

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OBSEQUIOS. Una costumbre que se remonta a nuestros antepasados más remotos.
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En el otro extremo se sitúan los que obsequian sin ganas, sólo porque lo dicta la etiqueta. Tocan en los aniversarios, los cumpleaños y ahora en Navidad… después de tantos años de “dar y recibir” ¿alguien se habrá preguntado de dónde viene esa costumbre de dar regalos?
El acto de obsequiar se remonta al periodo en el que la especie humana se volvió sedentaria. “En su estado más puro, los regalos eran un componente fundamental en las prácticas rituales y religiosas que mantenían nuestros primeros ancestros. Al comienzo, los objetos eran entregados a las deidades superiores (por ejemplo, el sol o la luna) durante los equinoccios para agradecer o compensar los favores recibidos con las cosechas”, explica la socióloga Guadalupe Fortuna.

Ádemás eran empleados a modo de tributo, una ofrenda, y para sellar uniones o convenios dentro de una misma tribu.

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Aunque no había bolsas coloridas ni moños gigantes, nuestros antepasados más remotos también se tomaban el tiempo de envolver los presentes. En la Mesoamérica prehispánica los obsequios o tributos eran envueltos con materiales orgánicos (como cáscaras de frutas y verduras), pieles,  papel amate y tablitas de cera.

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“Desde sus orígenes podríamos  decir que los regalos implican una entrega consciente que se hace para conseguir directa o indirectamente un objetivo. Pese a las grandes diferencias que nos separan, entregar un presente continúa siendo una muestra de agradecimiento por lo brindado y una herramienta para reconocer al otro como un par”, indica la especialista.

En la época de las monarquías europeas los obsequios cumplieron una función de segmentación social. “Al asistir a las fiestas de la corte o presentarse ante un monarca o autoridad regente, quienes tenían un rango similar o elevado debían corresponder a las invitaciones con un regalo”, destaca Fortuna.

En algunos casos, no respetar el protocolo traía castigos o una deshonra.

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Del otro lado del mapa los registros de la práctica se remontan aproximadamente al año 220 d.C. Por aquel entonces, en la antigua China se estilaba envolver artículos en telas como un símbolo de fortuna y protección.

“A diferencia de Occidente en Asia existió y aún pervive la costumbre de ofrecer regalos monetarios envueltos en un sobre para celebrar la mayoría de edad, los casamientos y la llegada del Año Nuevo. El énfasis que se le pone a estos actos es mayor al que realizamos nosotros y se acompaña, por ejemplo con frases para desear prosperidad o detalles de numerología”, acota la licenciada en Lengua y Cultura Asiática Karen Nishimura.

Con el transcurrir de los siglos, las nuevas invenciones, comodidades, el capitalismo y otros cientos de factores, los regalos dejaron de lado su significado espiritual más profundo para convertirse en un gesto automatizado y vacío. Así es como llegamos al presente con sociedades que viven para consumir y “desechar” sentimientos, productos y/o personas.

“En el ámbito familiar y sexoafectivo resulta impactante ver la cantidad de gente que utiliza los regalos como una herramienta para compensar sus falencias o errores (un caso típico son las infidelidades). En lugar de abrirse hacia sus emociones, les es más fácil demostrar cariño con la entrega material”, comenta la psicóloga María Valentina Indri.

El problema pasa porque todo tiene un límite. Al margen del dinero que dispongamos, hay regalos que cargan con intenciones genuinas. 

“Sin embargo, obsequiar no es un gesto altruista. Al contrario, cuando hacemos un presente entran en juego nuestro ego y placer porque buscamos, a través de la satisfacción del destinatario, su reconocimiento. Como en la mayoría de cosas que nos competen, las acciones que realizamos se reducen al deseo de pertenecer, querer y ser amados”, advierte.
Como parte de las investigaciones enfocadas en la conducta humana, la acción de regalar también se convirtió en un objeto de estudio con algunos resultados sorprendentes.

“En general, quedó demostrado que dar un obsequio genera más satisfacción que recibirlo. El motivo es que la alegría que aparece al conseguir un objeto o producto que anhelábamos se atenúa muy rápido, mientras que el sentido de tener una deuda a nuestro favor perdura mejor en la memoria”, detalla Indri.

Una escena clásica de este fenómeno es lo que ocurre con los pequeños para Navidad y los cumpleaños. “Aunque al principio se muestran eufóricos y ansiosos por recibir el juguete que vieron en la TV o una vidriera, después de unas horas o días el objeto termina tirado por la casa, el juego y el foco de atención se acabó en un abrir y cerrar de ojos”, ilustra.

A esta poatura (impostada con énfasis en los mayores) se la conoce como adaptación hedónica. “Aunque al principio sentimos placer por el logro que alcanzamos (proyectos, compras, regalos, metas de autorealización) nuestra capacidad de adaptación hace que regresemos emocionalmente a un estado anterior. Cuando la novedad se acaba (algo necesario para nuestra supervivencia) ese objeto o sueño cumplido se asimila; somos animales de costumbres”, concluye la especialista.

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