La ambivalencia ideológica de Alberto Fernández fue expuesta durante la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un foro regional que ahora es conducido por un primer ministro caribeño que asegura que no hay pruebas para sostener que en Cuba, Nicaragua y Venezuela se violan sistemáticamente los derechos humanos.
Ralph Gonsalves, premier de San Vicente y Granadinas, sucedió ayer a Alberto Fernández en la Presidencia Pro Tempore de la CELAC, y ambos avalan los regímenes populistas que protagonizan Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega y Nicolás Maduro. Esas dictaduras actúan a las espaldas de sus sociedades y amañan las elecciones para perpetuarse en el poder.
“Todos los que están aquí han sido elegidos por sus pueblos y sus pueblos los legitiman como gobernantes. Y por lo tanto, más allá de cómo cada pueblo decida, en la diversidad debemos respetarnos y en la diversidad debemos crecer juntos”, señaló el jefe de Estado en su primer discurso ante el plenario de la CELAC.
La posición ideológica de Alberto Fernández fue rebatida por derecha e izquierda. Y soslayada por Lula da Silva y Andrés Manuel López Obrador, que se mantuvieron al margen del complicado asunto regional. Por su larga experiencia en la arena internacional, los presidentes de Brasil y México saben que el silencio diplomático no siempre implica acompañamiento o complicidad.
“Claramente hay países acá (…) que no respetan ni las instituciones, ni la democracia ni los derechos humanos”. “No tengamos una visión hemipléjica (…) según el perfil ideológico”, sostuvo Luis Lacalle Pou ante los 33 representantes de América Latina que participaron de la cumbre de la CELAC.
Lacalle Pou es un mandatario alineado a la derecha, y siempre ha cuestionado la perspectiva ideológica de Alberto Fernández. El jefe de Estado se siente más cómodo con los referentes del Frente Amplio -José Mujica, por ejemplo-, y presta poca atención a los discursos geopolíticos del presidente de Uruguay.
En este contexto, las declaraciones de Lacalle Pou significaron una redundancia para la mirada regional de Alberto Fernández. El Presidente sabía que iba a decir su colega uruguayo, y no se sorprendió cuando condenó a los regímenes dictatoriales de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Pero la situación en la cumbre de la CELAC se agravó cuando las críticas a la postura de Alberto Fernández también fueron explicitadas por Gabriel Boric, presidente de Chile. Boric pertenece a la izquierda, como el jefe de Estado reivindica a Salvador Allende, y recorre los escenarios internacionales sin clichés ideológicos.
Eso significa que Boric desea hacer la revolución socialista y pretende cumplir su sueño personal sin caer en los métodos represivos ordenados por Iosif Stalin para evitar que las contradicciones internas compliquen la marcha hacia la Dictadura del Proletariado.
Entonces, el presidente de Chile no dudó un segundo en reclamar por los presos políticos en Nicaragua y por las elecciones libres en Venezuela. “La dictadura (chilena) nos enseñó de forma brusca a sangre y fuego los efectos de relativizar la democracia y los derechos humanos”, recordó Boric en la cumbre de la CELAC.
Alberto Fernandez y Gabriel Boric saludan al comienzo de la cumbre de la CELAC en Buenos Aires
Mario Abdo Benítez es amigo personal de Alberto Fernández y observa desde la derecha el panorama global. No le gusta qué pasa en Cuba y Nicaragua, y asume que la dictadura en Venezuela causó un exilio forzoso que transformó a América Latina en una territorio de exilios y tristeza.
“No podemos mirar a un lado, cuando más de siete millones de venezolanos han abandonado sus hogares pidiendo refugio”, describió el presidente del Paraguay en la sesión inicial de la CELAC.
Benítez, Lacalle Pou y Boric ocupan su espacio geopolítico sin hacer zigzag. Exhiben una sola mirada ideológica y no mutan su discurso acorde al escenario internacional. Los presidentes de Paraguay, Uruguay y Chile son lineales y aceptan los consejos diplomáticos que llegan desde sus asesores más influyentes.
Alberto Fernández oye, y después cambia de posición. La noche previa a la bilateral con Vladimir Putin, el presidente se reunió con el canciller Santiago Cafiero para repasar su discurso antes de entrar al Kremlin. En el cónclave todo había quedado definido, y los dos asumían que la guerra llegaría pronto a Ucrania.
El jefe de Estado quemó su guión de política exterior cuando se encontró con Putin. Y desde ese momento, su relación bilateral con la Casa Blanca quedó momificada. Eso explica porqué Lula viaja a Washington en febrero, y Alberto Fernández aún aguarda una fecha para ingresar al Salón Oval.
Esa desobediencia constante a los criterios diplomáticos que fija el Palacio San Martín ayer colocaron en una posición incomoda al Presidente. Fue corrido por derecha e izquierda, en su propia cumbre de la CELAC, adonde nada podía causar zozobra.
Pero la dinámica de los foros globales calcina los guiones que redacta la Cancillería para Alberto Fernández. Ya sucedió en Moscú, Beijing y Los Ángeles. Y se repitió ayer en Buenos Aires: el presidente quedó a merced de su propio discurso, y de nuevo olvidó que la política exterior es un ejercicio cotidiano de estoicismo.