La inseguridad no da tregua en Tucumán y ni siquiera la pandemia de coronavirus parece frenarla. En menos de 72 horas, se produjo un tercer crimen en nuestra provincia, mientras que, en lo que va del año, ya se produjeron 86 asesinatos. Con la excusa del COVID-19, los funcionarios públicos y la clase política argumentan que todos los esfuerzos están puestos en contener la propagación del mortal virus que tuvo origen en el continente asiático.
Sin embargo, y como hemos señalado reiteradamente desde este medio, la inseguridad en Tucumán ya estaba instalada antes de la llegada del coronavirus a nuestra provincia. En este marco, cuestiones como la llamada justicia por mano propia ha sido cada vez más frecuente, al punto de que incluso una familia de Villa Luján decidió intentar ponerle fin a la impunidad de los delincuentes, atacando a golpes a una familia acusada de cometer varios hechos delictivos en la zona.
Luego, varios vecinos fueron hasta la casa del mismísimo ministro de Seguridad, Claudio Maley, para reclamarle por los continuos hechos delictivos que suceden en esa zona. Y es que la desprotección es un sentimiento compartido entre los habitantes de cada barrio de Tucumán, sea que vivan en la capital o en la periferia. La sensación de no saber si se volverá vivo a casa es algo recurrente y que se profundiza día a día en el seno de las familias.
Mientras tanto, el ministro Maley se mantiene firme en su puesto, al tiempo que desde el gobernador Juan Manzur para abajo, nadie da la cara ni esboza solución posible a la pandemia de la inseguridad. Por su parte, la oposición cacareó hace un par de semanas enarbolando las banderas de la inseguridad y poco tiempo después se olvidó del tema. Está claro que a la clase política poco y nada le importa este asunto cuando ellos tienen guardaespaldas a granel.
En este contexto, la violencia gana las calles y se extiende día a día. La cantidad de asesinatos producidos en el marco de peleas familiares o vecinales es alarmante. Y es que pareciera que en la sociedad anida la frustración que sólo consigue descargar mediante golpes, cuando no por medio de disparos con armas de fuego. Algo que no pareciera propio de una sociedad civilizada, ocurre en pleno transcurso del siglo XXI.
Y es que el encierro propiciado por la cuarentena, sumado a la profundización de la crisis económica, genera un nivel de pauperización de la vida diaria tal, que hechos violentos como los que se registran a diario no sorprenden. A esto se le agrega el aumento confirmado de bebidas alcohólicas y todo tipo de sustancias en un Tucumán donde la droga corre fuerte y envenena a cientos de jóvenes que caen en las garras de la adicción.
Pero otros jóvenes caen en manos de los grupos narcos que los utilizan como mano de obra descartable, es decir, como sus propios soldaditos, tal cual los denominan. La aparición de este tipo de bandas delictivas o asociaciones ilícitas, entran en guerra entre ellos para apropiarse de territorios en los cuales poder continuar con sus negociados. Mientras tanto, la Justicia y la clase política en su conjunto, sólo atinan a observar sin hacer nada al respecto.
